miércoles, enero 31, 2018

El caso de Charles Dexter Ward, de H. P. Lovecraft


Aún no había leído esta novela de H. P. Lovecraft y me parece una de sus narraciones más sólidas, tanto que la considero una pequeña obra maestra. Me compré hace tiempo la versión de Miguel Temprano que editó Acantilado hace ahora unos cuatro años. Como Sprague de Camp desvela en su biografía (que pronto comentaré aquí), Lovecraft no publicó esta novela en vida.

La historia comienza a partir de la desaparición de Charles Dexter Ward de un sanatorio para enfermos mentales. A partir de ahí nos relatan los acontecimientos que lo empujaron a la locura, desde el momento en que convirtió en una obsesión total la búsqueda de las huellas de su antepasado Joseph Curwen, alguien que al parecer tuvo tratos con fuerzas ocultas y dedicó parte de su vida a explorar la alquimia. Ward se ve envuelto en extraños acontecimientos, en viajes al extranjero y en visitas a los cementerios.

Lovecraft va sumergiendo al lector desde las primeras líneas (ver el primer párrafo, más abajo) en una atmósfera siniestra y malsana, que posee el tono que luego han imitado en tantas películas ambientadas parcialmente en cementerios, en casas siniestras, en sótanos aterradores donde se custodian los misterios, en mazmorras donde agonizan criaturas que sólo una imaginación perversa puede conjurar, en laboratorios en los que invocar al más allá… Si no lo habéis leído, no os lo perdáis, y, si puede ser en la edición de Acantilado (o en la de Valdemar), mucho mejor. Aquí van unos extractos: 

No hace mucho que desapareció de un hospital privado para enfermos mentales cercano a Providence, Rhode Island, un individuo muy peculiar. Atendía al nombre de Charles Dexter Ward, y fue internado allí muy a su pesar por su afligido padre, que había visto cómo su enajenación pasaba de ser una mera excentricidad a una siniestra manía que implicaba tanto la posibilidad de tendencias homicidas como un profundo y extraño cambio en el aparente contenido de su imaginación. Los médicos admiten su considerable desconcierto ante el caso, puesto que ofrecía anomalías generales de carácter fisiológico y psicológico.
En primer lugar, el paciente parecía extrañamente mayor de lo que correspondería a sus veintiséis años. Es cierto que el desequilibrio mental acelera el envejecimiento; pero el rostro de este joven había adoptado un matiz que por norma general sólo adquieren los muy ancianos. En segundo lugar, sus funciones orgánicas mostraban unas extrañas proporciones sin parangón en la práctica médica. La respiración y el ritmo cardíaco manifestaban una sorprendente falta de simetría; había perdido la voz y no podía emitir sonidos por encima de un susurro; la digestión era increíblemente prolongada y estaba reducida al mínimo, y las reacciones neurológicas a los estímulos normales no guardaban relación alguna con ningún registro conocido, ni normal ni patológico. La piel tenía una sequedad y una frialdad enfermizas, y la estructura celular del tejido parecía exageradamente tosca e inconexa. Incluso había desaparecido una gran marca de nacimiento de color oliváceo de la cadera derecha y en cambio se le había formado en el pecho un lunar o mancha negruzca muy característica y que no tenía antes. En general, todos los médicos coinciden en que los procesos metabólicos de Ward se habían ralentizado de manera inaudita.


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Es seguro que la verdadera demencia llegó con un cambio posterior; después de que descubriera el retrato de Curwen y los documentos antiguos; de que hiciese un viaje a varios lugares desconocidos en el extranjero y entonara ciertas terribles invocaciones en circunstancias extrañas y secretas, de que recibiese ciertas respuestas a dichas invocaciones y escribiese una desquiciada carta bajo circunstancias inexplicables y angustiosas; de la oleada de vampirismo y de las inquietantes habladurías de Pawtuxet, y de que la memoria del paciente empezara a excluir imágenes contemporáneas al tiempo que su voz se iba debilitando y su aspecto físico sufría las sutiles modificaciones que muchos notaron posteriormente.

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Llevaron a Ward al hospital privado dirigido por el doctor Waite en la tranquila y pintoresca isla de Conanicut, en mitad de la bahía, donde todos los médicos relacionados con su caso lo sometieron a un estudio y un interrogatorio detallado. Fue entonces cuando repararon en las peculiaridades físicas: el metabolismo ralentizado, las alteraciones cutáneas y las reacciones neurológicas desproporcionadas.

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Tropezó con cosas que ningún mortal debería conocer, y retrocedió a épocas a las que nadie debería llegar, hasta que algo surgido de esas épocas lo engulló.


[Acantilado. Traducción de Miguel Temprano García]