miércoles, diciembre 04, 2013

El consejero [película], de Ridley Scott


Si atendemos al post previo sobre El consejero, veremos que, siendo un guión una herramienta de trabajo, el texto escrito por Cormac McCarthy tiene, no obstante, varios altibajos y elementos endebles; junto a ellos hay pasajes logrados. Lo cual depara un "libreto" raro, misterioso… un perro verde. Y la película no es menos. Es otra cosa rara e irregular en la que hay momentos de altura junto a escenas flojas.

En el post anterior citaba a Hilario J. Rodríguez (no en vano es uno de los mejores críticos de cine del país) y vuelvo a citarlo aquí. Decía él, y estoy de acuerdo, que los Coen se habían adaptado al paisaje característico de Cormac McCarthy en su versión de No es país para viejos; pero, en el caso de Ridley Scott, no ha sido así: es él quien lleva el mundo de Cormac McCarthy a su terreno, lo que acaba dando una película casi típica de Scott con diálogos de McCarthy. Esa diferencia es sustancial. Y, pese a ello (es mejor la opción de los Coen, sin duda), Scott se las arregla para esquivar algunas de las debilidades del guión: parte de esos diálogos insustanciales han desaparecido de la película, supongo que por decisiones finales de montaje; los momentos que en el texto nos costaba entender, aquí, en cambio, son comprensibles gracias a la imagen, a la puesta en escena de Scott y al modo en que los resuelve en apenas unos segundos. Por ejemplo: el prólogo; Scott ha cortado la mitad de ese diálogo de enamorados, y eso es beneficioso para la película porque no aportaba gran cosa. Otro ejemplo: el parlamento del vendedor de diamantes del principio, que en el texto parecía un filósofo, aquí queda reducido a un mero vendedor de diamantes, y se agradece porque su alegato sobre los dioses y los judíos tampoco es esencial para la trama.

Como decía, la película también es irregular. Pero hay un detalle que lógicamente no está en el guión y, a medida que el metraje avanza, va instalando el mal rollo en el espectador: la música, que subraya El Mal del que hablaba en el post anterior, y que aparece en esos momentos puntuales en los que un personaje habla del cártel o de los verdugos. Y ese elemento va creando un clima, una sensación de ambiente malsano y de tensión latente que a mí, particularmente, me apasiona. Y esto desemboca en los últimos 20 minutos. La película vale la pena por esos minutos finales, donde se desata la locura pero donde tenemos que imaginar lo que no se ha mostrado. Ahí es donde Ridley Scott consigue momentos impactantes, que no quiero citar porque serían spoilers.

En el reparto, plagado de estrellas, para mí destacan Michael Fassbender (aunque su personaje de pichón es casi un mero comparsa de cuanto dicen otros personajes, sin embargo en el último tramo de la peli tiene oportunidad de desplegar toda su eficacia dramática), Cameron Díaz (su papel de bruja maquiavélica será recordado durante mucho tiempo, gracias a sus perversidades), Brad Pitt (tampoco es que se luzca demasiado, pero me fascina su capacidad de pasar de héroe guaperas en Guerra Mundial Z a dealer hortera y capullo en El consejero sólo con un cambio de vestuario y un bigote) y Rubén Blades (en una intervención breve, pero jugosa).

En suma: ambos, guión y filme, son irregulares, imperfectos, con altibajos. Tal vez porque, como dice el vendedor de diamantes: Este negocio es muy cínico. Solo buscamos la imperfección.
[Y, ahora, os propongo un juego: buscar las similitudes entre Revenge (Tony Scott) y El consejero (Ridley Scott); ahí lo dejo]