El documental es un género de moda, creo haberlo afirmado en alguna ocasión y en estas mismas páginas. “Mondovino” es uno de esos documentales que comienzan hablando de un producto y terminan en denuncia social. Nos entretiene, nos informa y nos advierte. Lo dirigió Jonathan Nossiter, quien estuvo viajando por Estados Unidos, Francia, Argentina, Italia, Brasil. Nossiter entrevista y filma con su cámara de video digital a viticultores, enólogos, propietarios, accionistas, empresarios, gerentes, críticos y otros trabajadores de la uva, y así va componiendo el cuadro internacional sobre el negocio y el placer asociados al vino. Lástima que falte España, aunque el director ha rodado material especial sobre nuestros viñedos para incluirlo en la edición española en dvd. Sorprende que Nossiter converse con cada entrevistado en su idioma, pasando con soltura y pericia del inglés al castellano, y de ahí al francés o luego al italiano, como un espadachín de lenguas. Esa facultad idiomática le viene de la infancia: su padre fue corresponsal en el extranjero y la familia del chico fue mudándose de país en país. O sea, que es un hombre viajado y notable ejemplo de que el saber no ocupa lugar.
Para explicarlo en términos sencillos: en “Mondovino” asistimos a las diferencias entre los campesinos y los jefes de las multinacionales, entre el vino hecho de manera artesanal y el fabricado en laboratorios y en serie, entre el terruño, su saber y su ciencia, que es mucha, y las grandes corporaciones que van comprando terrenos para fabricar caldos que gusten al mercado. La batalla de clases de siempre: en algunas escenas vemos a ancianos solitarios que defienden sus pocas hectáreas y luchan por elaborar un vino con sabor a su tierra, un vino artesanal y con tradición; dichos ancianos sueltan las mejores frases de este reportaje, muy condimentadas con la sabiduría que es propia en un héroe del terruño; en otras escenas, en cambio, son entrevistadas las familias que dirigen multinacionales, más preocupadas por incrementar las ventas y acomodarse al gusto general que por innovar u ofrecer vinos de calidad. De entre estas últimas conocemos a la familia Mondavi, magnates de California con hectáreas en numerosos países del mundo y cara de mafiosos italoamericanos.
Sorprende un poco la manera feroz en que parte del mercado depende de la opinión de un catador, el célebre crítico vinícola Robert Parker, cuyo veredicto y calificación a un caldo dictan el ritmo a seguir. Algunas personas aseguran a Nossiter que muchos viticultores adaptan sus vinos al paladar de Parker, para que éste les conceda una alta puntuación y el precio y las ventas de sus botellas suban. Es, sin duda, el punto más interesante de la investigación del director. Parker y Michel Rolland, enólogo francés, parecen dos estrellas del rock y no dos catadores. Nossiter ha dicho: “Rolland es (…) capaz de proporcionar fórmulas que desemboquen en un producto que sea recibido favorablemente en el mercado mundial donde reina una gran competencia”. Esto no es nuevo, claro, porque lo estamos viendo en todas partes: ese acomodo al mercado, esa dictadura de formas y fondo para ofrecerle al consumidor lo que busca y cree necesitar. Donde más le revienta a uno, obviamente, es en el panorama literario. No dudo que los lectores necesitan su dosis de “La sombra del viento” y “El Código DaVinci”, incluso uno ha leído la primera y le solazó. Pero ese éxito obliga a que ahora los editores busquen sólo historias del mismo estilo, y que algunos churreros de la pluma (no se les puede llamar escritores) intenten redactar novelas similares sólo porque es lo que vende. Pues con el vino, igual. O eso nos han contado.