miércoles, julio 05, 2006

La psicosis del pitido (La Opinión)

Casi todos los comercios de Madrid disponen ya de detectores en la puerta, que emiten un pitido si alguien intenta robar algún producto, alertando de ese modo a los testigos, a los trabajadores y a los vigilantes de seguridad. Para evitar robos, pues, hay instalados detectores no sólo en las grandes superficies, supermercados y librerías, sino también en tiendas pequeñas, en locales de dimensiones tan reducidas que uno considera que es imposible cometer latrocinio. El problema es que estos cacharros a menudo funcionan mal, y empiezan a generar algo que a mí me ocurre y, supongo, agobia a más gente. Lo llamo la psicosis del pitido; psicosis, se entiende, con el significado de obsesión persistente. A nadie le gusta, por culpa de un fallo técnico o de la incompetencia de algún vendedor, ser sospechoso habitual de hurto.
Pero vayamos a los detalles y a los ejemplos. Cuando entro en el supermercado a hacer la compra y salgo cargado de bolsas no es raro que, justo cuando he franqueado las puertas, los sensores emitan ese molesto pitido. La primera reacción es enrojecer, luego detenerse de súbito, y esperar en la calle (si entras otra vez quizá pite de nuevo el invento), con cara de bobo y de sospechoso y con las bolsas colgando de las manos. Y esperar a que llegue el vigilante, quien, si no rondaba por allí cerca, vendrá corriendo, como si quisiera atrapar a un ladrón de latas de conserva o de quesos de oveja. El vigilante aparece y uno, aunque no haya robado nada, debe hacerle entrega de las bolsas y del recibo de la compra. De poco sirve alegar tu inocencia o jurar que has pagado todo cuanto acarreas. Da lo mismo. Su misión, su trabajo, es comprobarlo. El hombre suele ir sacando las mercancías, y comparando el número de productos anotados en el ticket con el número de productos de las bolsas. Mientras tanto, tú esperas, con cara de póquer y media docena de personas observándote, aguardando el desenlace, para saber si eres inocente o si eres culpable y, en este caso, contar con un rato de diversión. Siempre soy inocente. Al final el pitido obedece a uno de estos dos motivos: la cajera no pasó bien el código de barras, para desactivarlo; el detector no funciona como es debido. Suele darse la segunda. Esto me ha sucedido (y le sucede a mucha gente, al cabo del día: lo tengo observado) en los supermercados, en La Casa del Libro, en la Fnac, y en tiendas y edificios cuyos nombres no recuerdo o no me preocupé de recordar. Siempre es la misma historia: el pitido atronador, tu cara de sospechoso aunque no seas culpable, toda la tienda mirando, el guardia que se apresura y a veces corre para que no te escapes. Pero lo increíble llega cuando uno ha comprado un par de libros, pongamos por caso, en la Librería Hiperión. A continuación elige otra librería, para buscar un título que en los anaqueles de la anterior no encontró. Y se dirige a Fuentetaja. Al entrar en la librería el detector pita. En ese caso no parece uno un sospechoso, sino un culpable tonto que regresa al lugar del crimen. Inmediatamente te preguntan si llevas libros, y te requisan la bolsa (con libros comprados en otro comercio) hasta que salgas. Pero la otra tarde le pitó el bolso a una señora, mientras entraba, y dijo no llevar libros encima, y añadió: “Hija, yo siempre pito”.
Esto es tan embarazoso, tan incómodo, que a mí me embarga cierto terror, cierta psicosis, cuando entro o salgo de los comercios. Incluso aunque vaya sin compra, temo que suene el detector. Porque al final siempre pita. Y me convierte en el sospechoso número uno. Al menos no te someten a ese registro brutal de los aeropuertos. Eso no sólo produce psicosis, sino pánico a que te revisen hasta el esófago.