La orilla de las palabras
Al sembrar palabras
hay que andarse con ojo.
A veces
las raíces crecen podridas,
los tallos se tuercen
y la mala hierba
les nace en las orillas.
Eso es malo.
Uno anda cojo y no sabe por qué.
Te piensas que tienes una pierna
más corta que la otra
y resulta que el problema
está bajo los pies.
Una mentira en el zapato.
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Espejos desquiciados
Es la hora del recreo
y los niños
juegan a esconderse.
Al que le toca parar
acecha con el cuerpo inclinado,
armado de sigilo,
barriendo con su mirada el patio.
En cuclillas, amontonados,
se esconden los otros
tras un banco de piedra,
trinchera
para los ojos.
Pero hay muros
que funcionan como bisagras.
Newport, Gaza, una favela.
A veces los espejos
se quiebran desquiciados.
Lo que era normal se desvanece,
espejismo era el mundo
que conocíamos.
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El carterista
El carterista buscó una esquina tranquila del parque. En aquel lugar la única amenaza era pisar las cagadas de los perros. Pese a todo le latía el corazón a mil por hora, y no por la carrera o por falta de experiencia, sino por el robo en sí mismo.
-Igual que un actor –se decía siempre en esos casos–: nervioso cada vez que se abre el telón.
Notó la piel curtida de la cartera entre las manos sudorosas. La abrió y extrajo los billetes, las monedas y las tarjetas. Después se deshizo de los restos como si fueran la espina relamida de una sardina. Pero algo le hizo mirar el fondo de la papelera olvidando por un instante la primera norma que había aprendido del oficio: no mirar jamás las fotografías.
Era él, sin duda, aunque algo más viejo, el que le miraba de entre los desperdicios.
[Ediciones Oblicuas]