Qué es Le ParK (con la k final en mayúscula) es algo que su autor nos revela antes de la página 30, y prefiero dejar constancia de su descripción antes que ofrecer la mía:
Quizás sea hora ya de decir, para aquellos que aún no lo hayan entendido, en qué consiste exactamente Le ParK. El principio es muy simple: su diseñador ha querido reunir en un solo espacio todas las formas que podría adoptar un parque. De este modo, Le ParK agrupa –haciendo gala de una totalidad novedosa– una reserva animal y un parque de atracciones, un campo de concentración y una tecnópolis, una feria y un campamento de refugiados, un cementerio y un kindergarten, un parque zoológico y una residencia de ancianos, un arboreto y una cárcel.
Puede llegarse a esta novela espléndida y sin trama sin haber leído nada de Bruce Bégout, pero también considero necesario saber en qué terrenos se movía el autor antes de publicar este libro. La cuestión es que leí hace tiempo dos de los tres ensayos de Bégout que están traducidos en España (el otro es Sobre la decencia común, centrado en George Orwell); me refiero a Zerópolis y a Lugar común. El motel americano, ambos en Anagrama. Quien no los conozca y sienta interés por los paisajes que el hombre transforma mediante gigantescos edificios, ciudades en el desierto y construcciones megalómanas, no debería perdérselos. Leídos esos libros, no es de extrañar que Bruce Bégout haya decidido crear su propio paisaje, esta vez futurista y ficticio. Es como si, tras documentarse exhaustivamente sobre los moteles y los casinos y los parkings de carretera y los lugares de paso del terreno norteamericano, hubiera querido verter todo eso bajo la forma de una ficción que, a mi entender, debe mucho a los paisajes mutantes del maestro J. G. Ballard.
En 136 páginas, Bégout nos ilustra sobre las virtudes e inconvenientes de ese parque gigantesco que se encuentra en una isla y cuyo precio es prohibitivo. Una isla-parque que crea adicción: hay un pasaje en el que nos cuenta cómo algunos visitantes no quieren salir y escapan, como si el exterior, el mundo real, fuera la cárcel y desearan huir de ella como prisioneros que ansían la libertad. En Le ParK se dan cita unas cuantas atrocidades y muchas perversidades: por ejemplo, los establecimientos destinados a servir de copia de las dictaduras (barracones con prisioneros, salas de ejecución, etc). El mayor pecado de Le ParK es haber unido el ocio con la atrocidad, la historia con la diversión. Lo absurdo de algunas de las atracciones me recuerda también a otro grande, a otro especialista en parques temáticos: George Saunders.
Le ParK funciona como distopía, como advertencia (o, mejor, exposición) de lo que podemos llegar a crear, como aviso de lo que podemos llegar a ser. De vez en cuando el autor abandona la narración general de la isla y se centra en algún personaje. Leamos lo que dice de un hombre que se extravía en esos parajes: Comenzó a desesperarse. Los espacios se sucedían sin fin como en un videojuego. Se sentía como la víctima de un programa caprichoso, el juguete ridículo de un Instructor maquiavélico. La alusión al videojuego es primordial para entender el caos del parque temático: hombres perdidos en campos inmensos, como en Tron.
En suma: una lectura muy recomendable, que mantiene vivo el espíritu de Ballard, y apuesta por conceptos fantásticos tan interesantes como la “arquitectura neuronal”, que podría curar a enfermos que visitaran ciertos edificios creados para ello; una novela, además, que cuenta con una poderosa traducción de alguien que es un experto en libros raros: Rubén Martín Giráldez. Unos extractos:
La historia está repleta de pesadillas, y no hace falta recurrir a las del pasado para comprender las del presente.
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Cada época inventa sus propias técnicas infames de destrucción. La referencia al pasado confunde en lugar de aclarar, porque no nos permite mantenernos alerta ante la novedad de las violencias contemporáneas.
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Le ParK evoluciona, se modifica y se renueva constantemente. Es una especie de ciudad nómada y plástica que se reconfigura según la propia movilidad de sus habitantes.
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Le ParK es una ciudad en perpetua ebullición que no para de transformarse frenéticamente, un espacio fractal, una geografía errante que se deshace y se reconstruye a toda velocidad.
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Licht sabe con certeza que la reputación de un parque de atracciones degenera a medida que aumenta la frecuencia de visitas. Cuanto más concurrido, más menospreciado.
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El principio general de la arquitectura neuronal consiste en incidir, a través de las construcciones, sobre las estructuras mentales del cerebro y, de ahí, extenderse a todas las redes fisiológicas.
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Nunca perdamos de vista esta máxima científica: más allá de los sentimientos, se encuentran las moléculas. Ahí es donde se sitúa el auténtico control de los individuos: el gobierno químico.
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Llevo toda la vida persiguiendo el mismo objetivo: la reversibilidad absoluta de la ciudad y de la mente. […] mi intención ha sido construir ciudades mentales donde el frenesí urbano tome como modelo las corrientes psicomotrices, y penetrar esa urbe cerebral, recorrer sus arterias encefálicas, perderme en sus vainas de mielina, detenerme junto a sus áreas de Broca, escalar sus lóbulos occipitales, trepar por sus túmulos sinápticos.
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La belleza de un edificio será juzgada en función de su capacidad de inquietar a sus inquilinos.
[Editorial Siberia. Traducción de Rubén Martín Giráldez]
Quizás sea hora ya de decir, para aquellos que aún no lo hayan entendido, en qué consiste exactamente Le ParK. El principio es muy simple: su diseñador ha querido reunir en un solo espacio todas las formas que podría adoptar un parque. De este modo, Le ParK agrupa –haciendo gala de una totalidad novedosa– una reserva animal y un parque de atracciones, un campo de concentración y una tecnópolis, una feria y un campamento de refugiados, un cementerio y un kindergarten, un parque zoológico y una residencia de ancianos, un arboreto y una cárcel.
Puede llegarse a esta novela espléndida y sin trama sin haber leído nada de Bruce Bégout, pero también considero necesario saber en qué terrenos se movía el autor antes de publicar este libro. La cuestión es que leí hace tiempo dos de los tres ensayos de Bégout que están traducidos en España (el otro es Sobre la decencia común, centrado en George Orwell); me refiero a Zerópolis y a Lugar común. El motel americano, ambos en Anagrama. Quien no los conozca y sienta interés por los paisajes que el hombre transforma mediante gigantescos edificios, ciudades en el desierto y construcciones megalómanas, no debería perdérselos. Leídos esos libros, no es de extrañar que Bruce Bégout haya decidido crear su propio paisaje, esta vez futurista y ficticio. Es como si, tras documentarse exhaustivamente sobre los moteles y los casinos y los parkings de carretera y los lugares de paso del terreno norteamericano, hubiera querido verter todo eso bajo la forma de una ficción que, a mi entender, debe mucho a los paisajes mutantes del maestro J. G. Ballard.
En 136 páginas, Bégout nos ilustra sobre las virtudes e inconvenientes de ese parque gigantesco que se encuentra en una isla y cuyo precio es prohibitivo. Una isla-parque que crea adicción: hay un pasaje en el que nos cuenta cómo algunos visitantes no quieren salir y escapan, como si el exterior, el mundo real, fuera la cárcel y desearan huir de ella como prisioneros que ansían la libertad. En Le ParK se dan cita unas cuantas atrocidades y muchas perversidades: por ejemplo, los establecimientos destinados a servir de copia de las dictaduras (barracones con prisioneros, salas de ejecución, etc). El mayor pecado de Le ParK es haber unido el ocio con la atrocidad, la historia con la diversión. Lo absurdo de algunas de las atracciones me recuerda también a otro grande, a otro especialista en parques temáticos: George Saunders.
Le ParK funciona como distopía, como advertencia (o, mejor, exposición) de lo que podemos llegar a crear, como aviso de lo que podemos llegar a ser. De vez en cuando el autor abandona la narración general de la isla y se centra en algún personaje. Leamos lo que dice de un hombre que se extravía en esos parajes: Comenzó a desesperarse. Los espacios se sucedían sin fin como en un videojuego. Se sentía como la víctima de un programa caprichoso, el juguete ridículo de un Instructor maquiavélico. La alusión al videojuego es primordial para entender el caos del parque temático: hombres perdidos en campos inmensos, como en Tron.
En suma: una lectura muy recomendable, que mantiene vivo el espíritu de Ballard, y apuesta por conceptos fantásticos tan interesantes como la “arquitectura neuronal”, que podría curar a enfermos que visitaran ciertos edificios creados para ello; una novela, además, que cuenta con una poderosa traducción de alguien que es un experto en libros raros: Rubén Martín Giráldez. Unos extractos:
La historia está repleta de pesadillas, y no hace falta recurrir a las del pasado para comprender las del presente.
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Cada época inventa sus propias técnicas infames de destrucción. La referencia al pasado confunde en lugar de aclarar, porque no nos permite mantenernos alerta ante la novedad de las violencias contemporáneas.
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Le ParK evoluciona, se modifica y se renueva constantemente. Es una especie de ciudad nómada y plástica que se reconfigura según la propia movilidad de sus habitantes.
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Le ParK es una ciudad en perpetua ebullición que no para de transformarse frenéticamente, un espacio fractal, una geografía errante que se deshace y se reconstruye a toda velocidad.
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Licht sabe con certeza que la reputación de un parque de atracciones degenera a medida que aumenta la frecuencia de visitas. Cuanto más concurrido, más menospreciado.
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El principio general de la arquitectura neuronal consiste en incidir, a través de las construcciones, sobre las estructuras mentales del cerebro y, de ahí, extenderse a todas las redes fisiológicas.
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Nunca perdamos de vista esta máxima científica: más allá de los sentimientos, se encuentran las moléculas. Ahí es donde se sitúa el auténtico control de los individuos: el gobierno químico.
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Llevo toda la vida persiguiendo el mismo objetivo: la reversibilidad absoluta de la ciudad y de la mente. […] mi intención ha sido construir ciudades mentales donde el frenesí urbano tome como modelo las corrientes psicomotrices, y penetrar esa urbe cerebral, recorrer sus arterias encefálicas, perderme en sus vainas de mielina, detenerme junto a sus áreas de Broca, escalar sus lóbulos occipitales, trepar por sus túmulos sinápticos.
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La belleza de un edificio será juzgada en función de su capacidad de inquietar a sus inquilinos.
[Editorial Siberia. Traducción de Rubén Martín Giráldez]