Sábado, como los medios se encargaron de anunciar, es una novela a la sombra de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Lo que nos viene a decir el autor es que los tiempos ya no son iguales: sobre el hombre occidental pesa la incertidumbre, la posibilidad del terror, el miedo constante, el desasosiego. Comienza con su protagonista, el neurocirujano Henry Pewrone, levantándose de la cama la madrugada del viernes al sábado. No puede dormir. Se asoma a la ventana y ve un avión en llamas, cruzando la ciudad. Antes del 11-S, hubiera pensado en un simple accidente. Pero ahora no, ahora sólo calcula que se trata de un atentado terrorista. Los sucesos cotidianos los vemos bajo otra luz.
McEwan ha escrito una gran novela, que mantiene conexiones con Joyce y Ulises (al igual que en este clásico, la historia sucede a lo largo de un día) y con Bellow y Herzog (la extensa cita del principio). El sábado se erige, así, en metáfora de la vida. Un día en el que todo puede suceder, y donde se analizan o se tocan varios temas: el sueño, el trabajo, la música, el sexo, el amor, la descendencia, la literatura y la poesía, la guerra, la indigencia, los viejos lazos familiares, la genética, el terrorismo, la enfermedad, la cocina, la política, la vida y la muerte, etcétera.
Sólo le reprocharía una cosa: su obsesión por los detalles. La minuciosidad de las descripciones, a veces, se vuelve agotadora para el lector: ya sea en un partido de squash o en una intervención quirúrgica.