Una laguna es un intento de esclarecer un misterio. Es un trabajo detectivesco sobre tu vida. Una laguna es: "¿Qué pasó anoche?, ¿quién eres?, ¿por qué estamos follando?".
Mientras me acurruco en sus brazos las preguntas se amontonan. Pero una tiene más peso que las demás. En la literatura, es la que da pie a los grandes viajes, porque a menudo los héroes se encuentran en selvas profundas y oscuras y se ven obligados a abrirse camino a machetazos. Pero para el bebedor que tiene lagunas, es la pregunta que generará otro sábado asqueroso.
"¿Cómo he acabado aquí?".
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Las historias que cuentan las mujeres son aterradoras, pero de otra forma. Tal como dice Aaron White: "Cuando los hombres se ponen ciegos, hacen cosas. Cuando las mujeres se ponen ciegas, se las hacen a ellas".
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Este libro quizá parezca una biografía satírica. Escribo sobre cosas de las que no me acuerdo. Pero recuerdo mucho de esas lagunas. Las lagunas me tumbaron y siguen acechándome. Las lagunas me descubrieron lo impotente que había llegado a ser. Las noches que no consigo recordar son las noches que jamás olvidaré.
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Los verdaderos borrachos esperan, atentos al momento en el que tocan fondo. Tu cara choca continuamente contra un muro de ladrillos, pero esperas poder destrozártela y seguir tu camino. Quedar herido, pero no destruido. Es una apuesta. ¿Cuántos riesgos quieres correr? ¿Cuántos percances necesitas?
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Cuando dejas de beber te sorprende la forma en que el alcohol se cuela en la estructura social. La bebida es el centro de las bodas, festividades, cumpleaños, fiestas en la oficina, funerales, suntuosas visitas a locales exóticos. Pero la bebida también es el centro de la vida diaria. "Vamos a tomar una copa", nos decimos, cuando en realidad lo que queremos decir es: "Vamos a pasar un rato juntos". Es como si, de no haber alcohol, no supiéramos qué hacer. Si dijéramos: "Vamos a dar un paseo por el parque" nos lanzarían miradas perplejas.
[Pepitas de calabaza. Traducción de Enrique Alda]