Un par de hojas rojas giran violentamente una sobre otra
formando extravagantes figuras sobre un campo helado
no es fácil diferenciar una de otra y en todo caso
si fueran criaturas estarían en lucha o en pleno cortejo
o simplemente celebrando lo extraordinario de su existencia.
Los humanos pueden ser así, caprichosos, oscilantes,
no lo bastante a menudo en éxtasis, pero sí haciendo el amor
y la guerra; tan a menudo en guerra, rencor, ira,
que apenas si recordamos el error o la mentira
que hizo estallar esa fase en la que nos creemos obligados a matar.
No hojas entonces, que después de todo en su estación
se entregan a sí mismas al martillo del invierno,
y se transforman en fango, en humus, en abono,
mientras nosotros, aún hirviendo, calientes, nos quedamos como somos,
desazón y violencia, hacha, átomo, desesperanza.
C. K. Williams, El canto