En un colegio de Albacete han expulsado durante tres días a unos alumnos que grabaron con el móvil el simulacro de una pelea. Vuelvan a leer: no me he equivocado. Por un simulacro, no por una pelea. Vivimos en un país en el que se va volviendo peligroso decir y hacer ciertas cosas, aunque sean en broma. Quien, en su infancia, no se haya aventurado en el simulacro de una bronca que arroje una piedra. La directora del colegio añadió que los chavales imitan lo que ven en los medios. La sociedad posee sus antojos, y uno de ellos es echarle culpas a un tercero. Los culpables son siempre las series de televisión, los informativos, las películas (la literatura no, porque en este país leemos cuatro, y tres de ellos lo hacen en el metro). Grave error. Si a mí me hubieran influido todas las salvajadas que he visto en la tele y el cine y leído en los libros sería ahora un Rambo ibérico, sin músculos y sin patria. Que los muchachos jueguen a pegarse no es nuevo, tampoco es que sea bueno o malo: es lo que hay.
La diferencia, y es probable que tal diferencia sea la causa de la reprimenda y la expulsión, es lo de grabarlo con el móvil. Vivimos tiempos absurdos y dominados por lo audiovisual, donde ya no nos basta con ver las imágenes de un tercero, sino que todos queremos hacer fotos y grabar escenas. El acontecimiento, hoy, es la grabación, no la acción. No buscamos grabar cuanto suceda, sino provocar un suceso para grabarlo. Sin la cámara del móvil es incluso posible que se partieran menos caras de mendigos en la calle y en el cajero donde duermen y se refugian. Una vez me dijo alguien: “Intentas que te ocurran cosas para luego contarlas en el artículo”. Esa acusación se puede rebatir: “Al contrario: me ocurren cosas, de vez en cuando, y necesito escribirlas”. Si de verdad necesitara provocar artículos de mucho impacto sólo tendría que meterme algunas noches en Las Barranquillas o colgar una caricatura racista en mi calle. Otra cosa es que lograra regresar para contarlo. Con la fiebre de los móviles y los móviles con cámara y las cámaras digitales estamos empezando a perder la naturalidad. Vas a decir una frase y no falta quien te pide que esperes, que va a sacar la cámara para hacerte la foto. Vas a moverte y, si alguien no lo ha recogido, te suplica que lo repitas porque no le dio tiempo a darle al play. En el futuro tendremos los álbumes demasiado llenos de gente posando, más que antes. Aunque usted no tenga cámara ni uno de esos móviles para hacer fotos, tras cualquier evento (cumpleaños, fiestas, comidas y cenas, viajes, excursiones) sabrá que su cara aparece en no menos de cincuenta imágenes.
No hace demasiados años hablábamos todos del género snuff, el de “Tesis” y “Henry, retrato de un asesino”. Aunque algunos insisten en que es una leyenda urbana, se supone que el snuff es una grabación que un tipo compra en el mercado negro, para ver escenas reales en las que a otra persona se la tortura o mata, o ambas, pero no siempre en ese orden. Ahora el personal aficionado quiere grabar su propia snuff en miniatura. Se empieza grabando el simulacro, se continúa filmando las palizas a los vagabundos y vaya usted a saber dónde terminamos. Tal vez nos hemos dado cuenta de que filmar los cumpleaños, las bodas y los bautizos empieza a ser tedioso. Jamás le ha dado a nadie (o a casi nadie) por hacer fotos en los divorcios y en los funerales, porque el hombre se niega a enjaular en vídeos y en carretes los instantes trágicos de su vida. Y resulta que se pone de moda apalizar a la gente y filmarlo. Me parece excesivo que a unos niños se los castigue por pegarse en broma, y correcto que se los sancione por esta manía de grabar la violencia, aunque sea escenificada.