jueves, abril 30, 2015

La furia, de Gene Kerrigan


He aquí otra sorpresa en el panorama de la novela de género negro. Sorpresa porque aquí no conocíamos al irlandés Gene Kerrigan, y porque su libro está ambientado en el Dublín contemporáneo, donde el narrador presta la misma atención a los policías que a los delincuentes, algo que me recuerda un poco al enorme Richard Price. El año pasado estuve en Dublín, de modo que algunos de los lugares que menciona Kerrigan los he conocido: pubs, edificios famosos, estatuas de celebridades…

Son 400 páginas, abundantes en diálogos, que el lector devora desde la primera frase. Kerrigan nos adentra en ese mundo que uno ni siquiera imagina cuando pisa Dublín, la ciudad de la música y los bares: ladrones que planean golpes más sofisticados, tiroteos con la policía, hombres asesinados en plena calle, cadenas de mando en las que comprobamos (como ya lo mostrara la serie The Wire) que la mierda siempre rueda hacia abajo… Aunque la cita que abre el libro pertenece a Raymond Chandler, hay algunos pasajes finales que me recuerdan a Dashiell Hammett y su clásico Cosecha roja: aquellos en los que el protagonista resolvía las cosas liando la madeja y haciendo ciertas trampas, soluciones que, en parte, son las que utilizará el poli principal, Bob Tidey, para poner orden aunque ello implique cargar su conciencia con la culpa. Y no digo más para evitar spoilers. Os dejo con unos extractos:

Bob Tidey se dedicaba al negocio del orden público, y cuando algo se iba a pique aparecían tipos duros y oportunistas, y alguien tenía que ponerlos en vereda. A él también le habían recortado el sueldo, pero podía soportarlo. Ya no tenía muchas necesidades.

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Quien no se arriesga no gana, era la opinión de Anthony Prendergast. De cada diez chivatazos que sigue un periodista, a lo mejor uno acaba siendo una noticia interesante. El resto… bueno, trabajas en un periódico, así que todo aquel al que le pica algo se cree que tú tienes que ir a rascarle. Algunos son personas decentes a las que las han jodido de verdad, y otros han emergido de la insondable ciénaga de la paranoia y la obsesión. El problema de las teorías de la conspiración es que cuando las rechazas, de inmediato se te acusa de ayudar a los conspiradores a eliminar la verdad. Y entonces tu nombre aparece en las páginas web, en la lista de los agentes de Satán.

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Tidey volvió a hablar con voz serena:
-En este país somos cojonudos a la hora de investigar lo que pasó hace mucho tiempo. Cada vez que algo nos incomoda, miramos hacia otro lado. Y cuando el hedor no desaparece, diez años más tarde, veinte, treinta, montamos una investigación, un tribunal, escribimos un informe que nadie lee, y punto final. A la hora de investigar el pasado, somos los primeros. Pero cuando algo ocurre, cuando necesitamos hacer algo, siempre hay alguien que nos dice que tenemos que ponernos el traje de patriota y callar la puta boca.


[Sajalín Editores. Traducción de Damià Alou]

Próximamente: Nuevo destino


De Phil Klay. En Random House.

miércoles, abril 29, 2015

El verano / Bodas, de Albert Camus


Albert Camus es uno de esos autores a los que procuro volver de vez en cuando. No sé dónde descubrí la referencia a este libro, una especie de compendio de varios artículos o varias crónicas (en la contraportada afirma que son cuentos; no es así, no creo que lo sean). Sí recuerdo que el escritor que lo citó mencionaba un breve texto de título hermoso, "Pequeña guía para ciudades sin pasado", que es una de las piezas de la primera parte, titulada precisamente "El verano". Probablemente lo leí en algún artículo de Enrique Vila-Matas, pero por desgracia no lo recuerdo con exactitud. El caso es que aquí encontramos evocaciones de infancia y de juventud, y sobre todo de paisajes que marcaron al niño y al joven que se convertiría en el hombre que escribió La peste. La edición que yo tengo es antigua, de Edhasa, pero parece que DeBolsillo lo ha reeditado. Cuatro fragmentos:

Las obras de un hombre representan a menudo la historia de sus nostalgias o de sus tentaciones, pero casi nunca su propia historia, sobre todo cuando pretende ser autobiográfica. Ningún hombre se atrevió nunca a pintarse tal como es.

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Reconozco que constituye una gran locura, por lo demás casi siempre castigada, el volver a los lugares donde uno ha pasado su juventud y el pretender volver a vivir a los cuarenta años lo que uno amó o aquello de lo que uno gozó plenamente a los veinte. Pero ya sabía de esa locura.

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Para mí no hay ni uno solo de esos sesenta y nueve kilómetros de camino que no tenga recuerdos y no me produzca determinadas sensaciones. La infancia violenta, los ensueños de la adolescencia, las mañanas, las muchachas frescas, las playas, los jóvenes músculos siempre prontos a realizar su esfuerzo máximo, la ligera angustia del atardecer en un corazón de dieciséis años, el deseo de vivir, la gloria, y siempre el mismo cielo, a lo largo de los años, inextinguible de fuerza y de luz, insaciable él mismo, que devora una a una, durante meses, las víctimas que se le ofrecen en cruz sobre la playa a la hora fúnebre del mediodía.

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Ya no hay desiertos. Ya no hay islas. Su necesidad, sin embargo, se hace sentir. Para comprender al mundo es preciso a veces apartarse de él; para servir mejor a los hombres, tenerlos un momento a distancia. Pero, ¿dónde encontrar el lugar que la fuerza, la larga respiración necesitan, donde el espíritu se recoge y se mide el coraje? Quedan las grandes ciudades. Simplemente, aún se precisan condiciones.


[Edhasa. Traducciones de Alberto Luis Bixio, Jorge Zalamea y Aurora Bernárdez]

Próximamente: UnLunDun


De China Miéville. En Oz Editorial.

martes, abril 28, 2015

Próximamente: El loco de las rosas


De Mohamed Chukri. En Cabaret Voltaire.

lunes, abril 27, 2015

Recuerdos, de Dazai Osamu


Pronto, reseña en Playtime. Y, como es habitual, unos extractos:

Ha sido gracias a la ayuda de los demás como he conseguido arreglármelas hasta ahora y es muy probable que las cosas continúen así en el futuro. Todo el mundo se ha preocupado por mí, mientras que yo me he pasado la vida como si nada. Me doy cuenta de que es muy probable que no tenga modo de devolver hasta el día de mi muerte, todas las deudas que he contraído con quienes me han ayudado, las obligaciones que les debo. Y eso duele. Han sido tantos los que me han ayudado, los que tanto han hecho por mí…

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Desde hacía un año, después de que mi casa de Tokio quedara arrasada por las bombas, vivía refugiado con mi familia en mi casa natal en la remota región de Tsugaru. Me quedaba todos los días dócilmente encerrado en la habitación del fondo. De vez en cuando, recibía la visita de tal o cual asociación para invitarme a pronunciar alguna conferencia o para participar en alguna reunión. Rechazaba las propuestas con el argumento de que seguramente encontrarían a alguien más apropiado que yo. Después bebía sake para dormir mejor y mi vida se reducía a la de un hombre retirado del mundo.
Antes de eso, durante los quince años que pasé en Tokio, frecuenté los locales más sórdidos de la ciudad donde se servía el peor alcohol. Me mezclé con bribones, maleantes, con gente despiadada. Por eso ya no me sorprendo cuando me cruzo con uno de ellos, pero aquel hombre me dejó atónito. Sin duda, algo había en él de extraordinario.


[Satori Ediciones. Traducción de Yoko Ogihara y Fernando Cordobés]

viernes, abril 24, 2015

Zen y el arte del mantenimiento de la motocicleta, de Robert M. Pirsig


Llevaba unos 5 años posponiendo la lectura de este libro y no sé por qué. A veces ocurre y uno no se da cuenta, mira para otro lado, se dice que ya llegará el momento de leerlo y entonces pasan los años. Tal vez éste haya sido el momento adecuado porque Sexto Piso lo reedita (es la 4ª edición), con la misma traducción pero con otra cubierta (mejor que las anteriores) y la corrección de algunos errores y detalles menores del texto.

En Estados Unidos este libro hizo furor. Convirtió a Pirsig en una celebridad, después de haber ofrecido el manuscrito a un montón de editoriales que lo rechazaron. Se convirtió en un inesperado best-seller. El propio autor lo menciona al final, en su introducción para la edición que conmemoraba los 25 años de existencia del libro: […] entusiastas reseñas, millones de ejemplares vendidos en veintitrés idiomas, una descripción en la prensa como "el libro de filosofía más ampliamente leído de todos los tiempos".

Zen y el arte… es una de esas obras que tanto me apasionan por su mezcla de géneros. En este libro caben el diario (porque el narrador nos va relatando cada paso que él y su hijo dan, desde el desayuno hasta las paradas para refrescarse o descansar), la guía de viajes (así empieza el recorrido: con un hombre y su hijo adolescente subidos a una motocicleta y viajando por Estados Unidos junto a otra pareja de moteros), el relato de iniciación (pues todo viaje implica una búsqueda y un crecimiento de la identidad), las memorias (poco a poco iremos conociendo el pasado del autor, un hombre que enloqueció y fue sometido a curas y a electroshocks) y el manual de filosofía (Pirsig utiliza el mantenimiento diario y la limpieza de su moto como metáfora para avanzar en la vida, resolver problemas y lograr el equilibrio interior). También, con todos esos géneros, podríamos considerarla una novela. Pero ya digo que no es una novela al uso.

Aunque en los primeros capítulos sólo parece un libro de viajes, con descripciones de paisajes y diálogos marcados por las tensiones del camino y la diversidad de opiniones, poco a poco Pirsig va introduciendo su filosofía, y hablándonos de su pasado (en el que ve a su antiguo "yo" como a otra persona, alguien del que se ha alejado), y ofreciendo datos reveladores sobre su vida… hasta llegar al epílogo y a la introducción, escritos años después, en los que Pirsig ofrece al lector nuevas revelaciones que incluso le harán replantearse de nuevo todo lo que ha leído. Un texto que marcó una época, y que debe ser leído con devoción. Extractos:

Los mejores caminos siempre conectan ninguna parte con ninguna parte y siempre tienen una alternativa que te lleva allí más rápido.

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Vamos con tanta prisa la mayor parte del tiempo que nunca tenemos muchas oportunidades de charlar. El resultado es una especie de interminable superficialidad cotidiana, una monotonía que deja a la persona preguntándose, años más tarde, adónde se fue el tiempo y lamentando que se haya ido. Ahora que tenemos algo de tiempo, y lo sabemos, me agradaría ocuparlo conversando con cierta profundidad sobre temas que parecen importantes.

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Las montañas deben escalarse haciendo el menor esfuerzo posible y sin ansias. La realidad de tu naturaleza debe determinar la velocidad. Si te sientes inquieto, date prisa. Si te falta el aliento, ve más despacio. Tienes que subir en un claro equilibrio entre inquietud y cansancio. Entonces, cuando dejas de anticiparte con el pensamiento, cada paso no es sólo un medio para conseguir un fin sino un evento único en sí mismo. Esta hoja tiene bordes dentados. Esta roca parece estar suelta. Desde este lugar la nieve es menos visible aunque está más cercana. Éstas son las cosas que en todo caso deberías observar. Vivir sólo teniendo una meta futura es superficial. Son las faldas de la montaña las que sostienen la vida, no la cumbre. Aquí es donde las cosas crecen.

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La reflexión mental es mucho más interesante que la televisión. Es una pena que no haya más gente que la sintonice. Probablemente piensan que lo que oyen allí carece de importancia, pero jamás es así.

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Así que lo que hay que hacer cuando se trabaja en la motocicleta, como en cualquier otra tarea, es cultivar la paz mental que no aparta nuestro yo de nuestro entorno. Cuando eso se hace con éxito, todo lo demás sigue un curso natural. La paz de la mente produce valores correctos, los valores correctos producen pensamientos correctos. Los pensamientos correctos producen acciones correctas y las acciones correctas producen una obra que será el reflejo material para que los demás vean la serenidad que está en el centro de todo. Eso es lo que había en aquel muro en Corea. Era el reflejo material de una realidad espiritual.


[Sexto Piso. Traducción de Renato Valenzuela Molina]


Próximamente: Ventanas y otros relatos


De Stephen Dixon. En Eterna Cadencia.

jueves, abril 23, 2015

Cosas raras que se oyen en las librerías, de Jen Campbell


Jen Campbell trabaja en una librería de viejo y también es escritora y ensayista: ha publicado relatos y ensayos y poemas y trabaja ya en una novela. Su libro, una recopilación de conversaciones suyas y de otras personas, me ha recordado a algunas de las anécdotas que, en Twitter, cuentan de vez en cuando mis amigos libreros. Porque en las librerías ocurren situaciones rocambolescas y diálogos absurdos, de una manera que, por ejemplo, creo yo que no se da en las carnicerías o en la tienda de la esquina. El problema principal es que hay demasiada gente inculta, desinformada, que ni siquiera está segura de lo que es una librería o para qué sirve (no es coña, existen ejemplos al respecto), que cree que en el mundo habrá unos 20 libros y por eso piensan que el librero siempre encontrará lo que piden: basta (creen ellos) con decir que el libro que buscan tiene una cubierta de tal color y un título de tres palabras. Así de mustio es el panorama. Terrible, ¿verdad?

Como digo, Jen Campbell ha recopilado esos diálogos absurdos, esas peticiones dignas de una peli de Monty Python (de hecho, trabajó en una librería cuyo nombre homenajeaba a un sketch del grupo cómico), y ha incorporado chismes de otros libreros, y además los editores de Malpaso nos ofrecen, como regalo y apéndice, un muestrario de "Cosas raras que se oyen en las librerías españolas", en el que han colaborado varios libreros de este país. Me alegra comprobar que la gente suelta magníficos despropósitos en las librerías de todo el mundo, sostiene Campbell en la nota de Agradecimientos.

Cosas raras que se oyen en las librerías es, pues, un compendio divertidísimo, en sintonía con volúmenes como Los libros en The New Yorker (que ya recomendé aquí): un manual de disparates para soltar la carcajada cada poco, pero al mismo tiempo me parece un libro de terror, pues revela la podredumbre mental y la ignorancia general de nuestra sociedad. Revela que, si mucha gente no sabe qué venden exactamente los libreros, el problema obedece a una educación incompleta: padres que nunca leen, que no han llevado jamás a sus hijos a una librería o a una biblioteca, que no han sido capaces de crearles hábitos relacionados con la cultura...

Y ahora vamos con algunas anécdotas (y aquí puedes leer las primeras páginas):

CLIENTE: Leí un libro en los años sesenta. No recuerdo el autor ni el título, pero la cubierta era verde y me reí mucho. ¿Lo tenéis?

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LIBRERO: ¿Puedo ayudarlo en algo?
CLIENTE: Sí, ¿dónde están los libros de ficción?
LIBRERO: Ah, en la pared del fondo. ¿Busca alguno en particular?
CLIENTE: Cualquiera de Stefan Browning.
LIBRERO: No lo conozco, ¿qué tipo de libros escribe?
CLIENTE: Ni siquiera sé si ha escrito… Verá, yo me llamo Stefan Browning y me gusta entrar en las librerías para ver si alguien con mi nombre ha escrito un libro.
LIBRERO: Ya…
CLIENTE: Porque así lo puedo comprar, llevarlo encima y decirle a la gente que tengo una novela publicada. Todo el mundo pensará que soy la hostia, ¿no le parece?

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CLIENTE: Puede que esto suene un poco estrambótico, pero ¿vendéis leche?
CLIENTE: ¿Vendéis billetes de lotería?
CLIENTE: ¿Vendéis destornilladores?

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CLIENTE: Estoy buscando un libro para mi hijo. Sólo tiene siete años, pero está muy avanzado: tiene un cerebro de como veinte años. ¿Qué le recomendáis?

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CLIENTE: ¿Qué tipo de librería es ésta?
LIBRERO: Bueno, somos una librería de viejo.
CLIENTE: ¿De qué?
LIBRERO: Somos como… como anticuarios de libros.
CLIENTE: ¡Ah! Así que vendéis libros sobre peces…

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CLIENTE: Hola, mi mejor amiga vino la semana pasada y compró un libro que le gustó mucho. ¿Tenéis otro ejemplar?
LIBRERO: ¿Cómo se titula?
CLIENTE: ¡Mira tú por dónde se me olvidó preguntárselo!

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CLIENTE: ¿Tienen libros sobre el Siglo de las Luces?
LIBRERO: Bastantes.
CLIENTE: Estupendo. Mi hijo está a punto de estudiarlo en el colegio. Si mal no recuerdo, comienza con la invención de la bombilla…

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CLIENTE (mostrando a su amiga un ejemplar de El señor de los anillos): Mira, tiene un mapa al principio.
AMIGA: ¿Ah, sí? ¿Un mapa de qué?
CLIENTE: De Mor… Mordor.
AMIGA: ¿Y eso por dónde queda?

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CLIENTE: ¿Qué libros puedo comprar para que la gente los vea y diga "¡joder, qué tío más listo!"?


[Malpaso Ediciones. Traducción de Bernardo Domínguez Reyes]

Próximamente: Personae


De Sergio de la Pava. En Random House.

martes, abril 21, 2015

Las llanuras, de Gerald Murnane


No conocíamos en España al escritor australiano Gerald Murnane, alabado por J. M. Coetzee, y Minúscula nos trae este libro misterioso, escrito por alguien con un gran poder de seducción, que nos va hechizando con su extraña mezcla de narrativa, filosofía y laberintos de la memoria.

Cuenta la historia de un cineasta que se traslada al territorio de las llanuras australianas, decidido a filmar un proyecto titulado El interior, que se ocupará de representar esos parajes como nadie hasta ahora lo había hecho. Pero, como luego también ocurrirá en esa gran película de Charlie Kaufman (Synecdoche, New York), el proyecto es demasiado grande y complejo, que no acaba nunca, que va cambiando, que va ocupando la vida del narrador, de ese cineasta que, además, se enamorará de la mujer que deambula por la mansión donde se hospeda. Y nosotros iremos descubriendo que las llanuras no son sólo un paisaje, sino también (y sobre todo) una forma de vivir, un reflejo del comportamiento, "una fuente de metáforas", algo que es imposible representar y aprehender en su totalidad, donde "la gente de estas regiones concibe la vida como un tipo de llanura más". A mi entender, el narrador acaba convirtiéndose en una especie de fantasma en vida, alguien que observa a la mujer y que se refugia en la biblioteca de su patrono y que nunca concluye su tarea.

Para saber más sobre Murnane visto por Coetzee, os emplazo a este texto que tradujeron en Hermano Cerdo. Y unos fragmentos:

Entonces me volví hacia el séptimo de los grandes terratenientes y declaré que, de todas las formas de arte, solo el cine podía mostrar los horizontes remotos de los sueños como un paisaje habitable y, al mismo tiempo, convertir paisajes familiares en un escenario indeterminado, apto solo para los sueños.

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¿Y qué importaba más que la búsqueda de paisajes? ¿Qué distinguía a un hombre, al fin y al cabo, sino el paisaje donde finalmente se hallaba a sí mismo?

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A pesar de su obsesión por la infancia y la juventud, los llaneros nunca han tenido en cuenta, más que como la demostración de una falsedad patente, la teoría según la cual los defectos de un hombre son el resultado de algún accidente anterior, o sus corolarios: que la vida de un hombre es un proceso de decadencia a partir de un estado de satisfacción original, y que nuestras alegrías y placeres son una solución intermedia entre nuestros deseos y nuestras circunstancias.

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Sin embargo, la probabilidad de que nunca llegara a leer mis palabras no me preocupó durante demasiado tiempo. Si todo lo que sucedía entre nosotros no era más que una serie de posibilidades, mi objetivo debería haber sido ampliar el ámbito de sus especulaciones en lo tocante a mí: que recibiera información tal vez no específica, pero sí la necesaria para reconocerme. En otras palabras, no hacía falta que leyera ni una de mis palabras, tan solo que supiera que había escrito algo que ella podría haber leído.

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Como ninguno de esos hombres ha explicado nunca, ni de palabra ni por escrito, el porqué de su preferencia por vivir discretamente y al margen de toda ambición en un anexo modestamente amueblado de sus sencillas casas, solo puedo decir que percibo en ellos una devoción callada, obstinada, por demostrar que las llanuras no son lo que muchos llaneros creen. Que no son, por así decirlo, un vasto teatro que dota de mayor significado los acontecimientos que en él se representan; tampoco son un campo inmenso para exploradores de todo tipo. Son simplemente una práctica fuente de metáforas para quienes saben que los hombres inventan sus propios significados.


[Editorial Minúscula. Traducción de Carles Andreu]

Próximamente: Yo te quise más


De Tom Spanbauer. En Random House.