Al contrario que con Twelve, confieso que Apples (nombre de ciertas pastillas de éxtasis) me ha enganchado. Te atrapa y no te suelta. Cuenta la historia de los quinceañeros Adam y Eve. El primero es un muchacho con un trastorno obsesivo compulsivo, al que su padre apaliza de vez en cuando; jamás ha salido de juerga y sabe que sólo de ese modo podrá acercarse a las chicas y ligar con ellas. La segunda es una muchacha algo alocada y frívola, obsesionada con las drogas de diseño, las discotecas, los hombres y las borracheras; su madre tiene cáncer, pero eso no la impide salir continuamente de farra. Adam está enamorado de Eve. A Eve sólo le parece raro y simpático. La novela está construida mediante la alternancia de los monólogos de ambos. Cada uno desvela su punto de vista del asunto. Se intercalan, a veces, monólogos de otros personajes, algunos de ellos insólitos (pero prefiero no revelar quiénes o qué son). La trama empieza en Middlesbrough y acaba en Mallorca.
Puestos a poner etiquetas, como suelen hacer los críticos, podríamos aventurar que Apples recuerda un poco a la película Thirteen, un poco a las cintas de Larry Clark. Pero con un toque poético. Con cierto romanticismo, que es el que aporta Adam, profundamente enamorado de Eve. En cierta medida, este libro representa a las generaciones que hoy arrasan en los pubs y las discotecas, pero también habla de quienes se quedan en casa y son incapaces de comunicarse. A mí me ha devuelto a mis quince años, a ese tiempo en que, como Adam, empezaba a emborracharme en los bares para poder hablar con las chicas. Una época de incertidumbres, de errar sin rumbo fijo, de dolor interno. Recomendable novela, pues, que apasionará a los jóvenes y que, probablemente, detesten sus padres. [Zona Apples]