viernes, junio 21, 2013

Para una autopsia de la vida cotidiana. Conversaciones, de J. G. Ballard



Este volumen, editado en Argentina, reúne cuatro largas conversaciones que mantuvo el maestro J. G. Ballard con periodistas y músicos (caso de Graeme Revell, que luego se dedicó a componer bandas sonoras para el cine). Leyendo este libro queda claro que Ballard era un profeta, alguien del estilo de Julio Verne pero aún más profundo: muchas de las cosas que escribió o que predijo o que contó a los periodistas acabaron cumpliéndose, y aquí se habla de algunas de ellas (Reagan elegido presidente, la obsesión doméstica por rodar en casa nuestros propios videos y difundirlos por ahí, la moda de vivir en los suburbios con un nivel alto…); y se habla de violencia, de tecnología, de ficción y retazos autobiográficos, de las que para mí sean quizá sus más grandes obras (Crash, Rascacielos, El imperio del sol, La exhibición de atrocidades)… El libro es obligatorio para todo fanático ballardiano, aunque la edición presenta una tara: no hay espacios entre las preguntas y las respuestas ni entre los bloques de las mismas, lo que a veces da una sensación de ahogo al lector. Abajo, varios extractos:  


Sin duda, Burroughs es el escritor americano más grande desde la Segunda Guerra Mundial.

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El futuro será como un suburbio en Düsseldorf, es decir: como en uno de esos barrios ultramodernos que tienen un BMW y un barco en cada unidad, el ideal de la clase media dirigente, con su mansión y su jardín. Suites inmaculadas –ni una colilla de cigarrillos en ninguna parte–, con una moderna escuela inmaculada y un inmaculado centro comercial; un paraíso del consumo, sin una hoja fuera de su sitio –incluso una hoja suelta a la deriva podría parecer que tiene demasiada libertad. Resulta algo muy extraño y escalofriante: en apariencia, todo el mundo aspira a vivir del mismo modo en todas partes: en un suburbio de Nairobi, de Kyoto o de Bangkok. 

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Todo el mundo será capaz de hacerlo, todo el mundo vivirá adentro de un estudio de televisión. Eso es a lo que aspira el ámbito doméstico en estos días: la casa va a transformarse en un estudio de televisión. Todos vamos a ser protagonistas de nuestras propias series, y serán series muy extrañas, como el interior de nuestras cabezas. Eso es lo que va a ocurrir, estoy completamente seguro, y va a revolucionarlo todo.

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Pasado cierto tiempo, uno empieza a aplicar los principios de contabilidad analítica a la propia vida de un modo despiadado. ¿Es rentable (en términos imaginativos) recorrer todo el camino a Hampstead para asistir a una cena? ¿Realmente tengo ganas de sentarme a la mesa para tener una pequeña charla con la mujer de tal o cual escritor? No tengo ganas; sólo quisiera encontrarme con gente cuya compañía siento que me puede aportar algo valioso.

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A medida que uno envejece comienza a advertir que los amigos van quedando en el camino.

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Me refiero a que un novelista del siglo XIX no habría visto con buenos ojos el hecho de dejarse invadir por sus propios caprichos y obsesiones particulares en la composición de su tema ficcional. Por el contrario, el escritor contemporáneo está obligado a hacerlo, ya que eso es, después de todo, la razón de ser de su escritura. Y esa es su única clave: sus propias obsesiones y la inclinación particular de su propia naturaleza, aquello que le permite desbloquear el universo y descifrar todos los códigos que nos rodean.

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Hay muy pocos realizadores originales y David Lynch es uno de ellos. Terciopelo azul es una película muy perturbadora, que deconstruye y desmantela la realidad ordinaria de un suburbio de clase media, para luego volver a ensamblarla en un orden totalmente extrañado. Incluso, las pequeñas estacas blancas alrededor de la típica casa de los suburbios aparecen, en ese orden, como elementos extraños –no de una manera evidente, pero hay algo muy perturbador en ellas.

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¿Has visto Mad Max II? Es una película maravillosa, genuinamente apocalíptica.


[Caja Negra Editora. Traducción de Walter Cassara]