Los editores de Gallo Nero han publicado una edición especial de este libro: el formato es más grande de lo habitual en sus ediciones y las cubiertas tienen otro diseño. Pero es que libros como éste son especiales. Agrupa una serie de textos de distintos autores y varias fotografías de Gisèle Freund, y sirve para situarnos en el escenario de aquellos años parisinos en los que publicaron y consiguieron vender Ulises. Todo lo que atañe a James Joyce suele ser interesante.
Simone de Beauvoir abre el libro con un prólogo breve, pero iluminador. De todo cuanto dice me quedo con esta frase: Pese a los nubarrones que se cernían sobre Europa y el mundo, la literatura seguía siendo la refulgente estrella que guiaba nuestros pasos.
De Gisèle Freund, aparte de su serie de retratos sobre Joyce, se incluye un texto titulado "Fotografiar a Joyce", algo que no era fácil dado su repertorio de excusas para evitar ponerse delante de la cámara. Especialmente revelador me parece este pasaje:
Joyce me retuvo aún un rato, en apariencia aliviado de haberse librado de aquel suplicio. Habló de Finnegans Wake e hizo especulaciones acerca de su posible recepción por parte de crítica y público. De repente se le mudó la voz, se hizo más débil, como extenuada, y empezó a hablar de la muerte –de su muerte–, presumiendo que aquel sería su último libro.
Traté de infundirle ánimos. Le dije que todos los escritores se deprimen y sufren agotamiento después de largos períodos de concentración; que aún era joven, apenas cincuenta y seis años, mientras que los miembros "jóvenes" de la Academia Française tenían ya bien cumplidos los sesenta. Pero no quería que le consolara, y un toque de melancolía impregnó nuestra despedida.
V. B. Carleton nos habla de los últimos años de Joyce en París. En 1938, dice, Joyce entró en el período más trágico y oscuro de su vida. Fascinante resulta el retrato de Joyce como una especie de dandi doméstico:
En casa, Joyce siempre hacía gala de una elegancia algo excéntrica, fin-de-siècle, en el vestir: un batín de terciopelo púrpura o burdeos, un pañuelo gris alrededor del cuello y un chaleco recamado que había sido de su padre. En sus manos refinadas, que casi parecían no tener huesos, Joyce portaba varios anillos de oro muy trabajado con piedras preciosas engasgadas. Sus ojos claros, dañados por las continuas agresiones de iritis, glaucoma y cataratas, nunca perdieron del todo aquella mirada absolutamente inquisitiva, penetrante y un tanto perpleja, cuya belleza –irreal, diamantina– ni siquiera las gruesas lentes que se veía obligado a llevar conseguían distorsionar.
El último texto, y creo que el más extenso, es de Catherine Turner. Dibuja aquellos momentos en que los editores y los medios trataron de hacerle comprender al público que Ulises no era tan inaccesible como se pregonaba. Que no era tanta su dificultad de lectura. Y habla de cómo Sylvia Beach logró crear una especie de best-seller que a la vez era culto, maldito, polémico y erudito. Os dejo con un extracto de este libro que supone, para el escritor y para el amante de cómo se forjan los mitos, una delicia (y sobre todo para quienes antaño leímos Ulises con placer):
Una vez que Ulises hubo alcanzado la categoría de icono cultural, como Beach esperaba, las opiniones de la crítica ya apenas importaban. Por suerte, porque seguían lloviendo las críticas negativas y el libro seguía siendo vapuleado incluso por la crítica más progresista.
[Gallo Nero. Traducción de Regina López Muñoz]