martes, mayo 31, 2016

Inmunidad, de Eula Biss


La reseña de este ensayo tendría que haber salido hace meses en El Cuaderno Cultural. Como no sé si acabarán sacándola o no, y me figuro que a estas alturas no lo harán, la he publicado en Playtime / El Plural (el enlace lo pondré en otro post). Aquí van unos extractos del libro:

Las enfermedades contagiosas son uno de los principales mecanismos de la inmunidad natural. Tanto si estamos sanos como si estamos enfermos, las enfermedades siempre andan circulando por nuestros cuerpos. Tal y como lo plantea un biólogo, "Puede que siempre tengamos enfermedades, aunque no siempre estemos enfermos". Solo cuando la enfermedad se manifiesta bajo la forma de una dolencia la vemos como algo antinatural, en el sentido de concebirla como si fuese "contraria al curso ordinario de la naturaleza".

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Los bebés nacen con algunos de los anticuerpos de sus madres circulando por su sistema inmunitario y la leche materna les proporciona más anticuerpos, pero esta "inmunidad pasiva" va desapareciendo según crecen, sin importar cuánto tiempo se alargue el periodo de lactancia. Las vacunas sirven para que el sistema inmunitario del bebé aprenda, haciéndole capaz de recordar patógenos con los que todavía no ha tenido trato. Con vacunas o sin ellas, los primeros años de vida de un niño son un curso acelerado de inmunidad: las narices llenas de mocos y las fiebres tan propias de esos años son los síntomas de un sistema inmunitario que está aprendiendo a leer el léxico microbiano.

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Los vampiros formaban parte del ambiente cultural del momento, pero yo como madre me obsesioné con ellos en buena medida porque me ofrecían una manera de considerar algo diferente: el vampiro encarnaba una metáfora del bebé o de mí misma. Mi hijo dormía durante el día y se despertaba por la noche para alimentarse de mí, y a veces me hacía sangrar con sus mandíbulas desdentadas. Cada día que pasaba, él tenía más energía mientras que yo seguía débil y pálida. Sin embargo, la sangre que me mantenía viva tampoco era mía.

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Una vez que tienes la varicela, el virus nunca se elimina de tu organismo. Se aloja en tus raíces nerviosas y es tu sistema inmunitario el que lo mantiene a raya durante el resto de tu vida. En épocas de estrés, puede volver a aparecer en forma de herpes, una dolorosa inflamación de los nervios.


[Editorial Dioptrías. Traducción de Lucía Ponce de los Reyes]