Lo diré desde el principio: Pain & Gain me ha gustado mucho. Michael Bay era uno de los cineastas en activo que menos me interesaban. Disfruté con la acción de La Roca y de La isla (que, hasta el estreno de Pain & Gain, me parecía su mejor película). Armageddon y Dos policías rebeldes y su secuela me parecieron dos entretenimientos olvidables. Y siempre me ha dado pereza ver Pearl Harbor y la saga de Transformers; pero, por lo que tengo entendido, tampoco me he perdido gran cosa.
Tras esa mala reputación de éxitos de taquilla y filmes con ritmo de videoclip llega la película más personal (y la mejor, desde mi punto de vista) de su director. La obra en la que demuestra lo que de verdad vale, lo que ya se había intuido en La isla. Pain & Gain es una peli pequeña, modesta, entendiéndose por esto que ya no hay miles de explosiones, tiroteos a mansalva y correrías que duran media hora. Michael Bay ha hecho su particular largometraje de “tipos torpes metidos a criminales a los que les va saliendo todo mal”, categoría en la que yo incluyo dos joyas: Fargo y Un plan sencillo. Cuando los Coen estrenaron Fargo ya tenían prestigio de sobra. Pero a Sam Raimi le vino muy bien hacer Un plan sencillo porque hasta entonces sólo era considerado un cineasta de pelis de terror y violencia. Lo que le pasó a Raimi es lo que le va a suceder, o le está sucediendo ya, a Bay. Un antes y un después de Dolor y dinero.
Aunque se inscribe en los mismos parámetros que las dos películas citadas (tipos torpes, decisiones equivocadas, acumulación de cadáveres, humor negro, situaciones sórdidas, personajes estrafalarios), lo más alucinante de Dolor y dinero es cómo Michael Bay saca partido a su peculiar estilo, a su manera de rodar y de montar, a saber, con planos fugaces, montaje frenético, imposibles ángulos de cámara, canciones de pop y de rock, escenas al ralentí, y lo pone al servicio de los personajes, de una historia tan increíble que sólo puede estar basada en hechos reales (es más increíble que la ficción). Cuenta el caso verídico de tres culturistas que decidieron secuestrar a un tipo millonario para quedarse con su dinero. Como eran meros aficionados, las cosas no tardaron en torcerse.
Bay logra, ya lo apuntó Jordi Costa, convertirse con este filme en “un creador satírico de alto calibre”. De hecho, el humor ácido de la película y la crítica al Sueño Americano logran que Pain & Gain nos fascine. Pero también está su reparto: a los secundarios de lujo, como Ed Harris, Tony Shalhoub y Peter Stormare, hay que añadir lo bien que se compenetran sus actores principales, Mark Wahlberg, Anthony Mackie y, sobre todo, Dwayne Johnson alias The Rock, que está divertidísimo en su papel de tío duro muy católico y temeroso de sus actos. Ojalá Michael Bay siga por esta senda, apostando por los personajes ridículos en apuros y no por los héroes que lo vuelan todo. Me ha encantado, ya digo, y volveré a verla pronto.
Tras esa mala reputación de éxitos de taquilla y filmes con ritmo de videoclip llega la película más personal (y la mejor, desde mi punto de vista) de su director. La obra en la que demuestra lo que de verdad vale, lo que ya se había intuido en La isla. Pain & Gain es una peli pequeña, modesta, entendiéndose por esto que ya no hay miles de explosiones, tiroteos a mansalva y correrías que duran media hora. Michael Bay ha hecho su particular largometraje de “tipos torpes metidos a criminales a los que les va saliendo todo mal”, categoría en la que yo incluyo dos joyas: Fargo y Un plan sencillo. Cuando los Coen estrenaron Fargo ya tenían prestigio de sobra. Pero a Sam Raimi le vino muy bien hacer Un plan sencillo porque hasta entonces sólo era considerado un cineasta de pelis de terror y violencia. Lo que le pasó a Raimi es lo que le va a suceder, o le está sucediendo ya, a Bay. Un antes y un después de Dolor y dinero.
Aunque se inscribe en los mismos parámetros que las dos películas citadas (tipos torpes, decisiones equivocadas, acumulación de cadáveres, humor negro, situaciones sórdidas, personajes estrafalarios), lo más alucinante de Dolor y dinero es cómo Michael Bay saca partido a su peculiar estilo, a su manera de rodar y de montar, a saber, con planos fugaces, montaje frenético, imposibles ángulos de cámara, canciones de pop y de rock, escenas al ralentí, y lo pone al servicio de los personajes, de una historia tan increíble que sólo puede estar basada en hechos reales (es más increíble que la ficción). Cuenta el caso verídico de tres culturistas que decidieron secuestrar a un tipo millonario para quedarse con su dinero. Como eran meros aficionados, las cosas no tardaron en torcerse.
Bay logra, ya lo apuntó Jordi Costa, convertirse con este filme en “un creador satírico de alto calibre”. De hecho, el humor ácido de la película y la crítica al Sueño Americano logran que Pain & Gain nos fascine. Pero también está su reparto: a los secundarios de lujo, como Ed Harris, Tony Shalhoub y Peter Stormare, hay que añadir lo bien que se compenetran sus actores principales, Mark Wahlberg, Anthony Mackie y, sobre todo, Dwayne Johnson alias The Rock, que está divertidísimo en su papel de tío duro muy católico y temeroso de sus actos. Ojalá Michael Bay siga por esta senda, apostando por los personajes ridículos en apuros y no por los héroes que lo vuelan todo. Me ha encantado, ya digo, y volveré a verla pronto.