Estábamos tomando un café en un piso de una corrala de Madrid, en nuestro barrio, cuando me contaron una historia de la que yo nada sabía. Tampoco había entrado nunca en una corrala, ni visto los patios interiores y todo eso. Posee un indiscutible encanto. Pero a lo que iba. Me contaron que, en Inglaterra y en Irlanda, hay una especie de ritual o de celebración (no sé cómo definirlo) que llaman “la caza del latino”. Consiste en que se juntan unos cuantos individuos radicales y xenófobos, ingleses o irlandeses, y, armados hasta los dientes, salen a buscar españoles, italianos y sudamericanos. En cuanto los localizan por ahí, se dedican a darles palizas. Utilizan piedras, bates de béisbol, puños, lo que haga falta. Me contaron que en un pueblo irlandés, del que he olvidado el nombre, celebraban “la caza del latino” un día a la semana. Que, en otras localidades, era un día al mes. He buscado algo de información por ahí y he leído un reportaje que publicó la revista Interviú, en el que aseguran que dicha caza suele ponerse en práctica una vez al año, el día veinticinco de julio, en la festividad de Santiago. Uno de los jóvenes españoles que tuvo la mala fortuna de ser “cazado” relata que, cuando le advirtieron que ese día no saliera a la calle, creyó que se trataba de la clásica leyenda urbana con la que se atemoriza a la gente. En sus carnes comprobó que no era una leyenda. Un grupo armado con piedras lo persiguió a él y a otras personas.
Me contaron, durante la conversación, que entre algunos jóvenes españoles que van a estudiar allí con becas hay miedo a salir por las noches. En el reportaje de Interviú dicen que en el Consulado de España de Lond no tienen “ninguna constancia de la denominada caza del latino”. Y no la tienen porque los afectados no denuncian los hechos. Y ya sabemos que algunas situaciones, si no se efectúa la pertinente denuncia, no existen para los burócratas y para el papeleo oficial. En algunos barrios madrileños existe otra variante de dicha caza. Se trata de españoles que van a dar palizas a los sudamericanos, con el objetivo de echarlos del país.
Uno de los tópicos que nos toca padecer en España es que parece que aquí aumentan los casos de xenofobia, al contrario que en otros países. La historia de los radicales de Inglaterra y de Irlanda demuestra que en todas partes encontramos las mismas salvajadas, la misma intolerancia por parte de grupos reducidos. Vayas donde vayas, tengas el color de piel que tengas, hayas nacido donde hayas nacido, siempre habrá gente dispuesta a arrearte en el morro. El problema de estas historias es que mucha gente no se las cree hasta que las sufre en sus propias carnes o no las considera verídicas hasta que no sale un reportaje en la televisión. Demasiados espectadores creen que sólo es real lo que aparece en los telediarios. Las ciudades son ya auténticas junglas, más peligrosas que una selva de verdad. Madrid, por ejemplo, con su ración diaria de atracos, de asesinatos, de reyertas y de locura generalizada va camino de convertirse en una imitación de la ciudad de Los Ángeles que aparece retratada en “Blade Runner”. O sea, una ciudad masificada, llena de tráfico y de polución y de basura en las calles, de violencia y de rincones en los que más vale no poner un pie. Sólo faltan los coches que vuelen, los spinners, pero algún día llegarán. Es hacia donde caminamos. Hacia una sociedad en la que sean más humanos los replicantes (o Nexus 6, o pellejudos, que salían en la película) que las propias personas.