Noticia extraña y lamentable, la que ayer encabezaba la sección local de este periódico: “Agreden con palos y perros a los burros de La Aldehuela en peligro de extinción”. Lamentable porque indica saña, premeditación, delirio, violencia, maltrato a los animales, ataques a una especie que se extingue y va apagando su descendencia (el asno zamorano-leonés: raza noble, hermosa y elegante). Extraña porque el titular, a mi juicio, debiera ser otro, de contenido menos objetivo aunque imposible de publicar: “Burros y perros agreden a burros de La Aldehuela”, y en el subtítulo: “Se sospecha que los burros agresores caminaban a dos patas”. No obstante, estas dos frases alternativas que propongo no convendrían, además, porque se ofende entonces al asno zamorano-leonés, equiparándolo al ser humano cruel, valga la redundancia. Mientras escribo esto sólo se sabe que, en la madrugada, unos individuos tomaron al asalto las instalaciones del centro de genética de La Aldehuela y luego se ensañaron con los asnos, azuzando a sus perros y apaleando las costillas de los pobres animales; los empleados del Servicio de Agricultura y Ganadería los encontraron heridos, soltando sudor, traumatizados por la paliza. Dicen que la Diputación va a poner, a partir de ahora, un servicio especial de vigilancia. Falta hace, por lo visto.
Esta es una noticia no sólo dolorosa para quien adora a los animales en general, y a esta raza en particular, sino también muy distinta a otra que comenté en un artículo de hace años: cuando vino un granjero austriaco, y compró en Zamora seis burros de esta tribu para introducirlos en su país y que se extendiese la especie. He buscado aquel artículo, y copio aquí lo que pensaba entonces de dichos jumentos de raza autóctona, porque es lo que aún pienso: “Este tipo de asno es una joya porque sobrevive en comarcas en las que abunda la roca y escasea el centeno, y porque, dicen, ya sólo queda en nuestra provincia y en el norte de Salamanca, y a partir de ahora en alguna finca de Austria. Este burro es guapo y lanudo, lo que le confiere un atractivo especial gracias al pelaje revoltoso y a un flequillo como de asno antiguo o de dibujos animados; es ancho de barriga y de lomo, grande de cabeza y muy humano de ojos”.
La más fiel representación del español, violento, cabreado y fraticida, y casi podríamos decir que del hombre universal, nos la dio Don Francisco de Goya en su cuadro “Duelo a garrotazos o La riña”, Pintura Negra en la que vemos a dos cenutrios macerándose las carnes con garrotas y sangrando por la cara, y las piernas hundidas en el barro. A estas alturas habría que componer un lienzo en el que saliese un tiparraco dándole palos a un perro, a un asno, a una foca (pues ya empezó la masacre de focas en Canadá), etcétera. Esa sería otra puntual imagen de cómo numerosos fulanos han maltratado a los animales y continúan haciéndolo. Sé que no es políticamente correcto decirlo, pero casi me duele más ver una paliza a un perro o a un asno que a un hombre. Lo aclaro: el hombre puede saber a qué obedece el apaleamiento, pero el perro lo ignora. Si una noche los ladrones se meten en una casa y le dan a un señor una paliza y le roban joyas y ahorros, el tío sabe que se debe a la locura y a la avaricia. Entiende lo que sucede, distingue el delito. El asno que pasa la madrugada pacíficamente y sin molestar a nadie, y al que sin venir a cuento se le viene encima un hatajo de bestias y le zahiere el cuerpo, no puede comprender por qué está ocurriendo tal cosa (ni nosotros). Recomiendo, a estos desalmados, que les administren por vía rectal una solución de ajo y guindillas y que pasen una temporada a la sombra.