De vez en cuando, y para que su popularidad no decaiga, comparece en los medios de comunicación para soltar “perlas” mi cómico favorito de entre todos los humoristas españoles. Mi cómico favorito es José María Aznar, un tipo que durante su mandato y también en la actualidad es capaz de combinar la fría determinación del verdugo encorbatado que no se mancha las manos de sangre y la comicidad de uno de esos humoristas fracasados que se ganan el jornal contando chistes sobre las intimidades de sus madres en los clubes nocturnos de Los Ángeles; para que se hagan una idea de esto último repasen “Toro salvaje”, que concluye con el declive de Jake LaMotta, convertido ya en una gruesa caricatura de sí mismo y de sus años de gloria en el cuadrilátero, endosando chistes de segunda mano a los bebedores que, en la penumbra del nigthclub, se preocupan más de su copa que de escuchar gracejos tan sobados como las bragas de una fulana de carretera. Aznar no ha engordado, pero cada vez que sale a la palestra y abre la boca me recuerda un poco a ese personaje.
Su última barbaridad, esa sobre los musulmanes que no le han pedido perdón, ha logrado el efecto que José Mari suele buscar: que corran ríos de tinta a su costa. Es un hombre que, probablemente, no piensa lo que dice. También ha soltado otra sobre el terrorismo vasco: que él no negoció porque no quiso. En las imágenes actuales que de él he podido ver en televisión se le nota igual de joven que cuando lo subieron al poder: el pelo igual de negro, incluso algo largo, con ese flequillo propio de un dictador retirado, con pocas arrugas en la cara y el bigote mustio. Escribí una vez que, cuando bajan del sillón de mando, los presidentes suelen descender ya envejecidos: con más kilos y algo de papada, con canas en las sienes o con el cabello completamente blanco, con bolsas bajo los ojos y un profundo cansancio. Aznar no. Aznar está igual. Lo cual demuestra que ha sido un político que no vivía con demasiadas preocupaciones y que está tan seguro de sí mismo y de sus actuaciones y declaraciones (a menudo descacharrantes), que debe dormir bien por las noches. No tiene aspecto de ser apuñalado por la conciencia mientras duerme. La conciencia que podría reprocharle, entre otras cosas, las mentiras a los españoles y la guerra de Irak. Sólo un hombre de su catadura moral podría ser colega de Bush, y salir ambos en las fotos, con el yanqui dándole palmadas de apoyo o colocando su mano en el hombro, como esos padres antiguos que llevaban de putas a sus hijos y, antes del desvirgue, ponían una mano encima del chaval, para reconfortarlo e indicarle que estaba a punto de ser un hombre. Sólo en el infierno dos individuos como Bush y Aznar pueden convertirse en amigos.
Con sus últimas declaraciones ha conseguido que se vuelva a hablar de él, pero esta vez a los analistas políticos se les ha acabado la paciencia y lo llaman de todo (salvo excepciones de la ultraderecha, por supuesto): tiren de Google Noticias y lo comprobarán. Yo admito que, con sus tropelías, cuando sale ante los micrófonos y suelta algo, me río mucho. Es uno de mis cómicos predilectos: me hace reír, aunque, en el fondo, cuanto dice no tiene ni puñetera gracia. Pero también es uno de mis cómicos el presidente Bush, para que se hagan una idea de lo que quiero decir. Después de leer sus últimas deposiciones orales, me he metido en el YouTube, herramienta imprescindible de nuestro tiempo, donde han colgado sus videos más cachondos. He reído viéndolo hablar en alemán, y luego en inglés, y luego en español con acento texano. Pero donde peor se maneja, sin duda, es en castellano. Contando sus películas.