He aquí el poder de los suplementos culturales: me lo dijo una vez Miguel Núñez en su librería. Me dijo algo así: “La gente viene el lunes a comprar los libros que han recomendado el sábado en Babelia”. De vez en cuando lo compruebo. Lo comprobé hace unos días, de nuevo. Pero permitan que me explique.
Un par de semanas atrás, merodeando por La Casa del Libro, llevaba en la mano esa lista sucia y arrugada donde suelo anotar los títulos de los libros que quiero comprar. Uno de los títulos era “Mi Nueva York”, de Brendan Behan, con cuya cubierta había topado merodeando entre las novedades de las librerías digitales. Me había atraído por una sencilla razón: la inclusión de Nueva York en su título. Me interesan todos los libros que hablan de Nueva York. Rectifico: casi todos. Me interesan si versan sobre el Nueva York real, aunque no desprecio una historia de ficción sobre esa ciudad. Me interesan mucho cuando desvelan lugares y cuentan anécdotas de hombres y barrios. El autor no me sonaba, ni tampoco el título. Pero volvamos a La Casa del Libro. A pesar de ser una novedad, y de no ser ficción, lo tenían en el anaquel de Narrativa Extranjera. Ni siquiera estaba en las mesas. Esto tiene una explicación (de cara al marketing, no al lector): la editorial y el autor no son tan conocidos como, por ejemplo, puedan serlo Planeta y Dragó. Ya ven que la calidad, las más de las veces, es el criterio que menos importa en estas cuestiones de venta. “Mi Nueva York” estaba allí. Cogí un ejemplar, le eché un vistazo. Incluía dibujos y bocetos. Era muy atractivo. Aquella tarde iba a coger más libros, no recuerdo cuáles, pero seguro que eran más difíciles de encontrar, títulos a punto de desaparecer del mercado. De modo que pensé: “A este autor nadie lo conoce. Ni siquiera he visto huellas del libro por ahí. Lo compraré otro día. Al fin y al cabo, no va a agotarse. Volveré la semana que viene”.
Pasaron unos días y entonces, como suelo hacer los sábados, leí el Babelia. Enrique Vila-Matas escribía sobre “Mi Nueva York”. Y era una crítica magnífica, en ambos sentidos: en la manera en que estaba escrita y en la opinión que el escritor tenía sobre el volumen de Benhan. Una de esas críticas tras cuya lectura uno dice: “Me apetece leer ya este libro”. Aquel texto de Vila-Matas me recordó la compra que yo había pospuesto. Pero seguía sin sentir urgencia. No se agotará, dije. Cinco días después salí de caza por las librerías. Empecé por las del barrio, aprovechando para llevarme de una vez ese ensayo sobre Nueva York. No hubo suerte. En una librería pequeña no lo vi. En otra, me dijeron que no les quedaban ejemplares y que los recibirían en unos días. Fui al centro. Entré en la sucursal de La Casa del Libro donde lo había visto. No quedaba ni uno. Busqué por otros sitios. No había ni rastro y no me lo explicaba y fue cuando recordé que la crítica favorable de Vila-Matas había aparecido sólo unos días antes en Babelia, y que a Benhan le habrían salido unos cuantos lectores inesperados. La editorial, supongo, tampoco se esperaba este éxito. Y estaba en otra de las sucursales de LCDL, ya cansado de buscar, cuando encontré dos poemarios que necesitaba comprar y que, en estas incursiones vespertinas, aún no había visto: “Sembrando hogueras” y “Poesía para bacterias”. Con el dinero reservado a Benhan me llevé ambos. Antes de comprármelos, rebusqué en los índices, tanteé las primeras páginas, me sentí satisfecho de haberlos encontrado porque no es fácil. A mi lado, el guardián de seguridad me vigilaba de reojo. Como siempre. Tal vez pensó que los lectores de poesía también somos ladrones de poemarios.