martes, mayo 27, 2014

Conversaciones en Giverny, de Claude Monet [Conversaciones]


Este libro tiene una de las mejores fotos de portada del año. Incluso antes de echarle un ojo al interior, ya quise tenerlo. Esa barba que abriga, ese pitillo en los labios que sólo se intuyen, ese sombrero y esa mirada de sabio únicamente podían corresponder a un artista de los de antes. Y así era Claude Monet, el llamado "maestro de los impresionistas". He leído estas conversaciones con placer y con mucha atención (es el tercer número de la colección, mientras el cuarto versa sobre Ana Frank y sale estos días a la venta: por eso he recalcado en el título del post su pertenencia a dicha colección). Se dividen en cinco apartados, cuatro de ellos dedicados a recrear los encuentros con Monet y las visitas a su casa y la transcripción de las entrevistas, y el último recopilando algunas ilustraciones en color (tanto de cuadros suyos como de otros maestros); además de incluir unas cuantas fotografías en las que vemos al pintor en su estudio, en su jardín o tras una operación de cataratas. En estas páginas, Monet habla de sus contemporáneos, de la pintura en general, de su propia obra, de su juventud… Aquí van algunas de sus declaraciones (y en este enlace puedes acceder a las primeras páginas):

No lo volví a ver hasta 1869, pero pronto intimé con él [se refiere a Manet]. Desde ese primer encuentro, me invitó a ir todas las tardes al café Batignolles, donde él y sus amigos solían reunirse a charlar al salir del estudio. Allí conocí a Fantin-Latour, a Cézanne y a Degas, que había llegado hacía poco de Italia, al crítico de arte Duranty, a Emile Zola, que debutaba como escritor, y algunos otros. Yo llevé a Sisley, Bazille y Renoir. No había nada más interesante que estas tertulias, con sus constantes discusiones. Las polémicas duraban hasta la extenuación, nos tratábamos con desinterés y sinceridad, nos hacíamos promesas llenas de entusiasmo, durante semanas y semanas, hasta llegar a la forma definitiva de las ideas. Siempre nos marchábamos más informados, con la voluntad más firme y el pensamiento más nítido y claro.

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Hay hombres que no tienen honor, pero que siempre persiguen los honores…

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Tan solo en un museo he tenido la gozosa impresión de la pintura fresca, de la pintura viva, caliente aún en la mano del creador: Madrid, El Prado. ¡Qué museo! El más bello de todos los que conozco. Cuando me he encontrado en aquellas salas, en medio de tizianos, rubens, Velázquez, tintorettos, se diría que fueron pintados ayer, rebosando como están de fuerza, de luz, de color; la emoción se apoderó de mí, se me agarró a la garganta y lloré; lloré sin poderme contener…

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Trabajo y trabajo, y nunca pensar en el dinero. Desgraciadamente, en ocasiones tenemos que hacerlo. Cuando éramos jóvenes, a menudo tuvimos que vender por unos pocos francos telas que no deberíamos haber dejado partir con tanta facilidad. Pero por entonces era necesario. Renoir tuvo que pasar por ello, y Manet… No; Manet, no, que tenía posibles; pero Sisley tuvo, yo tuve. Ah, lo vemos demasiado a menudo: el trabajo del joven pintor rechazado por el comprador…, quizá la misma persona que cuando el artista se ha consagrado paga un gran precio por ella… por puro snobisme.


[Confluencias Editorial. Traducción de José Jesús Fornieles Alférez, Alfonso Fornieles Ten y José Miguel Parra]