Comienza el año nuevo y ya ha habido tres asesinatos: en Marbella, Girona y Granada. Violencia doméstica, que la llaman. Una mujer apuñaló a su novio. Un ex marido disparó a su antigua pareja. Otro tipo estranguló a su novia. El año pasado murieron sesenta y dos mujeres, asesinadas por sus parejas o por sus antiguos amantes. De los tres anteriores, el crimen de la escopeta recuerda a viejas tragedias de la España profunda y negrísima: la chica recogía aceitunas junto a su actual novio, cerca del cortijo del hombre que la mató, pegándole dos tiros por la espalda. Olivas, campos granadinos, pasiones y amenazas, cortijos y una escopeta. Parece sacado de una novela sobre el tremendismo. Recuerda a esa obra maestra que es “Mazurca para dos muertos” (aunque transcurría en Galicia). Tras el asesinato encontraron al fulano en un bar. Parece costumbre de muchos homicidas: se manchan las manos de sangre y, luego de lavarlas, se van a la tasca de la esquina, a tranquilizarse con un chato.
En Madrid, leemos, durante la Nochevieja hubo unas doscientas cincuenta peleas callejeras. Esa misma noche, despuntando el nuevo año, se cepillaron a tres personas en Córdoba, Bilbao y Madrid. Las dos primeras por arma blanca. La segunda por un tiro, que tiene una historia curiosa, según nos han contado en la prensa: un hombre fue a casa de unos amigos, se asomó a la ventana y recibió una bala. Había fiesta en la calle y se desconoce, por el momento, quién disparó. Los tres muertos eran extranjeros. El recuento de peleas y de reyertas con arma blanca por medio, durante la Nochevieja, es estremecedor. Da la impresión de que todo el mundo se ha vuelto loco. Los chavales que quemaron a una indigente en diciembre argumentaron que habían bebido absenta y que se les había ido la mano. Se les fue la mano, ya ven. Ahora está de moda que se te vaya la mano: oiga, yo no quería hacerlo, no quería matarla, sólo divertirme un poco viendo cómo arde una persona.
En Zamora hubo, también, unas cuantas batallas. Por ejemplo, la del viernes pasado. Lucha con navajas en el barrio de La Lana. Hasta que intervienen la policía nacional y la municipal. Su aparición no detiene la pelea, sino que va a más. Agredieron a los policías. Eran cuatro muchachos con antecedentes y, tras detenerlos, les confiscaron dos navajas y siete cartuchos de escopeta. Ya ven: en una ciudad pequeña y tranquila en la que no parece ocurrir nada. Algo que, seguro, ustedes no sabrán, es lo que sucede a veces cuando en el periódico informan sobre delitos de sangre, sobre amenazas de ex maridos, sobre reyertas y sobre hombres recién salidos de la cárcel: que los aludidos, incluso aunque en las noticias aparezcan sólo sus iniciales, llaman para quejarse, para amenazar, o se presentan en la redacción, buscando culpables. Resulta lamentable, y a los periodistas les toca aguantarlo, como si los malos de la película fuesen los mensajeros. Ese mismo viernes, me contaron, hubo otra historia zamorana en una discoteca de madrugada. Si mis informaciones son ciertas, intentaron violar a una chica. Dentro de la discoteca. Después los porteros se dedicaron a buscar al responsable. Ignoro el final. Me preguntaba antes qué le pasa a la gente. Pero la respuesta es obvia: el hombre es un animal violento, el hombre es un lobo para el hombre, pero también el hombre actual se mete de todo, por la nariz, por la boca y por donde pille. Me lo decía hace días un amigo, en Zamora: “No te imaginas la cantidad de cosas que se mete hoy la gente”. Esa mezcla de alcohol, pastillas, ácidos, cocaína, polen, y lo que sea, fomenta la violencia que nos toca padecer.