Ha vuelto al ruedo político. Él: José María Aznar, ex presidente y orador en inglés, ha regresado para echar unos discursos en la convención celebrada en Ifema. Pero lo cierto es que nunca se fue: su sombra siempre ha planeado sobre su partido y sobre su actual candidato, como suelen hacerlo las sombras de los ex presidentes cuando dejan el cargo. Nunca se fue, para alivio de las señoras que le votaban y lo veían como el tío bueno del PP: o al menos eso le gritaban antaño en mitad de sus discursos. El otro día Aznar pretendió dar una imagen juvenil, fresca, lozana, saludable, desenfadada: sale en una foto sentado en el suelo, junto a un sonriente Rajoy, azote de rojos y registrador de la propiedad, tal que si estuvieran los dos viendo la enésima edición del concierto de Woodstock. Les faltan las chapas pacifistas, la cinta sujetando el pelo y una guitarra para los intermedios. En cambio, llevan traje y corbata, y quizá por eso no se han puesto ese sello característico de los pijos universitarios que es el jersey de pico encima de los hombros. Admitamos que la foto no es seria, principalmente cuando detrás de ambos se ven dos butacas vacías con sus respectivos nombres. Podían haberse sentado con el resto, pero hubieran parecido del montón. Alberto Ruiz-Gallardón, alcalde de Madrid y verdugo de árboles, aplaude, y se ríe mientras los mira. Pero Ruiz-Gallardón es hombre más sensato que sus colegas y sospecha uno que en el fondo, bajo la máscara humorística, se está muriendo de vergüenza al comprobar la actitud de sus jefes, quienes recuerdan a dos colegialas que no se han depilado el bigote.
Esta fue una de las entradas triunfales de Aznar, la más cachonda o simpática (debería poner esta última palabra entre comillas). Pero luego hubo otra: su discurso negando sus antiguas negociaciones con los etarras. Grave error, y se ha cubierto de gloria: la gente se ha apresurado a bucear en las hemerotecas, y le ha sacado los colores al partido (no a él, que se le da una higa) al mostrarnos viejas imágenes de sus declaraciones en la radio, en la televisión y en los periódicos. Ojo, no crean que sólo se han exhumado los titulares de noviembre del año noventa y ocho de El País: también los de Abc y El Mundo entrecomillaban lo que dijo entonces. En esos días un Aznar con el pelo menos negro que ahora, pero con el mismo aire de sospecha en los ojos, apuntaba que iba a autorizar “contactos secretos” con el entorno de la banda terrorista. Incluso se refirió “al llamado Movimiento de Liberación Nacional Vasco”. Por supuesto, desde el Partido Socialista, como hace ahora el Partido Popular, se quejaban de no haber sido consultados. Según un titular de Abc, sin embargo, los socialistas no cuestionaban la iniciativa de fondo, sino las formas.
El discurso de Aznar en la convención ha servido, además, para darle ánimos a Rajoy. Quien escribiera la soflama que él leyó ha demostrado que el jabón en la espalda es importante para que uno no se hunda. Pero sonó un poco a lástima, como si el líder actual del partido diera pena y Aznar, sabiendo que el de la barba nunca estará a su altura, procurase darle unas palmadas de aliento en el brazo. Volviendo a si Aznar contactó o dialogó con los terroristas, debemos darle una oportunidad al hombre: ya saben que la memoria nos juega malas pasadas a todos, y que uno puede cambiar de opinión de un día para otro. Sucede a menudo con algunos entrevistados, que en plena entrevista se les enciende la boca y al día siguiente, cuando leen lo que el reportero transcribió de su grabadora, llaman por teléfono para decir: “Oiga, que yo no he dicho eso”. Pues lo mismo con Aznar. Es un suponer.