viernes, marzo 14, 2008

¿Quién es Andrés Caicedo?

La pregunta del título no es del todo correcta. Debería más bien decir: “¿Quién fue Andrés Caicedo?” Pero, considerando que en la literatura y en los inmensos laberintos de internet no hay muerte o desaparición posible, he preferido titularlo como si Caicedo aún viviera y no se hubiese suicidado a los veinticinco años, tomando setenta pastillas de Seconal. Tampoco es mi intención hacer el artículo biográfico, a la manera de Wikipedia (al respecto, sobre este escritor hay una entrada magnífica en la citada enciclopedia: consúltenla). Me interesa, en cambio, contar tres o cuatro cosas de Caicedo según las he ido descubriendo en los últimos meses. Mis impresiones, lo que a mí me llega de un autor/personaje cuya obra causa furor en Colombia. O lo que he ido anotando por ahí, como lo que aparece en la solapa interior de uno de sus libros, que tengo delante mientras escribo esto. En el texto de esa solapa cuentan que Caicedo dijo que uno nunca debía dejar de ser un niño, y que por tanto “vivir más de veinticuatro años era una insensatez”. Lo cumplió.
Un autor te lleva a otro. ¿Quién me llevó a mí a Caicedo, que en España no conocemos y cuyos libros es casi imposible conseguir? Alberto Fuguet. Primero, en sus “Apuntes autistas”. Segundo, en su bitácora literaria. En ese título habla de su descubrimiento al encontrar en una librería de Lima un monstruoso volumen titulado “Ojo al cine”, donde un tal Andrés Caicedo volcaba su pasión cinéfila mediante reseñas, entrevistas, artículos y comentarios sobre cine. Fuguet es un cinéfilo voraz (él dice “cinépata”), con lo cual me atraen ambos escritores y sus opiniones sobre las películas. Copio un extracto de “El cuento de mi vida” para que se vea que Caicedo era un cinéfilo de verdad, “uno de los nuestros”, como cuando yo era un muchacho y para mí la vida no tenía sentido fuera de las salas: “(…) me levantaba a las ocho de la mañana, cruzaba la calle desayunado ya, y me entraba al teatro, a mi cita con la oscuridad, para salir a eso de las once o doce de la noche o ya de mañana”. A Fuguet le asombraron las fotos de “un tipo flaco, con el pelo roqueramente largo, gruesos anteojos que hoy usan los que son cool y antes no lo fueron, y una polera manga color calipso”. Un hombre muy pálido, con aspecto de haberse refugiado del sol en los cines, pero ya muerto. Fuguet se pregunta: “¿Era Caicedo, entonces, el Cobain de los fanáticos del cine?” Algo así, pues en su país es una institución, “un patrono de los cinéfilos”.
Traté de encontrar libros suyos. Fue en vano. Me interesaba, sobre todo, ese mamotreto en el que hablaba de tantas películas. Han pasado unos meses, y Fuguet anuncia en su blog y en los periódicos que publicará una especie de “autobiografía” de Caicedo, como un documental de su obra. La noticia me hace buscar de nuevo algún libro por España, país al que no llegan sus obras, publicadas por el Grupo Editorial Norma. Finalmente, un golpe de suerte: en una librería latinoamericana de Huertas, no muy lejos de casa, encuentro de importación los dos títulos que ando buscando: “Ojo al cine” y las memorias “El cuento de mi vida”. Ya he podido saborear el segundo, donde este autor pop consigna su tristeza, su sufrimiento, su condición de hombre-niño desvalido. Caicedo publicó sólo un libro en vida, una novela. Pero escribió más novelas, guiones, cuentos, obras de teatro, ensayos críticos, reseñas. Murió por propia voluntad un cuatro de marzo del setenta y siete. Pastillas. Ese día su pareja se fue de casa y él recibió un ejemplar de su primer libro publicado. No era, sin embargo, la primera vez que intentaba suicidarse. Dicen que fue un adelantado a su tiempo.