Los suplementos culturales de los grandes periódicos solían servirme de guía para comprar ciertos libros. Muchos lectores habituales también emplean este método. Compran el periódico, sacan el suplemento y se lo leen de arriba abajo. En una ocasión, visitando la librería de Miguel Núñez, en Zamora, él me dijo que las críticas y reseñas de los suplementos culturales del fin de semana se notaban al llegar el lunes: entonces, varios lectores iban a comprarle algunos de esos libros reseñados en las páginas de dichas publicaciones. Es por eso por lo que tienen tanto poder dichos suplementos. A cualquier editor independiente que le preguntes, te dirá que es muy difícil para él, por no decir imposible, conseguir que metan siquiera una reseña (ya no digamos una crítica o un análisis como Dios manda) en estos suplementos. Al parecer, eso está reservado a los enchufes, a los amiguismos y a otras transacciones de las grandes editoriales, las que tienen poder. Si no me creen, echen un vistazo a los suplementos y verán la abundancia de editoriales importantes o famosas que encabezan los libros reseñados. No lo critico, sólo lo señalo, dado que esto es ya una norma en otros ámbitos culturales. Todos van a sacar tajada y tonto el último, etcétera.
Sin embargo, esa costumbre está generando dos reacciones curiosas. La primera es que algunos lectores (es mi caso) ya apenas nos fijamos en las reseñas de estos suplementos, o no las leemos, pues va implícita la sospecha de que sólo aparecen las novedades de las editoriales grandes y, lo que resulta más pernicioso, que cada suplemento le proporcionará más espacio a los autores de su cuerda, o a los autores que tengan fichados en la editorial con la que el propio periódico comparte beneficios. Salvo excepciones lógicas, los suplementos carecen de sorpresa alguna. A veces, sí, atienden a novelas o libros de cuentos que están al margen del mercado. Pero son, ya digo, excepciones. Muchos de los libros que compro no los descubro en estos suplementos culturales de los periódicos de tirada nacional, sino buscando en otras fuentes. Y ese es el tema de la segunda reacción.
La segunda es que hoy, con la posibilidad de bucear en internet, y sobre todo en ese invento que son los blogs o bitácoras, muchos buscamos reseñas y críticas y análisis en lugares menos constreñidos por las necesidades de mercado. Es decir: el blog de un escritor, o de un lector de gustos exquisitos, o la bitácora del ciudadano de a pie medianamente entendido, me parecen ya más fiables que los suplementos al uso. Porque ahí sólo hay una cosa en juego: su gusto, o sea, un criterio que no viene impuesto desde fuera. El crítico tiene mala suerte porque le toca hacer esas críticas por encargo. El tipo que abre un blog decide qué lee y qué reseña; no le viene impuesto. Y esa diferencia me parece fundamental. En el caso, al menos, de quienes andamos todo el día buscando pepitas de oro en la red. Buscando esos libros ocultos que nos deparen la felicidad literaria. Y, últimamente, los encuentro en las reseñas de las bitácoras personales. Descubro poetas de los que no había oído hablar, me entero de libros que no verán en la lista de los diez más vendidos del mes, pero que valen la pena. Merece la pena descubrirlos, comprarlos, leerlos, disfrutarlos. De otro modo es posible que hubieran pasado desapercibidos. Las editoriales independientes o las más pequeñas se han dado cuenta de esto. Cuando leí “La Sombra del Viento”, apenas nadie le prestaba atención. Pero la descubrí en un foro en el que un puñado de lectores reivindicaba su lectura. De ahí nació su éxito. Que luego el libro guste o no, es otra historia.