Lo complicado de ser un superhéroe es que resulta difícil
no pensar siempre como tal. Hay que aprender a domesticar la intuición, y ser
capaz de vivir como cualquier ciudadano común. Voy por la calle con Bernardo y
por más que lo intento no puedo evitar pensar como superhéroe. Pasamos por el
cuartel de la guardia civil y veo el letrero de Todo por la Patria, y debajo
del arco de la entrada hay un par de guardiaciviles vestidos con tricornio, y
me acuerdo del villano Tejero dando tiros, y después veo a ese mismo villano
escoltado por otros hombres con tricornio, y llego a la conclusión de que los
hombres con tricornio forman parte de una extraña hermandad maligna, una
comunidad de villanos que en la sombra combaten contra los superhéroes. Busco
en las caras de la gente con la que Bernardo y yo nos cruzamos rastros de monstruosidad,
signos que me permitan descubrir a seres maléficos, o incluso a
extraterrestres, categorías de monstruos distintas a los Talidoman pero
igualmente peligrosas. Algunos ancianos que charlan sentados en las puertas de
sus casas, aparentemente sencillos, aparentemente ajenos a cualquier maldad,
tienen caras como de mentira, de plástico, como la inquietante cara de Ronald
Reagan, que es el presidente de los Estados Unidos, el país en el que vive la
mayoría de los grandes superhéroes, y el hombre que lleva a cabo la Guerra de
las Galaxias, indudablemente dentro del lado oscuro, junto a Darth Vader, el
semirrobot del casco brillante que se parece tanto al tricornio brillante de
los guardiaciviles y cuyo aspecto es parecido también al de otros villanos que
aparecen en los cómics, como el maléfico Doctor Muerte, el gran enemigo de los
Cuatro Fantásticos.