domingo, enero 04, 2009

Desconectado

Para mí la diversión termina el uno de enero. Ese día suelo acumular tanto cansancio en el cuerpo que me cuesta casi una semana arrancar. En esa fecha, el uno de enero, llega uno a casa de día, duerme unas horas y se levanta de noche. Come algo ligero a las siete o a las ocho y, por supuesto, no desayuna: al menos para mí, casi es día de ayuno, tras el hartazgo de tantas cenas y comidas pantagruélicas. Uno sale a dar una vuelta y las calles de Zamora están saturadas de gente. De matrimonios y parejas con hijos. De la gente que no ha salido la noche anterior o no se ha quedado hasta las tantas. Hay tres días muy parecidos entre sí: Viernes Santo, Día de Navidad y Año Nuevo. El día dos por la tarde, mientras escribo estas líneas, aún me noto metido en una especie de bruma, de sueño. Ni siquiera un reposo en cama de nueve o diez horas mitiga las sensaciones de agotamiento y depresión que siguen a las navidades. Cuando llega el Día de Reyes, en principio no estoy para juergas. Prefiero quedarme en casa, o dar un paseo, o ir al cine. Hace unos días vi “The Spirit”. Frank Miller, que en sus cómics me parece un genio, ha filmado un despropósito, una película tan espantosa e incluso tan aburrida que sólo deberían dejarle dirigir si al lado tiene a Robert Rodríguez, con quien filmó “Sin City”. La película me dejó mal sabor de boca en los últimos días del año. Menos mal que la cena de Nochevieja y la fiesta posterior resultaron inolvidables. Con el cine me sucede igual que con la literatura: si me trago una película mala o un libro malo estoy inquieto durante un tiempo, hasta que vuelvo a ver o leer algo decente.
El día uno dimos un paseo por ahí. Se notaba menos frío en la ciudad. Me costó arrastrar mi pellejo por las calles. Ni siquiera el aire me despejaba. Bastantes horas antes, tras la cena de Nochevieja, salí de casa de mis tíos y de mis primos y la ciudad parecía un campo de batalla, con las explosiones de los petardos y los edificios envueltos en la humareda de la pólvora. Durante esos días me mantuve lejos de internet. Me vino bien estar desconectado del mundo. Pasar un poco de los mundos digitales y dedicar el tiempo a la gente, a la calle y a los bares. A veces consagra uno tanto tiempo diario a los blogs, a los correos electrónicos, a los foros y a las noticias de la prensa digital que aquello parece un trabajo, sólo que nadie te paga.
Viajamos de regreso a Madrid en la mañana del día dos, en viernes. Un viernes laborable. El trayecto estuvo bien, sin apenas coches en la carretera, hasta la entrada en Madrid: encontramos atasco durante unos cuantos kilómetros. El caso es que ya no sabe uno cómo hacer y aquí lo repetimos de vez en cuando. Da igual viajar por la mañana, por la tarde, por la noche, en festivo, en laborable… Tarde o temprano siempre hay un tramo en el que te metes de lleno en el tráfico. Da igual si vas de Madrid a Zamora o de Zamora a Madrid. Siempre hay gente viajando. Tras el viaje quise volver a conectarme a internet y recuperar un poco el tiempo. Fallaba la conexión y me costó un par de horas entrar en la red. Me sucede algunas veces y creo que es debido a los antivirus y antiespías, que suelen hacer de cortafuegos. Luego entré en la versión digital de este periódico y me puse al día de lo que se cuece en mi ciudad natal: fallecimientos en carretera, heridos en reyertas de Nochevieja, historias sobre la crisis, desmantelamiento de dos arsenales ilegales, Laura Rivera hospitalizada. En fin, un catálogo de pésimas noticias para empezar el año. Y dice el filósofo que las fiestas son malas. Puede ser, pero yo las agradezco, incluso aunque me dejen molido durante días.