Los rumores se propagan tan rápido como los virus en la red. Esto lo explican muy bien en “La duda”, una gran película de John Patrick Shanley basada en su propia obra teatral. La transcripción completa del monólogo, en inglés, puede encontrarse en esa herramienta tan útil de la web de IMDb, en el menú de la izquierda de cada filme: las “memorable quotes”, o sea, las “citas memorables”. Un rincón que supone una joya para cada cinéfilo. Pero vamos con la escena a la que me refiero.
El Padre Brendan Flynn (un Philip Seymour Hoffman en su línea: espléndido) prepara una homilía sobre la intolerancia, tras recaer en él las sospechas de dos monjas: creen que ha abusado de un niño, aunque carecen de pruebas. Subido en el púlpito, Flynn cuenta una atractiva historia. Una mujer cotillea con una amiga sobre un hombre al que apenas conoce. Esa noche, la mujer tiene una pesadilla: la mano de Dios la señala. Se despierta sintiéndose culpable y al día siguiente acude a confesarse a un sacerdote. Le revela su sueño y pregunta si el chismorreo es un pecado. El párroco la acusa de jugar con el crédito de aquel hombre, levantando falso testimonio contra su reputación. La mujer lo siente, pide perdón. El sacerdote dice que espere. Quiere que ella, al llegar a casa, coja una almohada, suba a su tejado y la rasgue con un cuchillo. Y regrese a hablar con él. La mujer sigue al pie de la letra las instrucciones, sin comprender el sentido. Acuchilla la almohada y el viento esparce las plumas por la ciudad. El hombre, cuando ella va a verlo de nuevo, le pregunta cuáles fueron los resultados de su acción. “Plumas”, responde ella. Plumas en todas partes. El confesor dice: “Ahora quiero que vuelva, y reúna cada pluma que voló con el viento”. La mujer argumenta que eso es imposible, que no sabe a dónde ha ido cada pluma, que el viento las dispersó. El sacerdote sentencia: “Pues eso es el cotilleo”.
La metáfora de las plumas que se lleva el viento, asociada a los rumores que se propagan por la ciudad, es magistral. Lamentablemente, eso está a la orden del día. Pero ahora más, con internet en nuestras vidas. En los barrios de cada ciudad suele afectar a este o a aquel vecino. En la tele suele herir a quienes protagonizan los programas del corazón, lo pretendan ellos o no (algunos famosos prefieren estar en el ojo del huracán; pero otros, los que son serios, no). En internet los rumores, los cotilleos y los falsos testimonios suelen extenderse entre los políticos y las celebridades. Estos días, para defenderse de los ataques de un presentador de una cadena de derechas, El Gran Wyoming puso en marcha una broma perfecta, en contubernio con el resto de colaboradores de su programa: propagó por la red un vídeo falso en el que los espectadores, atónitos, lo veíamos abroncar a una becaria. Wyoming lanzó el rumor falso de que era un tirano. Cuando uno propaga un rumor sobre sí mismo en forma de broma, es magistral (al menos lo ha sido en este caso). Si los demás lo hacen sobre uno, ahí está el peligro. Es curioso, en la red, comprobar cómo adjudican poemas o cartas de despedida a escritores que jamás redactaron esos textos: le ocurrió a Gabriel García Márquez, por ejemplo. Lo que viene a decirnos la historia que cuentan en “La duda” es que el rumor, una vez propagado, no sólo daña a terceros, sino que es inaprensible. Que ya no se puede detener porque la amiga de la mujer de la historia contará el cotilleo a su marido, y éste lo compartirá en la oficina, y cada compañero de oficina lo dirá en su casa, etcétera. Recuerdo ahora que, en un sketch de Muchachada Nui, hacían una parodia rural sobre cotilleos. Tampoco era mal ejemplo.