miércoles, junio 27, 2018

Casa Desolada, de Charles Dickens



Es curiosa la manera en que a veces llegamos a algunos libros. Empecé a interesarme por Casa Desolada hace ya unos cuantos años: en uno de mis viajes a Londres, sentados en un pub cuyo nombre ahora no recuerdo (pero sé que lo anoté en alguna libreta), vi en el interior una placa en la que mencionaban la novela y contaban algunos pormenores de la misma. Aquello me condujo a buscarla en España, a nuestro regreso, y por entonces había una edición elegante de Valdemar con traducción e introducción de José Rafael Hernández Arias y en tapas duras. La compré en seguida, pero su volumen (en torno a 1.000 páginas) me hizo posponer la lectura una y otra vez. En junio de este año por fin me decidí.

Una de las grandes virtudes de la prosa de Charles Dickens es que uno no se fatiga leyéndolo, pese a la cantidad de personajes que cruzan siempre por las páginas de sus novelas. Hay algo en el ritmo, en la manera de enganchar al lector, en la calidad de las descripciones, en los matices de los personajes (sobre todo los villanos, que suelen ser para enmarcar), y en los espléndidos diálogos que consiguen que sean historias intemporales, que nunca se queden añejas.

Casa Desolada es el libro predilecto de Dickens para muchos autores (Harold Bloom y Vladimir Nabokov entre ellos), y no me sorprende, aunque de momento sigo prefiriendo Grandes esperanzas. Uno de los aciertos de la novela es que utiliza a dos narradores, en capítulos más o menos alternos: un narrador en tercera persona, sin nombre, y una narradora en primera persona, Esther Summerson, la chica sobre la que giran todos los ejes del libro. Al principio de la novela, Esther entra en Casa Desolada, la vivienda de los Jarndyce, donde la acoge su tutor, Mr. John, porque fue abandonada de niña por sus padres y no tiene a nadie en el mundo desde el momento en que su madrina fallece y la deja sola. Sobre la vida de Esther siempre gravita un misterio: ¿quién era su madre y por qué ella es distinta de los otros niños? Lo que nos cuenta Dickens es el curso de la vida de esta chica hasta que va encontrando respuestas en su camino, y en torno a ella pululan numerosísimos personajes (tantos que a veces uno se pierde): médicos, damas de alta alcurnia, detectives, abogados, locos y locas, tenderos, huérfanos, sirvientas… Tratar de bosquejar su argumento es una tarea bastante compleja, y al fin y al cabo da igual: Casa Desolada trata del curso de unas vidas, de cómo salen adelante o caen al barro unos cuantos personajes, y lo que importa es la manera en que Dickens lo cuenta. Un novelón, un clásico de los grandes.


[Valdemar. Traducción de José Rafael Hernández Arias]

viernes, junio 22, 2018

Minué para guitarra (en veinticinco disparos), de Vitomil Zupan



La novela de Vitomil Zupan sobre la Segunda Guerra Mundial abarca dos tiempos, que el autor esloveno va mezclando en su narración: los años 40, cuando el narrador se une a los partisanos en su lucha contra el ejército nazi; y el 73, cuando está en Mallorca y charla sobre conflictos bélicos con un antiguo soldado alemán. Es uno de los libros de guerra donde con más precisión se refleja lo que, a menudo, otras narraciones ocultan o pasan por alto o no mencionan: el estado del cuerpo y de la mente de los soldados mientras respectivamente van acumulando mugre y alucinaciones, sudor y pesadillas, hambre y visiones terroríficas; lo incómodo que uno está consigo mismo mientras camina con calcetines sudados, ha dormido poco y mal, tiene piojos y sed y un cansancio infinito. En ese estado no es difícil volverse loco:

En el ejército, los locos actúan con cordura, mientras que somos los otros los que la perdemos. En el ejército, los enfermos del corazón se curan, las úlceras de estómago desaparecen y el dolor causado por el reuma se desvanece.

Los protagonistas de Minué para guitarra buscan a menudo huecos entre la maleza para poder defecar. Algunos tienen almorranas por culpa del estreñimiento. Es una necesidad que, con el miedo y la mala y escasa alimentación, en el escenario de guerra se convierte en una tortura. En pocas novelas sobre el género hemos leído sobre esto. Sólo se me ocurren ahora los libros de Céline. Quizá porque a Vitomil Zupan se le nota cierta influencia, en algunos pasajes, del maestro que escribió Viaje al fin de la noche. Como la novela está escrita en los 70, en vez de en los 50, se perciben también ciertas técnicas postmodernistas en su estructura, en algunos tramos de su estilo, y en todas esas abundantísimas citas literarias que preceden los capítulos, y esto es algo que se agradece mucho porque la narración huye de ciertos modelos un poco típicos. Vitomil Zupan capta en estas páginas, con algunos párrafos verdaderamente memorables, todo el horror de una guerra y el absurdo de la misma. Quizá le sobren algunas páginas, pero en realidad da igual: el escritor trata de reflejar la música de la guerra y lo que nos devuelve es la música de la literatura. Unos extractos:  

Los hombres se parecían cada vez más unos a otros. Encorvados, empapados, sucios y sin afeitar. Estaban perdiendo su identidad. De vez en cuando tenía que fijarme en la cara y los ojos de alguien a quien creía conocer para recordar de qué lo conocía. También había tipos gallardos que mantenían la cabeza alta y los pies separados en actitud heroica. Admiraba su determinación por no mostrarse débiles.

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Supongo que todos piensan que los soldados sufren horrores. Pero el soldado no tiene tiempo para sufrir, ni siquiera para pensar en su familia. Sobrevivir es lo único que le importa. Todo lo que lleva dentro, todos sus sentimientos, quedan reducidos a un ovillo… y cuanto más tiempo pasa en el frente, más duro se hace el ovillo… Hay quien dice: "Si he salido con vida tres veces, puedo aguantar una cuarta". Y otros piensan que no hay ninguna razón que les garantice la supervivencia. Lo que quiero decir es que los pesimistas, los melancólicos y los pacifistas lo pasan muy mal cuando están de servicio. Es algo que se hace evidente en el escenario de la retaguardia. Algunos son capaces de olvidar y cantan, bromean, se desahogan… y otros se limitan a observarlos sumidos en el desconcierto.

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Cuesta describir la rapidez a la que un ser humano es capaz de recuperar las fuerzas. Basta con un poco de comida, un sorbo de sopa, un pequeño descanso, un cigarrillo y un rato de charla, para que vuelva a la vida.

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Así es como avanzan los ejércitos. Tan pronto te encuentras en medio del caos, con el mundo desmoronándose a tu alrededor, acompañado de hombres que caen, resbalan, corren, matan y mueren; como te despiertas en una mañana tranquila, sin rastro de muertos ni heridos, sin huellas de la batalla, avanzando por un agradable y tranquilo camino que serpentea hacia el valle. No importa si conoces o no a tus acompañantes. El caso es que avanzáis juntos para cumplir con vuestro cometido. Y así pasa otro día.


[Sajalín Editores. Traducción de Xavier Farré. Traducción revisada y corregida por Ana Crespo. Traducción de fragmentos en alemán: Josep Clusa. Traducción de fragmentos en ruso: Luis Marcelino]

martes, junio 19, 2018

Próximamente: Drugstore Cowboy



De James Fogle. En Sajalín Editores.

El alma del rostro, de Tullio Pericoli


Un libro importante, por ejemplo, cambia a quien lo ha escrito; se graba también en su fisonomía. Si te llamas Gabriel García Márquez y escribes Cien años de soledad, no puede por menos que cambiarte, desde el momento en que se convierte en una novela de difusión mundial. Lo que el libro transmite acaba por modificar tu propia imagen: es como si tu identidad hubiese de corresponderse con la divulgada por el libro.
Estoy convencido de que una obra literaria importante y decisiva le cambia a uno hasta la cara. Pensemos en Beckett: creo verdaderamente que su cara fue modelada en parte por sus escritos.

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Los retratos son relatos. Se trata de aprender a leer estos relatos. Cuando vemos un rostro, es tan fuerte la necesidad de interpretarlo que a veces acabamos por no verlo. Para verlo tenemos que separar la visión de la interpretación: tenemos que dejar de leer los trazos para leer la forma. La dificultad del retrato está precisamente en poner juntos estos dos momentos. Cuando se trata de caras de amigos es todavía más difícil.
El retrato es también, siempre, un relato incompleto, en curso de escritura, cuyo futuro se debería lograr imaginar. Hay retratos que con el tiempo se hacen más parecidos.

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El retrato fotográfico es el retrato del pasado. De algo muerto, que muere en el momento en que tiene lugar la toma. La máquina fotográfica no es capaz de prever lo que puede acontecerle después al rostro, ya que para el ojo mecánico no existe. Por el contrario, el retrato, dibujado, pintado, puede aspirar a vivir también del después y a contar algo que todavía no existe. Alguna vez me ha sucedido, para mi satisfacción, hacer retratos que han crecido en el tiempo, como si los rostros, por no sé qué juego extraño y mágico, se hubiesen aproximado al retrato ya hecho. Hawthorne hablaba de "retratos proféticos".


[Ediciones Siruela. Traducción de María Condor]

viernes, junio 15, 2018

Selección de escritos, de Robert Smithson


Las películas dan una pauta ritual a la vida de muchos artistas, y esto produce un cierto misticismo de "bajo presupuesto" que los mantiene en un trance continuo. "La sangre y las vísceras" de las películas de horror satisfacen sus "necesidades orgánicas"; mientras que el "acero frío" de las películas de ciencia ficción, satisface sus "necesidades inorgánicas".

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Los artistas a quienes les gustan las películas de horror tienden hacia lo emotivo, mientras que aquellos a los que les gusta la ciencia ficción tienden hacia lo perceptivo.

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El autobús pasó sobre el primer monumento. Tiré de la cuerda-timbre y bajé en la esquina de la Union Avenue y River Drive. El monumento era un puente que cruzaba el Río Passaic, conectando el condado del mismo nombre con el de Bergen. El sol de mediodía le daba un toque cinematográfico al lugar: el puente y el río parecían una imagen sobreexpuesta. Capturarlos con mi Instamatic 400 fue como fotografiar una fotografía. El sol se convirtió en un monstruoso reflector que proyectaba una serie dispersa de "fotogramas" desde mi Instamatic hasta mi ojo. Caminar sobre el puente fue como entrar a una enorme fotografía hecha de madera y de acero; por debajo, el río existía como una gigantesca película que lo único que mostraba era un vacío continuo.

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Estoy convencido de que el futuro está perdido en alguna parte de los basureros del pasado no-histórico; está en los diarios de ayer, en los cándidos anuncios de películas de ciencia ficción, en el espejo falso de nuestros sueños descartados. El tiempo convierte las metáforas en cosas, y las amontona en cuartos helados, o las deja en los parques celestiales de los suburbios.

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El último monumento era una caja de arena, o la maqueta de un desierto. Bajo la mortecina luz de la tarde de Passaic, el desierto se convirtió en un mapa de desintegración y olvido infinitos. Este monumento de partículas diminutas chispeaba ante la luz estéril del sol, y recordaba a la triste disolución de los continentes, a la evaporación de los océanos –no más bosques verdes y altas montañas–; todo eso existía donde millones de granos de arena (un vasto depósito de huesos y rocas) se desmenuzaban hasta convertirse en polvo. Cada grano de arena era una metáfora exánime que equivalía a la atemporalidad, y para descifrar tales metáforas era necesario atravesar el espejo ilusorio de la eternidad. 

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De algún modo esto sugiere que el cine ofrece un escape temporal o ilusorio de la disolución física. La inmortalidad artificial de la película le da al espectador una ilusión de control sobre la eternidad. Pero "las superestrellas" se están desvaneciendo.

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En los ilusorios babeles del lenguaje, un artista podría avanzar específicamente para perderse y para intoxicarse con sintaxis vertiginosas, en busca de extrañas intersecciones de significado, de raros pasillos de historia, de ecos inesperados, de humores desconocidos o de vacíos de conocimiento… Pero esta búsqueda es arriesgada; está llena de ficciones insondables y de infinitas arquitecturas y contra-arquitecturas…

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El lenguaje de las palabras y de las rocas respeta una sintaxis de grietas y rompimientos. Analice cualquier palabra y descubrirá que se despliega en una serie de fallas, conformando un terreno de partículas; cada una de estas partículas engloba su propio vacío.

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La poesía, perdida para siempre, debe rendir su propia vacuidad; es, de alguna manera, un producto del agotamiento, y no de la creación. La poesía siempre es un lenguaje agonizante, pero nunca un lenguaje muerto.

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El caminar condicionaba la vista, y la vista condicionaba el caminar, hasta que dio la impresión de que sólo los pies podían ver.

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El recuerdo de lo que no es puede ser mejor que el olvido de lo que es.

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A los artistas no les motiva una necesidad de comunicar algo; su única condición es viajar por lo insondable.

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La simple visión de los fragmentos de basura y desperdicios atrapados nos transportaba a un mundo de prehistoria moderna.


[Alias. Traducciones de María Orvañanos y Eva Quintana Crelis]

martes, junio 12, 2018

Pesadilla en rosa, de John D. MacDonald


Recomendamos aquí, años atrás, el primer caso del detective y/o recuperador y/o cazarrecompensas Travis McGee: Adiós en azul, que rescató Libros del Asteroide, y que continúa con la segunda entrega de las novelas protagonizadas por este peculiar investigador: Pesadilla en rosa.

Si ya la primera entrega era una delicia, una novela negra diferente (sobre todo por el carisma de su protagonista: caradura, simpático y seductor, una especie de Han Solo de las calles), ésta no lo es menos. Travis McGee se traslada a Nueva York para echarle un cable a un viejo amigo que pasa sus últimos días en un hospital: al novio de su hermana lo asesinaron en plena calle y el hombre quiere respuestas y quiere saber dónde está el dinero del que ella le había hablado. McGee es un tipo sin oficio fijo, hasta que de vez en cuando nota que necesita dinero y hace lo que sea para embolsarse una pasta, normalmente ejerciendo de investigador para terceros. Él mismo lo explica al principio:

Llevar una vida de zángano playero cuesta dinero, si uno lo quiere hacer con estilo. Si el dinero entra de manera regular eso significa que uno está trabajando para ganarlo y pierde su estatus. Tengo que conseguir una buena tajada de tanto en tanto para mantener mi estilo de vida. La verdad es que no creo que la vida y milagros de Nina Gibson me hubiera interesado mucho si no le hubieras transmitido a tu hermano la impresión de que tu novio había estado amasando una considerable cantidad de dinero no se sabe cómo. Cuando oí esto se me dispararon las antenitas que llevo en las orejas. Donde hubo algo, puede que haya más. Me gusta acudir al rescate cuando huelo que hay dinero.

Pesadilla en rosa se disfruta como las grandes novelas de detectives, entre pasajes de sexo y amor y momentos brutales, como cuando prometen a McGee que le van a hacer una lobotomía (un pasaje que juraría que ha inspirado momentos de algunas películas como Conspiración o incluso La cura del bienestar). Pero lo mejor de todo, aparte del entretenimiento que proporciona su lectura, es que de vez en cuando el narrador, McGee, nos proporciona inesperadas reflexiones sobre la violencia callejera o lo que significa una mujer de verdad, y aquí van dos ejemplos:

No tardará en llegar el momento en que cuando dos desconocidos choquen en pleno mediodía en alguna calle de Nueva York, no se limiten a gruñirse y seguir cada uno su camino: se detendrán, se mirarán fijamente y saltarán al cuello del otro en medio de un aterrador silencio. Y la infección se extenderá por la ciudad. Las ancianas aplastarán cráneos con sus mortíferos bolsos. Los coches invadirán las concurridas aceras. Los conductores acelerarán sus automóviles y se estrellarán. El fenómeno se extenderá por todas las grandes ciudades del mundo y al alba del día siguiente habrá un horripilante silencio repleto de cadáveres desparramados, vehículos volcados, edificios destrozados y algunas columnas de humo. Y en medio de ese silencio, aparecerán vagando unos pocos, muy pocos, seres humanos especialmente resistentes, con la ropa hecha jirones y cubiertos de sangre, moviéndose lentamente y rastreándose unos a otros.

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Una mujer de pies a cabeza está mucho más preparada que cualquier hombre para afrontar la realidad, los aspectos elementales de la vida, la sangre, el dolor y el desbarajuste que le son inherentes; una mujer de pies a cabeza es capaz de limpiar y de curar. Esta cualidad les proporciona la inagotable pasión que ponen en sus empeños y sus objetivos.


[Libros del Asteroide. Traducción de Mauricio Bach]

domingo, junio 10, 2018

Acerca de la ciudad, de Rem Koolhaas


Para sobrevivir, el urbanismo tendrá que imaginar una nueva novedad. Liberado de sus obligaciones atávicas, el urbanismo, redefinido como un modo de actuar en lo inevitable, atacará a la arquitectura, invadirá sus trincheras, la expulsará de sus bastiones, minará sus certezas, hará estallar sus límites, ridiculizará sus preocupaciones sobre la materia y el fundamento, destruirá sus tradiciones y dejará en evidencia a quienes la practican.

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Más que nunca, la ciudad es todo lo que tenemos.

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Al hacerse más y más grandes, y equipados con más servicios no vinculados a los viajes, los aeropuertos están en vías de reemplazar a la ciudad. La situación de estar "en tránsito" se está volviendo universal. En conjunto, los aeropuertos contienen poblaciones de millones de habitantes, además de contar con la plantilla laboral más grande que se conoce. En cuanto a lo completo de sus servicios, son como barrios de la Ciudad Genérica, a veces incluso son su razón de ser (¿su centro?), con la atracción añadida de ser sistemas herméticos de los que no hay escapatoria, salvo para ir a otro aeropuerto.

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La calle ha muerto. Ese descubrimiento ha coincidido con los frenéticos intentos de su resurrección. El arte público está por todas partes: como si dos muertes hiciesen una vida. La peatonalización –pensada para conservar– simplemente canaliza el flujo de los condenados a destruir con sus pies el objeto de su veneración.

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Resulta extraño que quienes tienen menos dinero habiten el artículo más caro (la tierra) y los que pagan habiten lo que es gratis (el aire).

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El envejecimiento en el "espacio basura" es inexistente o catastrófico; a veces, todo un "espacio basura" –unos grandes almacenes, un club nocturno, un apartamento de soltero– se convierte en una pocilga de la noche a la mañana y sin avisar: la potencia eléctrica disminuye imperceptiblemente, las letras se caen de los carteles, los aparatos de aire acondicionado empiezan a gotear, aparecen grietas como de terremotos no registrados; algunos sectores se pudren, ya no son viables, pero permanecen unidos al cuerpo principal por medio de pasajes gangrenosos.

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Una mitad de la población produce un nuevo espacio; la mitad más próspera consume el viejo espacio.

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La mitad de la humanidad contamina para producir y la otra mitad contamina para consumir.

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El sujeto queda despojado de privacidad a cambio del acceso a un nirvana de crédito. Somos cómplices en el rastro de huellas dactilares que dejan nuestras transacciones; lo saben todo de nosotros, excepto quiénes somos.   


[Editorial Gustavo Gili. Traducción de Jorge Sainz]

miércoles, junio 06, 2018

Antigua sabiduría gonzo, de Hunter S. Thompson


Más o menos desde que leí Miedo y asco en Las Vegas (o quizá desde Los Ángeles del Infierno, ya que no recuerdo con cuál empecé), Hunter S. Thompson se convirtió para mí en uno de esos escritores de los que suelo comprarme todo: novelas, crónicas, cartas, entrevistas… Lo mismo me da. Aparte de ser un escritor muy chiflado y muy auténtico, lo que más me interesa de Thompson es cómo le confería un toque humorístico a la realidad. Sus observaciones suelen hacerme reír mucho. Recuerdo, por ejemplo, lo que me divertí con Mescalito o con El escritor gonzo. También me interesaba Tom Wolfe, que murió hace poco: pero Wolfe, aunque era un analista obsesivo del entorno y un reportero sin igual, no gastaba tanto humor como Thompson.

Antigua sabiduría gonzo, libro editado y seleccionado por Anita Thompson, recopila las entrevistas que le hicieron entre 1967 y 2005, año en el que se suicidó. Thompson habla de política, de sociedad, de cine, de bandas de motoristas, de drogas, de periodismo, de armas, de amigos (Johnny Depp, Tom Wolfe, Allen Ginsberg, Ken Kesey…). Lo único que se echa de menos es que hable poco de literatura, de sus autores predilectos o de sus lecturas habituales. Pero para el fanático del autor, como yo, este libro de unas 500 páginas es un festín, y viene a completar aquel otro de entrevistas que publicaron en Gallo Nero: El último dinosaurio. Aquí se puede acceder a las primeras páginas.


[Sexto Piso. Traducción de Javier Guerrero]

lunes, junio 04, 2018

Antón Chéjov, de Natalia Ginzburg


Antón Chéjov nació en Taganrog el 17 de enero de 1860. Taganrog era una pequeña ciudad del sur de Rusia, a orillas del mar de Azov. Hasta mediados del siglo XIX había sido un centro de actividades comerciales animado y próspero, pero después, por distintas razones –el estancamiento del puerto, la competencia de Rostov del Don– perdió su antiguo prestigio. Al nacer Chéjov, la ciudad llevaba mucho tiempo en declive. El escritor la recordará como un arrabal soñoliento, habitado por gente indolente: noches oscuras y vacías; callejuelas embarradas; en verano, polvo y moscas; el agua era escasa e infecta, y el pan, pésimo.

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Escribía en los momentos libres. Su cara era muy ruidosa: su hermano Alexandr llegaba borracho, e insultaba a la hermana y a la madre; Nikolai también regresaba borracho tras varios días de ausencia, en los que nadie sabía dónde se metía; venían los parientes con niños pequeños. Chéjov no disponía de un rincón tranquilo para él solo.

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Chéjov sabía desde hacía tiempo que estaba tuberculoso, pero ahora los médicos le habían diagnosticado una tuberculosis grave, que afectaba toda la zona alta de los pulmones. Debía cambiar de vida. Alimentarse bien, descansar y dejar sus labores de médico. El escritor les pidió a sus hermanos que no le dijesen nada a sus padres sobre la gravedad de la dolencia.


[Acantilado. Traducción de Celia Filipetto]