A pesar de tener El Rastro a un paso de casa, frecuento poco este mercadillo de saldos, tesoros y morralla. El domingo pasado quise remediarlo y dimos una vuelta por allí. A la caza de alguna rareza. Las rarezas que suelo buscar atañen a la literatura y al cine, y a veces al cómic. Animado por las películas de serie B y Z, que consumía en la niñez, rebusco en unos cuantos cajones que alojan filmes en dvd. El puesto es sencillo: una mesa pequeña, las cajas de cartón y, dentro de ellas, las películas; y lo regenta un fulano con aspecto de haber participado como extra en las comedias de Terence Hill y Bud Spencer; ya saben, el típico individuo cuyo papel consistía en recibir tortas y puñetazos. Encuentro títulos gloriosos. Porque aún me entusiasma ver bodrios: bodrios de kung fu y del Oeste, y producciones casposas realizadas por equipos españoles a imitación de las grandes superproducciones de Hollywood, pero con un presupuesto de dos pesetas; el otro día recuperé, por ejemplo, la delirante y cochambrosa “Supersonic Man”, largometraje ibérico que vi de niño. En el cajón hallo maravillas de la caspa. Me hace reír el siguiente título, de artes marciales: “Li, cuello de acero”. La pena es que cuesta ocho euros, demasiado dinero para una obra que, a priori, será infumable y divertida. De modo que me alejo del puestecillo con las manos vacías.
Un señor que vende álbumes de cromos (colecciones completas, supongo), revistas usadas y antiguas (entre ellas, los viejos números de Fotogramas, en cuyas portadas siempre había una actriz en pelota), novelas pulp y magazines de bolsillo, tiene las mejores ofertas. Las novelas pulp de vaqueros te las deja por noventa céntimos; las románticas y de terror, por un euro y pico. Hay varias de Marcial Lafuente Estefanía pero, mientras reviso los títulos, una chica pide al hombre todas las que conserve de ese autor. Para mi sorpresa, encuentro una veintena de novelitas de Silver Kane. Me llevo cinco, atraído por los títulos que prometen un festín de tiros y de horrores: “Dale al gatillo, amigo”, “Machine Gun”, “La música del muerto”, “El demonio en el cerebro” y “La helada voz del infierno”. Yo no sabía nada de Silver Kane, pero andaba con ganas de comprar algo, merced a las recomendaciones de Montero Glez, quien últimamente lo cita mucho y le ha dedicado el cuento “Zapatitos de cemento”. De Silver Kane me sonaba el nombre, que asociaba a la literatura barata y entretenida que hacía furor antaño. De modo que busco información para ofrecérsela al lector curioso.
Silver Kane era el pseudónimo del escritor español Francisco González Ledesma, quien ganó el Premio Planeta por “Crónica sentimental en rojo”. En una entrevista que acabo de leer desvela el origen de dicho mote: “El editor me dijo que no podría firmar las novelas como González porque nadie me creería. Hacía falta un pseudónimo que sonara bien. Yo creé Silver Kane durante una madrugada de pobreza y trabajo, uniendo el nombre de un personaje de cómic que yo escribía (Silver Roy) y el apellido de un dibujante que admiraba (Milton Caniff)”. Kane, o González Ledesma, hizo las delicias de miles de lectores, y escribió unas cuatrocientas de estas novelas. Sólo por eso ya lo admiro. Este año ha publicado su autobiografía, “Memoria de mis calles”. También compro, a dos euros, “El tercer hombre”, de Graham Greene, y “Yo, el jurado”, de Mickey Spillane, que andaba buscando desde hacía años. De regreso, por la calle, me fijo en dos leyendas. Una, en el cristal de una taberna, junto a los anuncios de raciones y caldos: “Gallinejas – Entresijos – Finas – Zarajas”. La otra es un garabato en un muro: “Arriba las manos: esto es un contrato”.