Una vez en Zamora, de regreso para entretener unos días, tomo un café con el poeta de la tierra Jesús Losada. Transcurre lenta y plomiza la tarde, y ya no encuentro la lluvia de la semana anterior, sino un sol que ni siquiera es capaz de aliviar el toldo de la terraza en la que estamos sentados. Me cuenta Jesús algunos pormenores del curso de este año de la Universidad de Verano Hispano Portuguesa, celebrado a principios de agosto en Alcañices, el Castillo de Alba, Muelas del Pan y Tábara, que él dirige y en el que, para esta ocasión, centró en el tema "Historia y Literatura Fantástica: El Mundo de los Templarios". Durante cuatro días los participantes del curso asistieron a tertulias, comidas y cenas, conferencias, conciertos de guitarra y de música clásica, talleres de grabado a cargo de Lola Santos (quien, por cierto, junto con Manuel Angel Delgado, me acogió el año pasado en su casa de Valladolid, recién salido yo de una intervención quirúrgica y de un quirófano donde pasé las de Caín, demostrando así ambos una hospitalidad que uno no olvida). Los participantes, además, se alojaban en casas rurales. Vinieron de diversos lugares para asistir al curso: de Sevilla, Braganza, Madrid, León, Oporto, Zamora, entre otras ciudades. Para ellos, así, se abrió la posibilidad de hacer un poco de turismo rural, como alternativa a las clásicas vacaciones en la costa, con playas saturadas de bañistas y domingueros y con chiringuitos donde apesta a fritanga. Quiere decirse que, durante estos cursos, el alumno o viajero no sólo aprende y se culturiza: también recorre iglesias, castillos, hospederías, bibliotecas y parajes encantados y encantadores donde contagiarse de la calma aldeana y el equilibrio espiritual de estas tierras humildes e inolvidables. Es, por otra parte, una forma de acercamiento entre España y Portugal a través de La Raya.
Continuamos hablando, en esa tarde de café y sol, y aparece el tema del fallo del jurado del V Premio Internacional de Poesía "León Felipe", que convocan Celya y el Ayuntamiento de Tábara. Presentadas unas cuatrocientas obras al concurso, el premio se lo llevó Alicia González, madrileña, poeta y periodista, por su poemario "Satisfacciones de esclavo". De ahí a la polémica sólo hubo un paso, el que dieron erróneamente los programas del corazón y demás cazadores de chismorreo: al parecer, esta chica comparte nombre, apellido y profesión con la compañera de Rodrigo Rato (ayer, además, pudimos leer en este periódico la entrevista a la autora, en la que manifiesta su perplejidad ante la confusión). Los cazadores del chismorreo creyeron que el premio lo había ganado la costilla de Rato, y que, por tanto, estaba amañado. Erraron.
El poeta me regala un ejemplar de "Mercados. Zamora y Tras-Os-Montes", el catálogo de la exposición que se vio en la Iglesia de la Encarnación este verano. Está magníficamente diseñado por Q.estióndimagen Comunicación, incluye fotografías de Carmelo Calvo y seis poemas del propio Jesús. Lo miro y lo leo antes de ponerme manos a la obra con este artículo. Carmelo Calvo ha retratado en blanco y negro a las gentes de los mercados de Toro, Vimioso, Fuentesaúco, Benavente, San Vitero, Braganza, Bermillo, etcétera: gitanos, ropavejeros, tenderetes, frutas, balanzas antiguas, cencerros, ropa de oferta, botas, sacos de patatas, viejas ataviadas de negro, lluvia y sombras, plazas y rincones. Los poemas transmiten serenidad, como si uno leyera meditaciones a la sombra de un nogal. Nos hablan de esos mercados, con "Seres ambulantes con rostros endurecidos / y arrugados por las estrías del tiempo. / El luto de las mujeres. / La costura más íntima de su silencio".