martes, junio 30, 2015

Mundo espejo, de William Gibson


Ahora sabe, sin lugar a dudas, mientras oye el ruido constante que es Londres, que la teoría del jet lag de Damien es correcta: que su alma mortal se encuentra a leguas detrás de ella y está siendo recogida por algún fantasmal cordón umbilical desde la estela desvanecida del avión que la ha traído aquí, a decenas de miles de metros por encima del Atlántico. Las almas no pueden moverse con tanta rapidez, se quedan rezagadas y hay que esperarlas, al llegar a destino, como maletas perdidas.

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Si buscas a Damien en Google encontrarás a un director de vídeos musicales y anuncios. Si buscas a Cayce en Google encontrarás a una "cazadora de tendencias", y si miras atentamente puede que veas que se insinúa que es una especie de "sensitiva", una zahorí en el mundo del marketing global.

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El mundo espejo. Los enchufes de los aparatos eléctricos son enormes, de tres clavijas, para una clase de corriente que en América sólo alimenta las sillas eléctricas. Los coches están del revés por dentro, la izquierda a la derecha; los auriculares de los teléfonos tienen un peso distinto, un equilibrio distinto; las portadas de las ediciones en rústica parecen dinero australiano.

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Siempre, ahora, abrir un archivo adjunto que contiene metraje no visto es algo profundamente liminar, un estado umbral, transitorio.
Parkaboy ha llamado a su archivo adjunto nº 135. Ciento treinta y cuatro fragmentos previamente conocidos… ¿de qué? ¿Una obra en curso? ¿Algo terminado hace años y distribuido ahora, por alguna razón, en esos retazos?
[…]
Parkaboy es el portavoz de facto de los progresivos, aquellos que suponen que el metraje está formado por fragmentos de una obra en curso, algo sin acabar que su artífice todavía está creando.
Los completistas, por el contrario, una minoría pero bien articulada, están convencidos de que el metraje está compuesto por partes de una obra acabada, que su creador ha decidido mostrar poco a poco y en un orden no correlativo.


[Ediciones Minotauro. Traducción de Marta Heras]

Próximamente: Ropero de la infancia


De Patrick Modiano. En Anagrama.

lunes, junio 29, 2015

Próximamente: Houellebecq economista


De Bernard Maris. En Anagrama.

La urraca en la nieve, de F. Javier Plaza


Se deslizaba mansa el agua bajo el puente Nuevo, el más antiguo de París, y apoyado en la piedra fría de uno de sus balcones observaba las grotescas máscaras ennegrecidas por el moho y la humedad que servían de desafortunada decoración a cada arco. Diciembre no tuvo el detalle de regalarme una mañana templada para mi último paseo por la ciudad y me obligaba a encogerme entre el abrigo y la chistera buscando así refugio para la ligera brisa que corría sobre el Sena y que trataba, en vano, de disipar la espesa niebla. Al menos la helada lluvia que me recibió cuando comenzó mi paseo, junto a la plaza de Clichy, me había abandonado hacía unos instantes, a la altura del Louvre. Debió de permanecer allí cayendo lentamente, custodiando el museo, cuando yo reemprendí el camino alejándome del edificio con la pena de quien se separa de un amigo.
Lié un cigarro con torpeza, escondiéndome del viento y casi simulando esperar a alguien ya que en aquella horrible mañana debía de ser el único paseante en la ciudad. Después, mientras fumaba, observé tranquilo a los escasos transeúntes que caminaban apresurados sobre el puente, pero apenas pude inhalar un par de bocanadas de humo ya que el frío y los guantes no me habían permitido repartir el tabaco con un mínimo de precisión, o tal vez se debió simplemente a mi torpeza.

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También es posible que ocurriera poco a poco, con pequeños golpes, entre aquellas grises y solitarias tardes de otoño y aquellas preciosas mañanas de primavera, cuando salía sin Therese a pasear por los caminos florecidos. Entre las veladas de verano a las que todos acudían de la mano de su amada, excepto yo, y las largas tardes de invierno en casa, sin recibir carta suya, dibujando. En todo caso, a partir de cierto día que no sabría concretar comencé a buscar en otros brazos el calor que Therese no podía darme, contratando abrazos de una noche. No se trató de una elección consciente, por supuesto,
ocurrió más bien por dejadez, por agotamiento, porque mi cuerpo terminó por acostumbrarse a pasar a su lado sin rozarla y a tratar a mi amada como a una hermana. Tan solo espero que en aquellos tiempos, tan duros para ella, no llegaran a sus oídos mis lamentables correrías por los alrededores de Pau, pues en mi interior consideraba que había aguardado cuanto me había sido posible y así encontraba una raquítica justificación moral para actuar a mi antojo. Mis sentimientos se tornaron más ariscos, resecos y estériles, dejando actuar sin freno a mis impulsos, que resultaron primarios y egoístas. Únicamente la pintura, en la que me refugié con pasión durante aquellos años, aportaba serenidad a mi ánimo y a mi eterna espera.


[Ediciones Hades]

jueves, junio 25, 2015

Y amanece la muerte, de Jim Crace



Deslumbrante novela que, durante un tiempo, tuvo cierto culto en las redes sociales y luego cayó en el olvido, quizá porque está descatalogada y es difícil de encontrar; yo la pillé hace tiempo en una librería de saldo por casi 6 euros.

Y amanece la muerte nos presenta a un matrimonio maduro, Joseph y Celice, dos doctores en zoología que una tarde, por nostalgia, acuden a una playa que les trae buenos recuerdos, y en esa playa donde no hay nadie son asesinados por un hombre. Y sus cadáveres, que tardarán en encontrar, quedan unidos y a la intemperie, sometidos al picoteo de las gaviotas, los cangrejos, los insectos y demás gourmets de la carne muerta al sol. No es un spoiler porque los asesinan ya en la primera página. A partir de entonces el hábil narrador que es Jim Crace nos va relatando, con saltos en el tiempo, lo que les ocurre a sus cadáveres, que se van descomponiendo y son mordidos por animales, pero también cuáles fueron los hechos que aquel día los llevaron hasta la playa, y también nos habla de su pasado, de cómo la pareja fue deteriorándose, de cómo las circunstancias, el paso de los años y las malas elecciones los han llevado a un callejón sin salida, en el que Celice ya casi no soporta a Joseph.

Es una novela áspera. Nos habla de una pareja en ruinas desde varios niveles y desde distintas perspectivas: su crisis como matrimonio, su muerte y su putrefacción, su reposo en las dunas, más allá de la vida, su amor lleno de escollos. La narración deja a los lectores un poco rotos porque Crace nos sitúa ante la muerte sin aderezos: la carne se muere, es devorada, se corrompe y no hay más. Al menos en esta vida. La última frase del libro es: Así son los días, infinitamente finitos, tras la muerte. Aquí van unos extractos:

Sus cuerpos habían expirado, pero cualquiera podría darse cuenta –a simple vista– de que Joseph y Celice seguían queriéndose. Porque mientras su mano la tocaba, adaptada a la forma de su piel, la pareja parecía haber logrado esa paz que niega el mundo, un período de gracia que desafiaba incluso al asesinato. Cualquiera que los encontrara allí, desfigurados con tanta maldad, vería por fuerza que algo de su amor había sobrevivido a la muerte celular. Los cadáveres permanecían a merced de la intemperie y de la tierra, pero seguían siendo marido y mujer, descansando en silencio; la piel sobre la piel. Aunque muertos, no ausentes todavía.

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Él y su esposa estaban empapados, eran dos cámaras inundadas, dos odres. Nada de este mundo les importaba ya. Nunca más ansiarían cantar una canción o fumar un cigarrillo, o hacer el amor de nuevo. Por lo menos, habían coincidido en la muerte. No puede haber mayor soledad que sobrevivir a la persona que se ha acostumbrado uno a querer. Para ellos, la comedia del matrimonio no se convertiría en la tragedia de la muerte. Uno de ellos no tendría que habituarse a la ausencia del otro ni a una nueva pareja. Ninguno de los dos se vería obligado a cambiar de costumbres.

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Estaban ya demasiado podridos y su olor era demasiado fétido para atraer a las gaviotas o a los cangrejos. Se habían visto degradados, a través de clases, órdenes y especies, al último lugar, a la multitud lumpen: larvas, gusanos y mirápodos, verminos, tubulares y helminos, bon viveur o bicho del néctar, todos ellos insectos con exceso de patas o ausencia de ellas.
Las larvas de la mosca de festón habían empezado a eclosionar al cuarto día, estimuladas por el calor pútrido de las tripas de Joseph y Celice. Llevaban tiempo muertos ¡y seguían produciendo energía!

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La muerte nos engorda para alimentarse de nosotros. Los gusanos son los juglares del festín.

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Quizá por eso los hombres que conocía eran más estables que las mujeres: aceptaban la extraña realidad de la vida y la muerte, que la una es pasajera y la otra definitiva. Vivimos, morimos, no es necesario entender nada. No hay fantasmas que enterrar, sólo cenizas y recuerdos.

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Nadie trasciende. No hay futuro ni pasado. No hay otro remedio para la muerte –ni el nacimiento– que aferrarse al espacio comprendido entre ambos momentos. Vive a lo ancho, a lo alto, con estruendo.

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La tierra es experta en dar sepultura. Reúne, abraza y acoge a los muertos. Pasado el tiempo, Joseph y Celice se habrían transformado en paisaje. Sus cadáveres habrían sido un objeto muerto más en un paisaje tallado en la muerte. No se transformarían en nada especial. Las gaviotas mueren. También las moscas y los cangrejos. Igual que las focas. Incluso las estrellas deben descomponerse, deteriorarse y abrasarse en el cielo. Todo ha nacido para irse. El universo ha aprendido a sobrellevar la muerte.  


[Ediciones B. Traducción de Carmen Francí]

Próximamente: El anzuelo del diablo



De Leslie Jamison. En Anagrama.

sábado, junio 20, 2015

El Tao del viajero, de Paul Theroux


El Tao del viajero es un compendio de citas de libros de viajes. Libros de viajes de Theroux, pero también de otros muchos autores: Lord Byron, William Burroughs, Paul Bowles, Henry Fielding, Gustave Flaubert, Evelyn Waugh, Sir Richard Burton, Samuel Johnson, Robert Louis Stevenson… En fin, un auténtico festival de grandes poetas, escritores y aventureros. Además de las citas, Theroux nos va guiando: nos explica, por ejemplo, la naturaleza de los viajes imaginarios, o nos da algunos consejos basados en la experiencia y en la lectura de libros y mapas sobre tal o cual región.

Bastará con citar los títulos de algunos capítulos para que el lector se haga una idea: "El placer del ferrocarril", "Los viajeros en sus propios libros", "Miedos, neurosis y otros males", "El viaje como una odisea", "Quedarse en casa", "Los placeres perversos de lo inhóspito", "Clásicos con entornos únicos", "Peligrosos, felices y atrayentes"…

Éste es un volumen que todo viajero lector o lector viajero debería tener en su casa, para leerlo poco a poco y tomar notas, señalar citas, buscar los libros mencionados (si es que se tradujeron o no). A mí me ha acompañado en los viajes de alrededor de un año. Sé que lo empecé un verano, camino de Londres, y también lo llevé conmigo a Dublín, y me ha acompañado en otras ciudades españolas. Es, evidentemente, una obra ideal para llevarse de viaje, un mapa literario en toda regla. Imprescindible.

*2 notas: gracias a Álex Portero por recomendarme apasionadamente este libro; dado que estaré unos días sin actualizar el blog, dejo aquí bastantes citas:

Te marchas por una larga temporada y retornas siendo otra persona: uno nunca completa del todo el camino de vuelta.
Paul Theroux

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El viaje es un estado mental. No tiene nada que ver con lo existencial o lo exótico. Supone casi en su totalidad una experiencia interior.
Paul Theroux

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El viaje es fuga y búsqueda a partes iguales.
Paul Theroux

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Todo viaje es circular […] Después de todo, un grand tour no es más que la manera de regresar a casa del hombre de genio.
Paul Theroux

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Nada más cercano a la composición de una novela que atravesar un paisaje desconocido.
Paul Theroux

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El viaje es una cura de humildad: te das cuenta del diminuto lugar que ocupas en el mundo.
Gustave Flaubert

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La escritura viajera, que tiene que resultar chispeante desde un inicio, bascula entre el periodismo y la ficción, y llega a la autobiografía con la celeridad de un espíritu kodama […] La habitación de hotel anónima en una ciudad extraña mueve a la confesión.
Paul Theroux

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No hay mucho que decir sobre los trayectos en avión. Todo lo noticiable es por definición desastroso, así que un buen vuelo se describe mediante las negaciones: no ha habido un secuestro, no te has estrellado, no has vomitado, no has llegado con retraso, la comida no te produjo arcadas… Por todo eso estás agradecido. La gratitud trae tal alivio que la mente se queda en blanco, lo cual es oportuno, pues el pasajero de avión es un viajero del tiempo. Se desliza hasta un tubo alfombrado que apesta a desinfectante; lo amarran para volver a casa, o para ir lejos. El tiempo se trunca, o en cualquier caso se deforma: uno abandona una zona en una franja temporal y aparece en otra diferente.
Paul Theroux

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Una de las mayores recompensas del viaje es el retorno a la seguridad de la familia y los viejos amigos, con las vistas conocidas, las comodidades caseras y tu cama.
Paul Theroux

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El tema de los mejores libros de viajes es el conflicto entre el escritor y el lugar. No importa quién haya prevalecido al final, mientras la crónica de la lucha sea fidedigna.
Paul Bowles

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Tal vez el futuro de los libros de viajes esté en los blogs, con sus elisiones, coloquialismos y locuaces flujos de conciencia. […] con un ordenador puedes estar siempre en contacto. De ese modo, los altibajos de un viaje pueden ser seguidos en tiempo real por todos los que lo deseen.
Paul Theroux

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Algo sorprendente acerca de las narraciones de viajes imaginarios es que muchas fueron tramadas por auténticos viajeros con mucho mundo. […] Como viajeros, estos escritores supieron inventar países imaginarios del todo verosímiles, y sus travesías ficticias se cimentan claramente en sus experiencias reales.
Paul Theroux

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Mi impresión (y también apunta a lo mismo Calvino) es que los ciudadanos inventan las ciudades en las que viven. Las grandes metrópolis son demasiado grandes para comprenderlas en su conjunto, por eso resultan invisibles, o imaginarias, y existen sobre todo en la mente.
Paul Theroux

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La noción de que quedan lugares por visitar en el futuro aviva la mente y avanza un placer próximo.
Paul Theroux


[Alfaguara. Traducción de Ezequiel Martínez Llorente]

Próximamente: Dolly City


De Orly Castel-Bloom. En Turner Libros.

jueves, junio 18, 2015

La hipótesis cibernética, de Tiqqun [Precedido de "A propósito de Tiqqun" de Giorgio Agamben y "Fuck off Google" del Comité Invisible]


Podemos ver que aquello que se esconde detrás de la apariencia inocente de la interfaz de Google y su eficiente motor de búsqueda es un proyecto explícitamente político, ni más ni menos. Una empresa que mapea el planeta Tierra, enviando a sus equipos a todas las calles de todos los pueblos y ciudades, no puede tener propósitos meramente comerciales. Uno nunca mapea un territorio del cual no pretende apropiarse. "¡No seas malo!": entrégate.

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La economía política solía reinar sobre las personas dejándolas libres para perseguir sus propios intereses; la cibernética, en cambio, las controla al otorgarles la libertad de comunicarse.

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Tras la promesa futurista de un mundo lleno de personas y objetos totalmente conectados, en el que los coches, los refrigeradores, los relojes, las aspiradoras y los consoladores estarían directamente conectados entre sí, y también a Internet, hoy tenemos algo que ya es directamente observable: yo. Hice footing e, inmediatamente, compartí mi ruta, mi tiempo, mi rendimiento y la evaluación de mi carrera. Siempre posteo fotos de mis vacaciones, mis veladas, mis revueltas, mis colegas; de lo que voy a comer y de a quién me voy a follar. En apariencia no hago gran cosa; sin embargo, produzco un torrente continuo de datos. Trabaje o no, mi vida cotidiana permanece igualmente valiosa: es un verdadero stock de información.

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Los enormes y refrigerados edificios donde se almacenan nuestros datos son las verdaderas oficinas del gobierno de hoy en día. Al hurgar entre las bases de datos producidas y actualizadas continuamente por las vidas cotidianas de las personas conectadas, el gobierno busca correlaciones útiles. No para establecer leyes universales, ni siquiera para encontrar "porqués", sino más bien "cuándos" y "dóndes" que permitan hacer predicciones únicas y localizadas: las bases de datos como oráculos contemporáneos. De esta manera, se revela la ambición explícita de la cibernética, que es la de gestionar lo impredecible y gobernar lo ingobernable en vez de intentar destruirlo. La cuestión del gobierno cibernético no es solo, como en tiempos de la economía política, prever para orientar la acción, sino actuar directamente sobre lo virtual, estructurar los posibles. Pongamos un ejemplo: hace algunos años, la policía de Los Ángeles compró un nuevo software llamado PredPol. Basándose en un cúmulo de datos estadísticos, este software calculaba, barrio por barrio, calle por calle, la probabilidad de que se cometiera algún crimen específico. A partir del resultado, cuyo cálculo se actualizaba en tiempo real, el propio programa organizaba el patrullaje de la policía a lo largo y ancho de la ciudad.

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Creemos que nuestros datos "personales" nos pertenecen, como nuestro coche y nuestros zapatos, y que al permitir a Google, Facebook, Apple, Amazon o a la policía tener acceso a ellos estamos ejerciendo inocentemente nuestra "libertad individual", sin darnos cuenta de que hacerlo tiene efectos inmediatos sobre quienes se niegan y que por ello podrán ser tratados sucesivamente como sospechosos, como subversivos en potencia. 

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Sí, lo importante para nosotros son esas zonas de opacidad, la apertura de cavidades, de intervalos vacíos, bloques negros en el entramado cibernético del poder. La guerra irregular con el Imperio, a escala de un lugar, de una lucha, de un disturbio, comienza desde ahora por la construcción de zonas opacas y ofensivas. Cada una de estas zonas será a la vez núcleo a partir del cual experimentar sin ser perceptible y nube propagadora de pánico en el conjunto del sistema imperial, máquina de guerra coordinada y subversión espontánea a todos los niveles. La proliferación de estas zonas de opacidad ofensivas (ZOO), la intensificación de sus relaciones, provocará un desequilibrio irreversible.


[Acuarela & A. Machado. Traducciones de Alfredo Borroso, Eugenio Tisselli y Raúl Suárez Tortosa & Santiago Rodríguez Rivarola]

Citas para el sábado, 20 de junio


¡Hostia un libro! + Invisibles


miércoles, junio 17, 2015

Limbo, de Agustín Fernández Mallo


Una vez que hubiéramos llegado al desierto, podríamos bordearlo, pero el camino más rápido sería entrar a él por el norte, por la también pista Nipton Road, para directamente descender hasta empalmar con la citada Kelbaker Road. El camarero hacía tiempo que esperaba que depositáramos los 18,75 dólares en la bandeja. No nos habíamos percatado de que alguna gente, de pie junto a la barra, esperaba mesa. Dejamos cuatro dólares de propina. A partir de ese día todos los estados comenzaron a parecernos iguales. Las diferencias se hallaban en los detalles, que fueron agigantándose. Recuerdo haber atravesado desiertos e imaginar que a alguien lo abandonaban allí únicamente con un trozo de queso. Recuerdo haber visto una clase de árbol que sólo crecía en el asfalto. Recuerdo haber visto a una monja jugar a una máquina tragaperras en un pequeño casino de carretera. Recuerdo haber llegado a un pueblo en el que había menos supermercados que armerías.

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Un hombre dictador siempre es un fallo del sistema, una mujer dictadora es un fallo de la especie.

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Pensé entonces que leer diarios no tiene nada que ver con leer la vida de alguien, sino con la ilusión de que se puede leer el tiempo de alguien. No así los blogs, me dije, que no siguen una línea temporal, sino que barajan el tiempo, toman los objetos, los utilizan y al momento los abandonan. Y esa manera en que los blogs se valen de las cosas, ese usar y tirar materiales para al instante tomar otros que también abandonarás, está ya en el Nuevo Testamento, que no fue el Libro de los Libros, sino el primer blog, el Blog de los Blogs. En efecto, el Nuevo Testamento se apropia de una idea y premeditadamente pierde el hilo, hilo al que volverá páginas más tarde, sí, pero ya será otra cosa, volverá como un objeto retro. Coger y abandonar, coger y tirar. Estamos, me dije, ante la propia esencia del consumismo, en el Nuevo Testamento está ya representada al completo la palabra "consumo" tal como la entendemos hoy: la sucesiva muerte y resurrección de nuestros cuerpos a través del compulsivo uso de ideas y objetos.


[Ediciones Alfaguara]

Cartel de The Diary of a Teenage Girl


Basada en la obra de Phoebe Gloeckner, que aquí recomendamos hace años.

martes, junio 16, 2015

En Playtime: The Other Dead


Hoy, en Playtime, un breve vistazo a un cómic: aquí.


lunes, junio 15, 2015

La ópera flotante, de John Barth


He aquí otro fabuloso libro de John Barth (que, si no me equivoco, reeditarán algún día en Sexto Piso): la historia, narrada por él mismo, de Todd Andrews, un tipo que un día decide suicidarse pero que finalmente no lo hace, y cuenta al lector las razones que lo condujeron a pensar en el suicidio y las razones que luego tuvo para elegir la vida. Es una novela postmoderna, metaliteraria, escrita con mucho humor, a medio camino entre el tono confesional y la parodia, repleta de hallazgos y de sabiduría y de pasajes para subrayar. Fue, además, el primer libro publicado por Barth.

Lo encontré hace tiempo por ahí, en alguna librería de viejo, ya saldado. Pero lo releeré cuando Sexto Piso lo rescate; sin duda. Ahí van unos extractos:

-Duermo ligero –dijo al cabo de un momento y mirando hacia la puerta de la calle–. Algunos días no cierro los ojos de un día al otro, pero no me fatigo, o supongo que estoy cansado todo el tiempo, duerma o no. Uno se siente así cuando llega a viejo; no necesita dormir porque no puede hacer nada cuando está despierto para cansarse más de lo que ya está. Un viejo oye lo que no debe y oye la mitad de lo que debería. Los he oído a usted y a esa joven hasta querer aullar si mi cabeza no hubiera estado atascada de catarros y el pecho ardiendo de bronquitis y las piernas duras de reumatismo, y me maldecía por oír y no podía dejar de hacerlo para salvarme. Me maldecía por no levantarme a cerrar la puerta, pero cuando se es tan viejo como yo, levantarse es tarea difícil y se tiene que reunir todas las fuerzas, y luego esperar todo el día para volver a la cama, pero no se puede dormir porque se sabe que tarde o temprano, esa cama a la que tanto cuesta meterse, será la última vez que la vea. ¡No hay ninguna nana que sirva para que uno se duerma, Toddy! Y cuando me levantaba e iba a la puerta, entonces podía escuchar aún más claramente y yo me decía que allí mismo había algo que ya no podría volver a hacer en esta vida.

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Indudablemente así; literalmente así. Escucha: once veces se contrajo el músculo de mi corazón mientras yo escribía las cuatro palabras de la frase anterior. Quizá seiscientas veces desde que empecé a escribir este breve capítulo. Setecientos treinta y dos millones, ciento treinta y seis mil trescientas veinte veces desde que vine a este hotel. Y no menos de mil setenta millones seiscientas treinta y seis mil ciento sesenta veces ha latido mi corazón desde un día de 1919, en Fort George G. Meade, cuando un médico militar, el capitán John Frisbee, me informó, durante el transcurso de mi examen médico para darme la baja, que cada suave latido que emitía mi enfermo corazón podía ser el último. Este hecho –que habiendo empezado esta oración, quizá no viva lo suficiente para terminarla; que habiéndome servido una copa, quizá no viva para beberla, o que puede el líquido pasar por la lengua de un hombre vivo para llegar al estómago de un muerto; que habiéndome dormido, podría no despertarme– ha sido durante treinta y cinco años la condición de mi existencia, el gran hecho de mi vida: ya lo había sido por dieciocho años, o quinientos cuarenta y nueve millones sesenta mil cuatrocientas ochenta latidos, para el 21 ó 22 de junio de 1937.

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De repente, los cambios cuantitativos se convierten en cambios cualitativos. De todo el marxismo que en un tiempo me pareció bastante atractivo, sólo queda esta sentencia en el reino de mis opiniones. El agua se enfría y enfría y enfría y de pronto es hielo. El día oscurece y oscurece y oscurece y de pronto es la noche. El hombre envejece y envejece y envejece y de repente está muerto. Las diferencias en grados conducen a diferencias en clase.


[El Aleph Editores. Traducción de Marcelo Covián]

Próximamente: En el paraíso


De Peter Matthiessen. En Seix Barral.

viernes, junio 12, 2015

Pasaje a las dehesas de invierno, de Francisco Jota-Pérez


"Cuerpos que no se entregan al observador porque parecen languidecer en espejos hechos pedazos. Distancia borrosa de celuloide reutilizado, quizá por la ausencia de rostros (ausencia de identidad: el cuerpo intercambiable de los personajes, sustituibles, fragmentados). Avatares que se despojan de sus mascaras antigás para reflejarse en los escaparates manchados de huellas dactilares grasientas de una ciudad postapocalíptica y, detrás de estos, asoma una criatura viscosa y preciosa en su evolución, porque lo feo del mañana solo es feo en los ojos del que mira desde el hoy (diferentes niveles de profundidad engañosa). Atardece en las barriadas. El barrio es un espacio intangible de velocidad. Flores de tripas de pescado flotan y son mecidas por las olas de una playa desierta. Edificios apiñados como escabeches dentro de la película que es una lata abierta únicamente por un lado al Hecho, donde se rompe la perspectiva por saturación de chapa y vidrio. Rascacielos en una sola dimensión, planos. El hotelero espacio de tránsito. Una vieja vestida de lagarterana salta al mar y sale de la ciudad a través de la playa y sale movida en la imagen gastada, foto fija, fundido a negro, corte a: unos zapatos rojos de tacón de aguja. Toros de peluche con banderillas de lo más españolas clavadas en el lomo, las banderillas son agujas de ganchillo oxidadas. El culturista que lleva en brazos a la lagarterana deambula por una habitación minúscula que huele a orines recientes, en blanco y negro, con el culo al aire. (No hay rostro). Fragmentos de cuerpos tras la disección en lo que parece un almacén forense de maniquíes del canon estético impuesto la temporada pasada. (No hay cabezas, no hay rostros). Cuerpos intercambiables. Sin sexo. Identidades que se eliminan donde solo queda el material de un cuerpo sin cabeza. Ahora piel y carne.

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-¿Dónde está el enemigo? –preguntan.
-Aparece al margen del campo visual: es una mancha movediza en una ventana detrás de la ametralladora –dicen–, una sombra del otro lado de la barricada –dicen–, un anciano en una oficina, una silueta en las trincheras. Es casi siempre anónimo. Pero al mismo tiempo omnipresente.
-No es una imaginación ilusoria –dicen–. La revolución y la guerra son dos cosas distintas.
-Para quien desee no solo vencer a un adversario militar, sino también revolucionar la sociedad en la que vive, no existe un frente principal en el cual amigos y enemigos puedan reconocerse visiblemente a lo lejos –dicen.


[Esdrújula Ediciones]

Próximamente: Capitalismo canalla


De César Rendueles. En Seix Barral.