Tengo la certeza de que, lamentablemente, esta novela ha pasado desapercibida en España. No ha ocurrido así en otros lugares, como por ejemplo en Gran Bretaña. Unos días antes de empezar la lectura, buscando reseñas e información sobre el libro y su autor, sólo fui capaz de encontrarlas en inglés. Y lo cierto es que eran todas elogiosas. No sé la razón de este ninguneo, dado que el propio D. D. Johnston estuvo en España presentando el libro. Tal vez sea (me atrevo a aventurar, aunque podría estar equivocado) porque la imagen editorial de Hoja de Lata está enfocada a títulos y a autores un poco más clásicos y quizá el público haya pensado que es un libro antiguo en vez de un libro escrito en 2011. Estoy seguro de que, si lo hubiera publicado Mondadori, ya formaría parte del mainstream; así de tontos somos a veces. Sin embargo, nunca es tarde: salió a la venta a finales de 2013 y tal vez podría remontar en las librerías.
Pero vamos con el libro. Reconozco que a mí casi se me escapa, entre tanto exceso de novedades. Luego leí la sinopsis en algún lado y en seguida me interesó. Es una novela que le toma el pulso, por así decirlo, a muchos de los acontecimientos urbanos de este siglo: el movimiento popular contra el FMI y el Banco Mundial en Praga (en el año 2000), los atentandos del 11-S en Nueva York, las manifestaciones contra el G8 en Tesalónica (en 2003), la contracumbre en Génova (en 2001)…
El protagonista y narrador es el joven Wayne Foster, quien trabaja en Benny’s Burguer (cargo y establecimiento que detesta), y que, en su periplo por algunos de los movimientos antiglobalización del siglo XXI, se irá encontrando nuevos amigos y nuevos amores y nuevas causas por las que luchar. Su anarquismo no es de boquilla: él lucha contra el capitalismo entrando en acción y no duda en viajar a Londres, a París, a Génova, a Praga o a donde haga falta. Ésa es una de las virtudes de la novela: está contada saltando hacia adelante y hacia atrás en el tiempo (como una película de Tarantino) y en cada salto el narrador nos lleva a una ciudad distinta, y nunca le faltan borracheras, peleas, ligues, protestas... Como conozco casi todas las urbes de las que habla, he disfrutado aún más al recordarlas, al revivirlas.
Podríamos decir que también es una novela de aprendizaje: Wayne aprende, en su camino, a relacionarse, a amar, a resistir, a fracasar, a hacer nuevas amistades… Después de leerla, y si uno echa un vistazo a los telediarios actuales, casi puede concluir que la imagen simbólica del siglo XXI, por el momento, o al menos la más repetida en los noticiarios, es la de la policía antidisturbios frente a los civiles que protestan contra un gobierno. ¿En cuántos lugares podemos ver ya esa imagen? En demasiados. Porque es la consecuencia de la crisis y del descontento de los ciudadanos. Esa imagen podría haber servido, también, como cubierta de esta obra.
En la última página, el narrador se dirige directamente al lector. Es bastante emotivo y no voy a copiarlo todo, pero quiero dejaros con una muestra de ese final: El futuro no está escrito. Me gustaría pensar que tú y yo nos encontraremos en alguna, aunque no imaginada, lucha social. Haremos guardia en una línea de piquetes o compartiremos el peso de una pancarta. Cuando tus manos estén levantadas y te sangre la cabeza y la Policía se esté preparando para cargar, entrelazaremos los brazos. Y aquí van dos extractos de diálogo:
-Vale. Entonces, ¿qué crees que te hace tan jodidamente especial? ¿Crees que eres el único estudiante que está formado para un stupide trabajo? ¿Crees que eres el único trabajador mal pagado que desea algo mejor? ¿Crees que todos los demás son demasiado stupide para imaginar el futuro?
-Es justo eso –le dije–. No puedo imaginar el futuro.
-Ah. ¿Ahora mismo te parece una derrota? Quizá. Entonces, dentro de cinco años, diez años, veinte años, algo pasará, alguna guerra stupide o el colapso de las pensiones o una crisis o recesión medioambiental. Eso será la chispa y todos los estudiantes formados para un trabajo stupide, todos los trabajadores aburridos, todas las personas desempleadas, todo el mundo sin papeles y todas las personas que deban trabajar más y más por una pensión cada vez menor y que estén aisladas y a las que se les enseñe a odiarse a sí mismas, mirarán el mundo del capital y saldrán a las calles, millones de ellos, e imaginarán el futuro.
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-Quizá éramos demasiado optimistas respecto a lo que podríamos lograr.
Buzz asintió.
-Quizá. Lo hicimos lo mejor que pudimos. Pero la mayoría de la gente es feliz siendo esclava asalariada…
-Pero no lo es. Esa es la cuestión. La mitad del país está con antidepresivos.
[Hoja de Lata Editorial. Traducción de Raquel Duato García]