domingo, junio 23, 2019

Mi padre, el pornógrafo, de Chris Offutt



Nuestra conversación cayó en un largo silencio. Volvió a hablar:
-Me sorprende no tener ningún miedo. He vivido bastante bien. Ahora sabré si de verdad existe un más allá. O si no es más que un largo descanso del que ni me voy a enterar. Cuesta pensar en un mundo sin mí.
Hay momentos en la vida de las personas en los que tiene lugar un evento significativo del que no son conscientes: la última vez en que aúpas a un hijo antes de que pese demasiado, el último beso de un matrimonio echado a perder, la visión de un paisaje que adoras y que nunca volverás a ver. Semanas más tarde, me di cuenta de que aquellas fueron las últimas palabras que me dirigió papá.

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La pérdida de uno de los padres se lleva una especie de paraguas contra el inclemente tiempo de la vida. Independientemente de su estado –tela rasgada y varillas rotas–, uno siempre lo había tenido a mano para protegerse y tener cierta seguridad. La muerte de papá me convertía en el cabeza de familia oficial, en el encargado de tomar decisiones, en el siguiente en la cola de la muerte. Ahora tenía que proveer de mi propio paraguas a mis hermanos, a mi madre y a mí mismo.

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Para la mayoría de las personas, la infancia es un refugio de tiempos en los que todo era más sencillo. Las crecientes responsabilidades de la edad adulta dotan al pasado de inocencia y júbilo: un verano que parece no tener fin, la vastedad de un cielo nocturno, el fundido del invierno al alborozo de la primavera. La infancia mejora a medida que envejecemos y nos alejamos de ella.

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A menudo, papá me decía que la primera obra de un escritor era la mejor, porque ponía en ella toda su vida. Todo lo que escribiera después contenía a lo sumo la acumulación de varios años.

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En el momento de su muerte, papá había sobrevivido a escritores más viejos a los que admiraba, se había distanciado de sus contemporáneos y se negaba a hacer amigos entre los recién llegados. Todos sus libros estaban descatalogados.

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La idea de que el porno evitaba que matara mujeres era un autoengaño que justificaba su impulso de dibujar mujeres atormentadas. Creer que habría sido un asesino en serie de no haber sido por la pornografía que creaba era otra de sus fantasías, una que le permitió entregarse por entero a sus obsesiones. Necesitaba creer en una causa mayor a fin de continuar su obra. Admitir que le gustaba suponía demasiada carga.


[Malas Tierras. Traducción de Ce Santiago]

Próximamente: Un día más en el paraíso



De Eddie Little. En Sajalín Editores.

martes, junio 18, 2019

Los últimos días de Emmanuel Kant, de Thomas de Quincey



Doy por sentado que toda persona instruida sentirá cierto interés por la vida personal de Emmanuel Kant, aunque le hayan faltado afición y oportunidades para conocer sus ideas filosóficas. Los grandes hombres, aun cuando caminen por senderos poco comprensibles, siempre serán objeto de la curiosidad general. Considerar a un lector del todo indiferente a Kant, significaría negarle cualquier estímulo intelectual; por consiguiente, aunque realmente no estuviera interesado en Kant, sería un mandamiento de la cortesía decir que sí le interesa. Así que no me disculparé ante ningún lector, ya sea filósofo o no, godo o vándalo, huno o sarraceno, por robarle algo de su tiempo con un breve esbozo de la vida y costumbres domésticas de Kant, basado en informes auténticos de sus amigos y discípulos.

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Pero regresemos al modo en que transcurría el día de Kant. Inmediatamente después de que se quitara la mesa, salía al aire libre para caminar un poco. Aquí, sin embargo, no llevaba a ningún acompañante, en parte quizá porque después de la charla y la relajación creía necesario volver a sus meditaciones, en parte (como he sabido casualmente) por el motivo peculiar de que sólo quería respirar por la nariz, lo que era imposible si tenía que abrir constantemente la boca para hablar. Esto lo fundamentaba diciendo que el aire llegaba hasta los pulmones por un camino más largo, así podía calentarse y suavizarse, no causando irritaciones.

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Kant despreciaba toda comodidad y toda blandura; con el clima más duro le bastaban cinco minutos para quitar el incipiente frío de la cama con su calor corporal. Si tenía que abandonar su habitación por la noche (estaba siempre a oscuras, ya fuese de día o de noche), se orientaba por un cordel dispuesto al efecto, que todas las noches ataba a la pata de la cama y que conducía a la habitación contigua.

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Como ocurre con frecuencia en estos casos, conservaba una memoria espléndida sobre acontecimientos lejanos de su vida y podía recitar, con asombrosa exactitud, largas estrofas de poemas alemanes y latinos, especialmente de la Eneida, mientras que se olvidaba de las palabras que acababa de decir. El pasado aparecía en primer plano con la vivacidad y claridad de una experiencia inmediata, mientras que el presente se hundía en la noche de los tiempos.

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El 3 de febrero los hilos de su vida parecieron haber perdido su tensión, pues ya no comió nada. A partir de ese día su existencia se pareció al último ímpetu de una vida de ochenta años después de haberse detenido el mecanismo. El médico vino todos los días a la misma hora y convinimos en que yo estuviese siempre presente.


[Valdemar. Traducción de José Rafael Hernández Arias]

Próximamente: Hiere, negra espina



De Claude Louis-Combet. En Periférica.

jueves, junio 13, 2019

Corazón giratorio, de Donal Ryan



Esta novela está estructurada con monólogos de distintos personajes. Como ya la comento en mi texto para El Plural, dejo aquí unos fragmentos con la procedencia de cada uno:

Bobby

Mi padre sigue viviendo al final del camino, después de la represa, en la casucha donde me crié. Voy a verlo todos los días para comprobar si se ha muerto, y todos los días me decepciona. No ha dejado de decepcionarme un solo día. Me sonríe, con esa sonrisa espantosa. Sabe que voy a comprobar si se ha muerto. Sabe que sé que lo sabe. Ríe con esa sonrisa torcida. Le pregunto si le va todo bien y él se limita a reír. Nos miramos un rato y cuando ya no aguanto la peste que despide, me voy. Suerte, digo, te veo mañana. Me verás, responde. Así será, lo sé.
En el centro de la verja baja de la entrada hay un corazón rojo de metal ensartado en una bisagra giratoria. Ahora está desconchado; del rojo apenas queda nada. Habría que rascarlo, lijarlo, pintarlo, engrasarlo. Aun así sigue girando con el viento. Al alejarme oigo que chirría, chirría, chirría. Un corazón giratorio, desconchado, chirriante.
[…]

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Brian

[…]
Los tipos como Bobby Mahon lo tienen fácil. No es la estrella que más brilla en el firmamento, pero es todo un hombre. No tiene nada que demostrar. Kenny cree que es como Paul Newman en La leyenda del indomable, no había hijoputa capaz de doblegarlo. Consumió el palo de hurling de tanto pegarle al atacante central del McDonagh cuando terminó la final del condado que casi ganamos. Después lo lanzó lejos y se agarró a trompadas con cinco o seis tipos antes que el sargento Jim Gildea y unos doce huevones más fueran a separarlo de los chicos del McDonagh.
[…]

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Rory

[…]
Ahora hasta el último idiota va por ahí quejándose de que el país se va a la mierda. La gran puta, cómo me cansan. El país se va a la mierda, el país se va a la mierda, el país se va a la mierda; los mismos idiotas que hace unos años se quejaban de que el país había enloquecido por el dinero. Te los encuentras en las tiendas, reunidos en corros miserables, comparando estrecheces.
[…]

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Triona

[…]
Bobby odiaba a su padre y nunca superó la muerte de su madre; se consideraba un fracasado por no haber sabido protegerla de la lengua viperina de su padre. Las humillaciones de Frank la mandaron a la tumba. Tres años tardé en sonsacárselo. Al principio de conocerlo, le pregunté a Bobby por qué se había distanciado de su madre. Me dijo que habían dejado de hablarse para que su padre no se metiera con ellos, que se acostumbraron y que así siguieron.
[…]


[Sajalín Editores. Traducción de Celia Filipetto]

miércoles, junio 05, 2019

Lagunas, de Sarah Hepola


Una laguna es un intento de esclarecer un misterio. Es un trabajo detectivesco sobre tu vida. Una laguna es: "¿Qué pasó anoche?, ¿quién eres?, ¿por qué estamos follando?".
Mientras me acurruco en sus brazos las preguntas se amontonan. Pero una tiene más peso que las demás. En la literatura, es la que da pie a los grandes viajes, porque a menudo los héroes se encuentran en selvas profundas y oscuras y se ven obligados a abrirse camino a machetazos. Pero para el bebedor que tiene lagunas, es la pregunta que generará otro sábado asqueroso.
"¿Cómo he acabado aquí?".

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Las historias que cuentan las mujeres son aterradoras, pero de otra forma. Tal como dice Aaron White: "Cuando los hombres se ponen ciegos, hacen cosas. Cuando las mujeres se ponen ciegas, se las hacen a ellas".

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Este libro quizá parezca una biografía satírica. Escribo sobre cosas de las que no me acuerdo. Pero recuerdo mucho de esas lagunas. Las lagunas me tumbaron y siguen acechándome. Las lagunas me descubrieron lo impotente que había llegado a ser. Las noches que no consigo recordar son las noches que jamás olvidaré.

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Los verdaderos borrachos esperan, atentos al momento en el que tocan fondo. Tu cara choca continuamente contra un muro de ladrillos, pero esperas poder destrozártela y seguir tu camino. Quedar herido, pero no destruido. Es una apuesta. ¿Cuántos riesgos quieres correr? ¿Cuántos percances necesitas?

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Cuando dejas de beber te sorprende la forma en que el alcohol se cuela en la estructura social. La bebida es el centro de las bodas, festividades, cumpleaños, fiestas en la oficina, funerales, suntuosas visitas a locales exóticos. Pero la bebida también es el centro de la vida diaria. "Vamos a tomar una copa", nos decimos, cuando en realidad lo que queremos decir es: "Vamos a pasar un rato juntos". Es como si, de no haber alcohol, no supiéramos qué hacer. Si dijéramos: "Vamos a dar un paseo por el parque" nos lanzarían miradas perplejas.


[Pepitas de calabaza. Traducción de Enrique Alda]