¿No sabe qué pedirle a los Reyes Magos? ¿Por qué no libros? Cuentan historias, nos empapan de cultura, se revalorizan con el tiempo, adornan los muebles y la vida, son la llave a otros mundos y a los sueños. Si está extraviado puedo echarle una mano. El año anterior, por estas fechas, también recomendé libros, los que me hubiese gustado regalar a la gente de entre todos aquellos que, hasta entonces, había leído. Hoy prefiero remontarme a los últimos doce meses. He leído muchísimas páginas durante el año, pero no todas superan la prueba. No menciono, como siempre, los libros escritos por amigos, para huir de compromisos. E incluyo algunos cómics, pues he vuelto a sentir esa fiebre que me entra de vez en cuando por las viñetas y los bocadillos de letras. Estos son mis favoritos desde el pasado enero.
Algunas novelas y libros de cuentos provocan la risa y la sonrisa del lector; pero luego le dan un zarpazo, para que sepa que la vida es una mezcla de comedia y drama, de amargor y dulzura. Destacaría los siguientes: “Mi vida en rose”, los cuentos de David Sedaris en los que desvela sus humorísticas desventuras y trabajos diversos en Estados Unidos y Francia; la primera novela, inclasificable, de Dave Eggers, “Una historia conmovedora, asombrosa y genial”, muy difícil de conseguir en las librerías, y tan extraña que uno no la olvida; “Desde el jardín”, la obra de Jerzy Kosinski sobre un jardinero invisible para el mundo al que confunden, por un equívoco, con el tipo más importante e influyente del país; el “Manual de caza y pesca para chicas” de Melissa Bank, serie de relatos que parodian las guías para capturar hombres; la novela “Los inquilinos de Moonbloom”, del rescatado Edgard Lewis Wallant, epopeya sobre un trabajador gris de inmobiliaria haciendo frente a las quejas y confesiones de los vecinos a quienes debe cobrar el alquiler; los cuentos de “Hablando con el ángel”, de varios autores; “Huérfanos de Brooklyn”, novela de Jonathan Lethem repleta de divertidas meteduras de pata de un amago de gángster con síndrome de Tourette; y, especialmente, “Todo está iluminado”, obra rompedora, insólita, mágica, surrealista, de Jonathan Safran Foer (recién editada su segunda novela, que aún no he leído: “Tan fuerte, tan cerca”), donde asistimos al viaje de un neoyorquino en busca de sus antepasados ucranianos, en cuyas páginas pasamos de la risa al llanto, de la emoción al asombro, de las costumbres de los judíos a los días del Holocausto, de historias contemporáneas a viejos cuentos de guerra y dolor.
Respecto al cómic, me quedo con “V de Vendetta”, de Alan Moore y David Lloyd; “Una historia violenta”, de John Wagner y Vince Locke (magnífica la reciente adaptación de David Cronenberg, pese a que sólo toma un tercio del original); y las siete partes de “Sin City”, del revolucionario Frank Miller. Libros menos divertidos, quizá de lectura más compleja, serían: “Aquí nos vemos”, de John Berger; “Sin heroísmos, por favor”, compendio de textos inéditos del maestro Raymond Carver; “La conjura contra América”, de otro maestro, Phillip Roth; “Ébano”, de Ryszard Kapuscinski, gran retrato de África y sus problemas; “Proyecto X”, de Jim Shepard; “La trilogía de Nueva York”, de Paul Auster, ideal para comerse el coco; “Un año pésimo”, de mi ídolo John Fante; “Ruido de fondo” de Don DeLillo, novela soberbia sobre el miedo a la muerte; los cuentos de “Generación quemada”, de varios autores; y de “Aquí no eres un extraño”, de Adam Haslett; y de “Los girasoles ciegos”, de Alberto Méndez, libro exquisito sobre la posguerra civil; y de “Comiendo desnudos”, de Stephen Dobyns.