martes, junio 07, 2016

Bowie, de Simon Critchley


Varios extractos de este ensayo, que hoy comento en Playtime / El Plural:

Lo sorprendente es que no creo que esté solo en esto. Hay todo un mundo de gente para la que Bowie era el ser que le proporcionaba una poderosa conexión emocional y le daba la libertad de convertirse en otra clase de persona, alguien más libre, más excéntrico, más sincero, más abierto, más excitante. Echando la vista atrás, Bowie fue una especie de piedra de toque para ese pasado, con todo su esplendor y sus esplendorosos fracasos; pero también para cierta constancia en el presente y para la posibilidad de un futuro, incluso para la reivindicación de un mundo mejor. Bowie no era una estrella de rock cualquiera, ni una colección de clichés mediáticos e insulsos sobre bisexualidad y bares de Berlín. Fue alguien que hizo de la vida algo menos trivial durante un período de tiempo tremendamente largo.

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Como han señalado ya otros, Bowie hablaba para los excéntricos y los bichos raros. Pero resultó que éramos muchos.

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La base, la constante, el fundamento de las obras más importantes de Bowie es que el mundo está jodido, agotado, viejo y acabado. La Tierra es un perro moribundo que espera los azotes de un nuevo amo. La visión de Bowie es continuamente distópica.

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Bowie tiene una visión del mundo como de algo en ruinas: el hundimiento total de la civilización.

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Bowie sacó cuatro vídeos para acompañar The Next Day, pero no hubo entrevistas, no se anunció ninguna gira, nada de explicaciones, nada de banalidades mediáticas. Eso es lo que hizo que todo aquello fuera tan hermoso. Bowie había producido sonido y visión. Nada más.

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Fue alguien que, simplemente, nos hizo sentir vivos. Eso es lo que hace que su muerte sea tan difícil de aceptar.

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Bowie encarnaba un mundo de placeres desconocidos y de vivaz inteligencia. Ofrecía una vía de escape de esos agujeros de extrarradio en los que habitábamos. Bowie hablaba con especial elocuencia a los desafectos, a los que no se sentían a gusto en su piel, a los ineptos sociales, a los marginados. Le hablaba a los excéntricos, a los bichos raros, a los excluidos, y nos arrastraba a una intimidad extraordinaria; llegaba uno a uno a nosotros, aunque sabíamos que eso era una completa fantasía. Pero no nos confundamos, fue una historia de amor. Una historia de amor que, en mi caso, ha durado unos cuarenta y cuatro años.

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Riley dice que el muerto nos sujeta al instante presente en el que estamos insertos. Nos quedamos en el presente y no avanzamos. Decir carpe diem (atrapa el día) es un sinsentido, porque no hay día que atrapar. El tiempo nos ha atrapado a nosotros.

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Antes de una pérdida, nos limitamos a dejarnos llevar por el tiempo, sin percibir apenas su movimiento; lo inhalamos y exhalamos. Y entonces la muerte entra en nuestro mundo y el tiempo se detiene.

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Riley observa que no es posible tener ningún interés en escribir sin cierto sentimiento de futuro. Hundido en el dolor de la pérdida, no parece que haya futuro alguno. En consecuencia, no tenía ningún interés en escribir tras la muerte de mi madre. Era incapaz de verle el sentido. […] La muerte de Bowie desbloqueó la incapacidad de hablar sobre mi madre. Las palabras empezaron a salir a borbotones. Y ahora estoy escribiendo éstas. Como eran sobre él, en cierto modo eran sobre ella.



[Sexto Piso. Traducción de Inga Pellisa]