Soy de los que sostienen que Ben Affleck es mucho mejor
director y guionista que actor. Sus dos primeras películas, Adiós, pequeña, adiós y The Town, ya lo demostraban. Y con Argo viene a confirmarlo. Si en aquellas
supo mantener el tono oscuro que es propio de las novelas negras, en Argo consigue dos películas en una: por
un lado está la trama de suspense, que combina política y espionaje al estilo
de los cineastas de los 70; por el otro, una sátira sobre Hollywood que, a la
vez, no oculta su homenaje a ciertas películas de aquella década, las cintas de
ciencia-ficción que nos hicieron felices durante la infancia y a las que
Affleck rinde culto en esos planos finales en los que vemos los juguetes de La guerra de las galaxias, Galáctica o El planeta de los simios. Su ritmo es frenético y endiablado, e
incorpora en su reparto a un montón de eficaces secundarios, exactamente igual
que en los largometrajes que George Clooney produce y/o dirige (Clooney también
es uno de los productores de Argo): Alan
Arkin, John Goodman, Chris Messina, Zeljko Ivanek, Bob Gunton, Kyle Chandler…
sin olvidarnos de los cameos de Philip Baker Hall y de Michael Parks, éste
último haciendo del mismísimo Jack Kirby. Pero, de entre todos ellos, destacan
Scoot McNairy, que ya hizo un trabajo estupendo en Mátalos suavemente, y Bryan Cranston, cuya sola presencia aporta
solidez a cada plano.
Lo único que, en mi opinión, cabe reprocharle a Argo es que, en las últimas secuencias
del clímax, introduzca casi por los pelos una persecución. Es el toque
comercial, quizá exigido por la productora, y no resulta demasiado creíble. Aunque
la película esté basada en hechos reales y en el libro de Antonio J. Méndez (a
quien interpreta el propio Affleck), toda esa secuencia, como digo, huele a
licencia comercial y estropea el nivel del resto. Por lo demás, el Affleck
cineasta ha conseguido, de nuevo, ritmo, tensión y suspense. No es poco.