Ang Lee es uno de esos directores capaces de cambiar de
género sin que disminuya la calidad del producto y que, además, aportan siempre su sello
personal. En su filmografía encontramos el western (Cabalga con el diablo), el drama decimonónico (Sentido y sensibilidad), las artes marciales (Tigre y Dragón), la revisión de un superhéroe de cómic (Hulk), el revival de los 60 y 70 (Destino: Woodstock, La tormenta de hielo), la comedia (El banquete de boda) o el drama romántico (Brokeback Mountain, Deseo,
peligro). En La vida de Pi manejaba
unos elementos singulares y escasos (estamos ante una película que, en su mayor
parte, consiste en un muchacho, una barca y un tigre), y sin embargo ha sido
capaz de salir victorioso: Lee dota la puesta en escena de un lirismo visual y
de una belleza estética próximos a la postal (pero yendo más allá). En muchos momentos, Pi se parece
al Náufrago de Tom Hanks y Robert
Zemeckis, pero también tiene algo del Sabú de antaño: porque la película, al
fin y al cabo, acaba siendo una especie de relato con toque fantástico, y una
de las propuestas más originales del año sobre el arte de narrar. Buena
película, por tanto, aunque yo prefiero la sencillez visual de Deseo, peligro y de Brokeback Mountain.