Cada vez que veo una foto de Hassler me lo imagino huyendo a la carrera por las calles de Sarajevo, con su cabello platinado, menudito como era Hassler, con la Canon colgada del cuello, vistiendo alguna de esas poleras oscuras que solía usar, sus chalecos y con esas manos de mujer, corriendo entre las detonaciones y los escombros y la sangre derramada y más explosiones mezcladas con el llanto de un niño o el grito de una mujer mientras es violada y cadáveres regados como bolsas de papas y el fotógrafo más prestigioso del mundo ahí, entre todo ese horror, entre todos esos muertos que ni una madre lograría reconocer.