Para estos días me traje algunos libros. Un saco de variedades: novela, cuento, teatro, algún guión, ensayo, compendios de artículos, etcétera. Mientras uno hace el equipaje sabe de sobra que no le dará tiempo a leerse todo ese cargamento de historias y placeres. Pero, por si acaso, es lo primero que se incluye en la maleta, o al menos yo lo hago así. En el escaso tiempo que dediqué a la lectura, al final me apeteció algo que me hiciese reír. Con la sonrisa en los labios se soporta mejor en los hombros el fardo del cansancio propio de quien pasa la Semana Santa como yo, esto es, casi siempre fuera de casa.
Uno de los libros que he leído (o, mejor dicho, releído) es "La sombra del águila", relato ágil, aventurero y divertidísimo que Arturo Pérez-Reverte publicó en un periódico en forma de folletín y creo que en unas diez entregas. Lo leí hace años. Me lo prestó alguien. Pero, pasado el tiempo, he sentido la necesidad de tenerlo y de releerlo. De "La sombra del águila" existen varias ediciones. Al final compré la primera que vi por ahí: una edición de Antonio Amorós, dedicada a los alumnos. Incluye notas, estudio, cronología del autor, comentarios, aclaraciones. Su argumento es sencillo: en una de las batallas de la campaña en Rusia, Napoleón cree que una de sus tropas (formada por españoles bajitos y morenos) está atacando al enemigo, a las bravas y en plan suicida, pero la intención de los hispanos es de distinto matiz, dado que no atacan sino que intentan pasarse al enemigo, léase desertar. La obra contiene los recursos propios del folletín de aventuras, y su lectura agrada sobremanera por los giros lingüísticos y los detalles humorísticos, que provocan la carcajada en el lector.
También estuve leyendo textos de Woody Allen. En mi biblioteca hay un volumen de Tusquets que condensa varios libros suyos, titulado "Cuentos sin plumas". De vez en cuando releo algún que otro pasaje, donde Allen suele hacerle una higa a la Muerte y homenajear a los clásicos mediante la parodia. Pero no es ese el libro que he tenido entre manos, era sólo para recomendarlo. Compré el guión de "Zelig" y la obra de teatro "Sueños de un seductor". Ambos textos fueron dirigidos y protagonizados por Woody Allen. "Zelig" se estrenó cuando yo contaba con unos doce años, y sin embargo la vi y me entusiasmó. Trata de un hombre que padece una especie de enfermedad camaleónica: cuando se acerca a alguien se convierte en él. Si se junta con negros, se convierte en negro. Si posa junto a apaches, le salen plumas en la cabeza y su tez se oscurece. Si le analizan médicos, se convierte en otro médico. Es un argumento fantástico y delirante, que en manos de Allen se transforma en un ensayo cómico sobre la identidad. Nació la idea del sueño de su autor de poder convertirse en otras personas. Sin embargo, sobre el papel "Zelig" resulta menos brillante. No es tan divertido como el filme, pues se trata de un guión muy visual, con pocos diálogos y la voz de un narrador que va contando lo que le sucede a Leonard Zelig como si fuese un noticiario. Más divertido resulta "Sueños de un seductor", obra en la que se hace un homenaje a Bogart y a su éxito con las mujeres. El protagonista, encarnado por Woody Allen, acaba de salir de un divorcio traumático. Sus amigos le buscan una cita, pero él sólo parece encajar junto a la mujer de su mejor amigo. Si lo leen, o si recuperan la película, no se pierdan los diálogos: el contraste entre el pesimismo humorístico de Allen y la firmeza clásica de Bogart, la duda del primero y la seguridad del segundo, y los modelos de hombre tan distinto que los dos establecen.