Del prólogo de Eduardo Becerra:
A través de sus cinco capítulos: "El fantasma y el flâneur", "La percepción gótica", "Ventanas indiscretas", "American way of death" y "Larga vida a la nueva carne", transitamos por los retratos literarios y cinematográficos de un sinfín de ciudades: Lisboa, Nueva York, San Francisco, Los Ángeles, Tokio, Río de Janeiro; escalas de un extenso viaje que a ojos de Montiel traza una travesía de la orfandad a estas alturas universal. La genealogía del terror contemporáneo da paso en el tercer capítulo a un paseo por los espacios interiores, casas y habitaciones adonde llegan, atravesando las paredes, los latidos hostiles del exterior. Cuartos llenos de secretos y tragedias inminentes que duermen en la oscuridad, que desde Otra vuelta de tuerca, de Henry James, continúan en películas como Las vírgenes suicidas, de Sofia Coppola, Picnic en Hanging Rock, de Peter Weir, las novelas de Ismaíl Kadaré y, sobre todo, la pintura de Edward Hopper. En este reverso del ajetreo de las calles, el paseante se mueve por un territorio poblado de fantasmas y se descubre perdido en la infinitud inabordable de ciudades convertidas en "crisoles de aislamiento".
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De uno de los capítulos de Mauricio Montiel:
El arte, entonces, ha hecho implosión, quedando apenas como rastro violento, sima que se antoja ocupada por los gestos de un moribundo y de la que sólo puede erguirse el mal, esa hidra metódica. De ahí que el asesinato, una de sus múltiples cabezas, sea ahora más que nunca una de las bellas artes. Sangre y vísceras son la materia prima de las obras finiseculares; la mutilación, el desmembramiento, la tortura, el exceso quirúrgico, construyen un corpus estético que busca en el espejo medieval sus rasgos, contraídos en una mueca de mórbida hermosura. La enfermedad, ese "lado nocturno de la vida" desenmascarado por Susan Sontag, se exhibe en los museos del mundo; el dolor y la muerte son las musas contemporáneas. El cuchillo ha sustituido al pincel, la piel a la página en blanco.
[Fórcola Ediciones]