Los barrios residenciales de la periferia sueñan con la violencia. Dormidos dentro de sus amodorrados chalés, protegidos por benévolos centros comerciales, esperan con paciencia las pesadillas que los despertarán en un mundo más apasionado…
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El tráfico hacia Brooklands era más lento y llenaba la autopista de seis carriles construida para atraer a la población del sureste de Inglaterra hacia el Metro-Centre. Dominando el paisaje circundante, la inmensa bóveda de aluminio albergaba el centro comercial más grande del Gran Londres, una catedral del consumismo cuyos fieles superaban con creces a los de las iglesias cristianas.
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El consumismo dominaba la vida de sus habitantes, que parecían estar comprando todo lo que hacían.
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-[…] Tengo que volver a buscar el coche.
-¿El coche? –Fairfax quitó importancia a eso con un ademán. Bajó la voz, como si las sombras de la plaza desierta pudieran oírlo–. Mire a su alrededor, señor Pearson. Nos enfrentamos a un nuevo tipo de hombre y mujer: de mentalidad estrecha, pasivos, apretando en la mano las tarjetas de las tiendas. Creen todo lo que les dicen personas como usted o como yo. Quieren que los engañen, quieren que los lleven a comprar la última basura. Su educación proviene de los anuncios publicitarios de la televisión. Saben que las únicas cosas que tienen algo de valor son las que pueden meter en una bolsa. Ésta es una zona de peste, señor Pearson. Una peste llamada consumismo.
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Eran alegres pero curiosamente amenazadores, como si celebrar el fútbol fuera para ellos la última esperanza violenta de la sociedad.
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Como todos los grandes centros comerciales, el Metro-Centre aliviaba el malestar, desactivaba su propia amenaza y ofrecía un bálsamo a los cansados.
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-Lo siento. Dígame, señor Kumar, toda esa violencia… ¿de dónde cree que sale?
-¿Del Metro-Centre? Es posible.
-¿Cómo? No es más que una tienda grande.
-Es más que una tienda, señor Pearson. Es una incubadora. La gente entra allí y se despierta, y ve que su vida está vacía. Así que busca un nuevo sueño…
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-[…] Hay una enorme cantidad de violencia en la calle. La gente no lo sabe, pero se aburre soberanamente. El deporte es un gran síntoma. Si el deporte desempeña un gran papel en la vida de la gente es porque la gente está mortalmente aburrida y esperando para romper los muebles.
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-¿Para qué sirve la libertad de expresión si uno no tiene nada que decir? Seamos realistas, la mayoría de las personas no tienen nada que decir, y lo saben. ¿Para qué sirve la intimidad si no es más que una prisión personalizada? El consumismo es una empresa colectiva. Aquí la gente quiere compartir y celebrar, quiere reunirse. Cuando vamos de compras participamos en un ritual colectivo de afirmación.
-Entonces, ¿ser moderno ahora significa ser pasivo?
[…]
-¿Y el consumismo?
-Celebra el acercamiento. Compartir sueños y valores, esperanzas y placeres. El consumismo es optimista y progresista. Naturalmente, nos pide que aceptemos la voluntad de la mayoría. El consumismo es una nueva forma de política de masas. Es muy teatral, pero eso nos gusta. Nace de la emoción, pero sus promesas no son retórica hueca sino algo que está a nuestro alcance. Un nuevo coche, una nueva herramienta automática, un nuevo reproductor de CD.
[…]
-¿Y la política exige un flujo constante de regalos? ¿Un nuevo hospital, una nueva escuela, una nueva autopista…?
-Exacto. Y ya sabemos lo que sucede con los niños que nunca reciben un juguete. Hoy todos somos niños. Nos guste o no nos guste, sólo el consumismo puede mantener unida a una sociedad moderna. Toca los resortes adecuados.
-Entonces… el liberalismo, la libertad, la razón…
-¡Fracasaron! La gente ya no quiere que apelen a ella mediante la razón. –Sangster se inclinó e hizo rodar la copa de jerez sobre el escritorio, como esperando a que se levantara por sus propios medios–. El liberalismo y el humanismo son un freno enorme para la sociedad. Explotan la culpa y el miedo. Las sociedades no son más felices cuando la gente ahorra sino cuando gasta. Lo que necesitamos ahora es un tipo de consumismo delirante, como el que se ve en los salones del automóvil. La gente tiene ansias de autoridad, y sólo el consumismo se la puede dar.
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-[…] La mayoría de las personas no se dan cuenta de lo violentas que son. O de lo valientes que son cuando están acorraladas.
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-[…] La gente nunca es tan peligrosa como cuando sólo le queda creer en Dios.
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-[…] Creemos que podemos elegir, pero todo es obligatorio. Si no seguimos comprando fracasamos como ciudadanos.
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Ninguno me miraba ni parecía tener conciencia de que yo encabezaba la marcha. Se comportaban como viajeros de un tren de cercanías en una atestada estación de ferrocarril, que siguen a cualquiera que haya encontrado un hueco entre el apiñamiento. Había entrado en juego la especial geometría interna de la multitud, que sigue a uno y después a otro. Aparentemente pasivos, se reagrupaban y cambiaban de dirección siguiendo una lógica nada clara, una especie de baba que se deslizaba por pendientes de aburrimiento y de falta de rumbo.
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-Eso está bien… el Metro-Centre necesita ayuda.
-Y tú tienes exactamente lo que necesita. Un nuevo tipo de política está naciendo en el Metro-Centre, y tú ocupas el lugar perfecto para conducirla.
-En algún momento, quizá…
-Ahora. Te veo como el hombre del mañana. El consumismo es la puerta al futuro, y tú estás ayudando a abrirla. La gente acumula capital emocional de la misma manera que guarda dinero en el banco, y necesita invertir esas emociones en una figura que la conduzca. No quiere un fanático con botas militares vociferando en un balcón. Quiere un presentador de televisión que dirija un debate en el estudio y que hable con tranquilidad de las cosas que a ellos les importan en la vida. Es un nuevo tipo de democracia, en la que no votamos en la urna sino en la caja registradora. El consumismo es el recurso más importante jamás inventado para controlar a la gente. Nuevas fantasías, nuevos sueños y antipatías, nuevas almas que curar. Por alguna extraña razón llaman a eso "ir de compras". Pero la verdad es que se trata de la forma más pura de la política. Y tú vas a la cabeza de todo eso. De hecho, podrías prácticamente gobernar el país.
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-¿Qué es entonces la nueva política?
-Lo imprevisible. Mostrarte agradable la mayor parte del tiempo, pero de vez en cuando, en el momento menos esperado, volverte desagradable. Como un marido aburrido y cariñoso con una faceta cruel. La gente se quedará boquiabierta, pero los índices de audiencia subirán vertiginosamente. Cada cierto tiempo tienes que soltar alguna señal de locura, un poco de psicopatología lisa y llana. Recuerda que hoy la gente sólo puede comunicarse mediante el sensacionalismo y la psicopatía. Tus televidentes no tardarán en tomar gusto a la verdadera locura, sea un producto o un movimiento político. Anima a la gente a enloquecer un poco: eso hace que las compras y las aventuras sentimentales se vuelvan más interesantes. De vez en cuando la gente quiere que alguien la discipline, que le dé órdenes.
-Exacto –Cruise dio una palmada al brazo de la tumbona y escuchó el eco que resonó alrededor de la piscina–. Quiere que la castiguen.
-Que la castiguen y la quieran. Pero no como lo haría un padre justo, sino más bien un carcelero temperamental que observa entre rejas. A la gente que no va directamente a la sección de muebles o a pagar la nueva tarjeta de fidelidad le espera una seca bofetada.
-Entonces se marchará.
-No. La gente necesita que la maltraten un poco. El masoquismo está de moda y lo ha estado siempre. Es la música ambiental del futuro. La gente quiere disciplina, y quiere violencia. Quiere, sobre todo, violencia estructurada.
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-[…] Yo quizá les dé un poco de cuerda, pero las multitudes quieren sangre.
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-Muy bien. Llegó la hora de que los pacientes cuiden a los médicos: eso es, en pocas palabras, el siglo XXI.
[Ediciones Minotauro. Traducción de Marcial Souto]