Mientras otros, generalmente políticos, se llevan los laureles y la fama, en la provincia hay unos cuantos zamoranos casi desconocidos que continúan arrimando el hombro. Es gente anónima, o de la que sólo sabe uno si frecuenta ciertos círculos o si conoce a alguien que lo haga. Se puede luchar de muchas maneras en tu ciudad. Y una de ellas es apostando por la música y por lo joven. Me van a permitir que hoy les hable de una de esas personas: de Álvaro de Paz Barrio, un tipo del que podríamos decir que, si no existiera, habría que inventarlo (esta frase es muy típica, pero sirve para lo que queremos mostrar). Puede que lo conozcan del Avalon Café, su garito de la Calle de San Andrés, esa especie de galeón musical y club tabernario donde siempre se siente uno a gusto, ya sean las ocho de la tarde o las dos de la madrugada. Pero aquí deberíamos llamarlo Alvarito, que es como se le conoce. Una vez pregunté a Quique, gurú gastronómico del Bayadoliz, cómo se apellidaba: “Es para sacarte en un artículo y no sé cómo ponerte”. Me respondió, con su natural desparpajo: “Bah, ponme como te dé la gana”. En Zamora hay personas a las que todos conocemos sólo por su remoquete y, si decimos el nombre que viene en el carnet de identidad, la gente se despista, y ya no sabe de quién estás hablando. Ocurre lo mismo con los futbolistas.
Apuntaba que Álvaro arrima siempre el hombro. No se trata del clásico tipo al que le vas con varias ofertas e iniciativas y las rechaza una tras otra con excusas endebles. Es abierto, y esa mentalidad es imprescindible en una ciudad que se cae a pedazos cuando sacamos a colación los temas del trabajo y del futuro. En su local se celebran muchos conciertos, y él ha logrado una programación astuta y elegante que mantiene el equilibrio entre los grupos inéditos y los célebres, entre las bandas de fuera y las de la tierra, entre la vanguardia y la modernidad. Apuntemos que el suyo es uno de los pocos sitios donde las bandas zamoranas pueden tocar aún. Me cuenta un amigo mío, solista versado en este panorama y en muchos otros, que los grupos y los bares se encuentran con los problemas habituales: la inversión económica en cada concierto, el riesgo de que aparezca la policía y clausure la actuación y añada una receta, la incultura y la ignorancia musical. Son sus palabras: hay que pagar al técnico, al equipo, al grupo y, a veces, la multa. Álvaro, aparte de su apoyo diario a estas citas, tiene un estudio de grabación, masterización y montaje de audio llamado Valve Record, ubicado en el Complejo San Jerónimo del Barrio del Sepulcro. Con lo cual dispone del técnico y del equipo necesario para los conciertos. En el Café vende las maquetas, y pincha las canciones de otros músicos de la provincia, hayan grabado o no con él. De esta manera sus parroquianos vamos aprendiendo un poco a amaestrar el oído, para que practique lo de identificar a los nuestros. En otros sitios prefieren poner pachanga, éxitos pasajeros y remix de basura. Con su pan se lo coman.
Todo esto que cuento aquí son ventajas y ayudas. Para la ciudad, para la gente, para que no muera la oferta musical, para que la armonía nocturna funcione. He querido hablar de su cometido porque es frecuente que su nombre salga a relucir cuando converso con músicos: “Tocamos el jueves en el Avalon”, “Hay que darle las gracias a Álvaro”, “Grabaré con Álvaro, el del Avalon”. Como él, en la ciudad resisten unos cuantos, como si fueran galos que no se dejan abatir por la falta de perspectivas de la provincia. Luchan para que esto no caduque.