La muerte no debe corregir en modo alguno la imagen que tenemos de alguien.
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Para hacer algo comprensible, tenemos que exagerar, le había dicho, sólo la exageración hace las cosas evidentes, y tampoco el peligro de que nos consideren locos nos molesta ya a una edad avanzada.
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Todas esas gentes odian lo que yo quiero, desprecian lo que aprecio, les gusta lo que no me gusta.
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Me considero capacitado y competente para escribir lo que me parezca digno de ser escrito, porque es importante para mí y, por añadidura, me causa un gran placer, según pienso.
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El mejor método para liberarse de la obra de un escritor que, en el sentido que sea, no nos deja en paz, ya sea porque se la tiene en la más alta estima, ya sea porque se la aborrece, es conocer a su creador.
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Otra vez tengo algo en la cabeza. Extinción se llamará probablemente, pensé, con ello trataré de extinguir todo lo que se me ocurra, todo lo que escriba en esa Extinción quedará extinguido, me dije. Me gustaba ese título, de ese título se desprendía para mí una gran fascinación. Cómo se me ocurrió, no lo sé ya. Creo que es de Maria, que al fin y al cabo me llamó también una vez extintor. Que soy un extintor, afirmó. Y que lo que llevo al papel es lo extinguido. En Roma intentaré escribir esa Extinción, pero me exigirá un año y no sé si tendré fuerzas para mantenerme dispuesto un año solo para esa Extinción, pensé. Para concentrarme en ella. Escribiré esa Extinción y, una y otra vez, discutiré con Gambetti lo que se refiera a esa Extinción, y con Spadolini y Zacchi y naturalmente con Maria, pensé, sin que sepan que tengo esa Extinción en la cabeza, debatiré con ellos todo lo que se refiera a esa Extinción.
[Alfaguara. Traducción de Miguel Sáenz]