Es una lástima que ciertos libros, películas, obras de teatro, pasen desapercibidos para la mayoría del público. Mi cometido, no obstante, es el de encontrar algunas perlas y rescatarlas para el lector que no tuvo la suerte de toparse con ellas. La culpa, con toda probabilidad, es de los medios: nos dan la mierda envuelta en papel de regalo y apenas sacan a la luz lo verdadero, lo auténtico, la calidad, el talento. Uno tiene que enterarse leyéndose los periódicos, analizando las revistas, colándose en los foros, olfateando por aquí y por allá. La última maravilla que he visto en el cine, en una sala pequeña de Madrid, con muy poco público (ponían un partido de fútbol en televisión), y en versión original subtitulada, es “Una historia de Brooklyn”, incomprensible título con el que han bautizado a “The squid and the whale”, o sea, “El calamar y la ballena”, cuyo significado no voy a revelar por si alguien logra verla.
La ha dirigido el joven Noah Baumbach, quien cuenta en su currículum con tres largometrajes que pasaron sin pena ni gloria, pero que luego escribió con Wes Anderson el guión de “The Life Aquatic with Steve Sizou”. “Una historia de Brooklyn” fue rodada hace un par de años y acaba de llegar a España. De no haber sido porque el año pasado ganó innumerables premios de la crítica y del Festival de Sundance y fue nominada en algunas categorías a los Globos de Oro y a los Oscar, jamás la hubiéramos visto por aquí. Transcurre en los años ochenta. Al principio vemos a una familia jugando al tenis. Parecen felices: el padre, la madre, el hijo mayor y el pequeño. Pero pronto aparece la mierda que hay escondida bajo la alfombra. Los padres son escritores: él había empezado su carrera con buen pie, con éxito, pero al principio del filme ya no tiene agente literaria y no consigue vender su nueva novela a ninguna editorial; ella se aficionó a la escritura merced a la convivencia con su marido, y despunta y publica en las revistas de prestigio. Los celos laborales, claro, no tardan en surgir. Los padres deciden divorciarse, y a los pocos minutos del comienzo de la cinta así se lo hacen saber a sus hijos. Ese es el incidente que desencadena el resto: el padre es un fracasado que da malos consejos a sus chavales, la madre lleva años manteniendo relaciones con otros hombres, el hijo mayor se debate entre el odio a una madre infiel y la admiración a un padre hundido que representa el modelo de escritor que quiere ser en el futuro, el hijo pequeño bebe cerveza en su cuarto y extiende el semen de sus primeras pajillas por los rincones del colegio. Todo, en suma, se desmorona.
La película sigue ese camino: el modo en que la separación y la custodia compartida afectan a unos muchachos. La madre que sabe seguir su vida en solitario. El padre al que le cuesta hacerse una chuleta frita sin caerla de la sartén o construir un hogar acogedor para sus hijos. Los primeros escarceos sexuales de un adolescente que sólo quiere guiarse por los consejos paternos y machistas. El descontrol de un niño que idolatra a su madre. Por fortuna, Baumbach se apoya en el humor. De lo contrario, sería insoportable tanto drama. El humor logra que todo fluya y que nos guste el filme. Jeff Daniels, actor casi siempre desaprovechado, compone aquí su mejor personaje: un tipo de barba cana y ojos tristes, cuya vida se descoyunta, se hace pedazos; recuerda un poco a Michael Douglas en “Jóvenes prodigiosos”. Laura Linney es la madre; entrar en los cuarenta la ha vuelto más atractiva para el espectador, y además demuestra ser una gran actriz. Los muchachos cumplen con su papel. “The squid and the whale” es sincera, muy sincera, honesta y afilada. Por eso mismo quema.