He leído pocos libros de Max Frisch (tres o cuatro, contando con el que hoy recomiendo), pero me parece uno de los autores más visionarios del siglo XX. Con “visionario” me refiero a que él ya utilizó técnicas que ahora están de moda, y en cierta manera se adelantó a su tiempo. Max Frisch publicó este libro en 1979 (ahora recuperado por Alpha Decay), pero podría haberlo escrito en 2014 (algo imposible, claro, porque murió en 1991). Si aún viviera y publicara esta novela en este preciso momento, probablemente recibiría los ataques y las críticas de los miopes que arremeten contra Mark Z. Danielewski. Porque a menudo no se perdona que uno intente innovar. En el párrafo siguiente veremos por qué digo todo esto.
En El hombre aparece en el Holoceno (unas 130 páginas) se nos cuenta lo que le sucede al señor Geiser: vive en un valle y empieza a ver señales del fin (del fin del pueblo que hay en esa zona), o de eso nos da la impresión… porque de vez en cuando se cortan el agua y la luz, hay grietas en las rocas que podrían causar desprendimientos, el pueblo corre peligro de ser sepultado bajo las piedras, a veces prohíben la circulación del autobús que trae el correo, todas las noches hay tormentas y diluvios espectaculares… Sin embargo, ya en la primera página tenemos una pista: Las noticias del pueblo son contradictorias. Porque, a medida que vamos avanzando en la narración, nos preguntaremos si lo que ocurre es lo que de verdad ocurre o sólo lo que el señor Geiser cree que ocurre (es decir, lo que quizá sólo esté en su cabeza). Como a Geiser, ya mayor, se le olvidan las cosas, empieza primero a anotarlas en papeles y más tarde opta por recortar definiciones y explicaciones y sentencias de las enciclopedias, de los diccionarios e incluso de la Biblia (No hay memoria sin saber, leemos al principio). Y pega esos textos recortados en las paredes. Para no olvidar. Y esos textos aparecen en la novela, intercalados en la narración: pequeños recortes o apuntes (que habrán dado bastante trabajo al maquetador porque hay que conservarlos idénticos pero traducidos a nuestro idioma), una intertextualización que funciona como recordatorio y también como fuente de lo que el hombre podría perder. No obstante, ¿eso funcionará para él? Geiser lo duda. Porque cerca del final encontramos esta frase: Las piedras no necesitan que él se acuerde de ellas. Tal vez esa recopilación de datos, si el pueblo perece, sea inútil. Porque, tarde o temprano, la naturaleza en la que vive aislado acabará tragándose al señor Geiser.
Una vez leído lo anterior, a mí me vienen a la cabeza dos referencias posteriores y relacionadas con el cine: Geiser conserva frases y definiciones para no olvidar (lo cual nos remite a Memento y las palabras que apuntaba el protagonista en su piel o en papeles para ayudarle a recordar); lo que le ocurre a Geiser podría ser verdad o podría estar sólo en su cabeza (lo cual nos remite a Take Shelter y esa ambigüedad en la trama que a muchos nos subyugó).
La técnica que utiliza Frisch, aquí, es el fragmento: a veces encontramos párrafos consistentes en una frase de tres o cuatro palabras, a veces sólo definiciones, a veces párrafos que ocupan un par de páginas… Dependiendo de las exigencias de la narración.
He disfrutado con esta novela, lo cual me lleva a otra cosa: que quiero leer más libros de Max Frisch, uno de los autores más modernos del pasado siglo.
[Alpha Decay. Traducción de Eustaquio Barjau]