jueves, mayo 25, 2017

Cartas al padre Flye, de James Agee


El verdadero veneno que lo conduce a uno al borde del suicidio (y que cualquier pensamiento positivo contrarrestaría) es el odio a sí mismo. Al menos ha sido así en mi caso. Y una de las cosas más crueles de ese odio es que, conscientemente, condensa y refuerza el desprecio que uno siente por sí mismo. Pero esto es pura palabrería porque, como le digo, ya he salido del pozo y no creo que tarde mucho en reponerme completamente. De ser así, no tengo motivos para temer una nueva recaída en mucho tiempo.

[Extracto de una carta de 1932]

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Si fuera tan quijotesco como me siento a veces, dejaría el trabajo hoy mismo. Y mañana me moriría de hambre o me quedaría sin ideas. No se me ocurre cómo resolver el problema: no sé cuál sería el camino más sencillo. Y aunque lo supiera, no sé si querría seguirlo. Si tuviera tanta confianza en mi talento como ganas de escribir, todo sería mucho más sencillo, pero mi confianza es variable y a menudo nula. Aun así, nunca disminuye lo bastante como para plantearme renunciar a escribir.

[Extracto de una carta de 1933]

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Si me lo pudiera permitir, estaría encantado de dejar que alguien de confianza me sometiera a alguna clase de cirugía cerebral, pero lo que de verdad me haría ilusión sería madurar un poco y evitarme este tipo de inquietudes. Entretanto, he cumplido treinta años y he perdido irremisiblemente todos los trenes que hubiera debido tomar.

[Extracto de una carta de 1939]


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Me quedaré aquí hasta mediados o finales de enero trabajando en un guión con John Huston: La reina de África, basado en la novela de C. S. Forester. Si no hay contratiempos podría ser una película fabulosa y si se tuerce, de lo peor de la cartelera. Creo que acabará siendo buena, puede que muy buena, pero no maravillosa ni pésima. En todo caso estoy disfrutando el trabajo: hemos abordado el guión como una comedia de enredos con un trasfondo de procacidad, tratando de hilvanar toda clase de cosas extraordinarias: poesía, misticismo, realismo, romance, tragedia…

[Extracto de una carta de 1950]


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Sé que Mia vive sumida en una tristeza crónica a causa de la angustia que siente por mí, por mis trastornos cardiacos y por lo poco que cuido de mi corazón. Estoy sin trabajo y sin dinero. La única forma que tengo a mano de mejorar mis perspectivas es el alcohol, pero debo extremar la moderación (en realidad, no debería probar ni gota). La única vía alternativa de escape es trabajar tanto como pueda…
Al diablo con todo.

[Extracto de una carta de 1951]

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Desde el último jueves del año pasado padezco ataques cardiacos frecuentes. Los periodos de calma duran uno o dos días en el mejor de los casos; en el peor, llego a tener ocho ataques al día, y son dolorosísimos. Por fortuna, siempre logro controlarlos con píldoras de nitroglicerina, así que espero que no tengan que volver a hospitalizarme. Desde luego, veo regularmente al médico, y la semana que viene tengo programada una visita con el mejor cardiólogo de Nueva York.

[Extracto de una carta de 1955]

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Más allá de esto hay poco que contar, salvo que tengo la sensación de estar a punto de morir: me ha invadido una lentitud atroz en todos los sentidos, y muy especialmente en lo que respecta al trabajo.

[Extracto de una carta de 1955]


[Jus Ediciones. Traducción de Alex Gibert]