Mason Currey admite en el prólogo de este libro (que creció y se desarrolló a raíz de un blog del autor) que está escribiendo sobre detalles triviales de la vida de muchas personas. Pero eso no le resta interés, e incluso profundidad, ya que si escarbamos en el conjunto de las rutinas de los artistas que consigna Currey hallaremos una verdad absoluta: la vida es así, consistente en pequeños pasos y en repeticiones que van configurando una identidad y una obra. Cualquiera que lleve años madrugando para escribir (o para pintar o para componer) y ajustándose a un horario para trabajar, un horario sin jefes ni subordinados, como es mi caso, tendrá que leer este libro. Puede que hace una década no me hubiera interesado, pues entonces me importaban las obras pero no las vidas de los autores, pero hoy es distinto: cada vez me interesan más las rutinas de los artistas, sus vicisitudes y sus predilecciones, sus días malos y sus noches de insomnio… por eso cada año compro más biografías de cineastas y de escritores y de algún actor.
Uno de los grandes atractivos del libro es que reúne un montón de citas, referencias, extractos de cartas y fragmentos de entrevistas. A cada artista (porque, aunque predominan los escritores, hay lugar para directores de cine, músicos o científicos) le dedica una breve entrada que antaño funcionó como post. De ese modo saciamos nuestra curiosidad sobre si tal o cual poeta escribían por la noche o si madrugaban para ponerse ante el papel, sobre las manías y las costumbres de unos y otros, sobre cómo afrontan la creación y si optan por las musas o por el trabajo duro.
Ahí van unos cuantos nombres que aparecen en el índice: Thomas Wolfe, Ingmar Bergman, Gustave Flaubert, Ann Beattie, Tom Stoppard, Samuel Johnson, James Joyce, Samuel Beckett, Sylvia Plath, John Cheever, David Lynch, James Dickey, Franz Schubert, Charles Dickens, Edward Abbey, Knut Hamsun, Carson McCullers, Jean Stafford, Alice Munro, Jerzy Kosinski, Stephen King, Marilynne Robinson, Jonathan Franzen o Bernard Malamud. Ciento sesenta y pico (no los he contado: me fío de lo que pone en la contracubierta). Copio algunas citas de cuatro de los autores de los que Currey habla:
W. H. Auden:
La rutina, en un hombre inteligente, es signo de ambición.
Un estoico moderno sabe que el camino más seguro para disciplinar la pasión pasa por disciplinar el tiempo: decide lo que quieres o debes hacer durante el día, hazlo siempre exactamente a la misma hora cada día, y la pasión no te dará ningún problema.
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Philip Roth:
Escribir no es un trabajo duro, es una pesadilla.
Extraer carbón es un trabajo duro. Esto es una pesadilla […]. Hay una tremenda incertidumbre que es inherente a esta profesión, un nivel constante de duda que te sostiene de algún modo. Un buen médico no está en conflicto con su trabajo; un buen escritor entabla una batalla con su obra. En la mayoría de las profesiones hay un comienzo, un medio y un final. Con la escritura, siempre se está volviendo a comenzar. Dado nuestro temperamento, necesitamos esa novedad. Hay mucho de repetición en este trabajo. De hecho, una habilidad que todo escritor necesita es la capacidad de permanecer inmóvil en esta ocupación profundamente desprovista de acontecimientos.
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William Gass:
‘¿Cómo comienza su día?’. ‘Oh, salgo un par de horas a tirar fotos’, dijo. ‘¿Qué es lo que fotografía?’. ‘Las partes oxidadas, abandonadas, olvidadas, oprimidas de la ciudad. Inmundicia y deterioro, sobre todo,’ dijo él en un tono ligero, como quitándole importancia con un gesto de la mano. ‘¿Usted hace eso todos los días, fotografiar cosas inmundas y deterioradas?’. ‘Casi todos los días’. ‘¿Y luego escribe?’. ‘Sí’. ‘¿Y eso no le parece inusual?’. ‘A mí no me lo parece’.
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David Foster Wallace:
Las cosas o van bien o no van bien […]. Ahora estoy trabajando en algo y no acabo de lograr que salga. Naufrago y naufrago. Y cuando estoy naufragando no quiero trabajar, de modo que me invento un draconiano: ‘Muy bien, esta mañana trabajaré desde las siete y treinta hasta las ocho y cuarenta y cinco con un descanso de cinco minutos’… toda esa basura barroca. Y después de diez o doce o, en fin, en algunos libros, hasta cincuenta intentos, de pronto aquello simplemente comienza a fluir. Y una vez que empieza no requiere esfuerzo alguno. Y de hecho la disciplina que hace falta entonces es la de estar dispuesto a dejarlo y de recordar que ‘Oh, tengo una relación que cuidar, tengo que hacer las compras o pagar estas cuentas’ y esas cosas. De modo que no tengo absolutamente ninguna rutina, porque las veces que intento crearme una rutina son las veces en que la escritura me parece fútil y autoflagelante.
[Turner Ediciones. Traducción de José Adrián Vitier]