viernes, mayo 16, 2014

Diario, de Katherine Mansfield


Lo único que realmente pido es tiempo para poder escribirlo todo, tiempo para escribir más libros. No me importa morir después. Vivo para escribir. Ahí está el maravilloso mundo –¡Dios mío, qué hermoso es el mundo exterior!–, y yo me baño en él y eso me refresca. Pero siento como si tuviera un DEBER; como si alguien me hubiera enviado una tarea que estoy destinada a terminar. Permíteme que la termine, permíteme que la termine sin prisa; tratar cada cosa con toda la justicia que pueda…

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Pienso en los lugares desconocidos a los que nos conduce la enfermedad; la gente desconocida entre la que se pasa de mano en mano; la sucesión de caballeros de americana negra a los que se les susurra 99, 44, 1-2-3. La última sala de espera. Todo lo anterior había sido tan alegre.

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El sufrimiento humano no tiene límite. Cuando se piensa: "Ahora he tocado el fondo del mar, ahora ya no es posible descender más", sí se desciende. Y así para siempre. El año pasado en Italia pensé: cualquier sombra de más supondría la muerte. ¡Pero este año ha sido tanto más terrible que pienso en la Casetta con afecto! El sufrimiento no tiene límites, es la eternidad. Una punzada es tormento eterno. El sufrimiento físico es… juego de niños. ¡Se puede uno reír y tener el pecho aplastado por una piedra inmensa!
No quiero morir sin dejar rastro de mi convicción de que el sufrimiento se puede vencer. Porque lo creo firmemente. ¿Qué es lo que hay que hacer? No es cuestión de lo que se suele definir como "ir más allá". Eso es falso.

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Cuando dejamos de tomarnos en serio nuestros fracasos es que les estamos perdiendo el miedo. Es muy importante aprender a reírnos de nosotros mismos.

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La vida debería ser como una luz constante y visible.

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Todos pasamos miedo en las salas de espera.  


[DeBolsillo. Traducción de Aránzazu Usandizaga Sainz]