Me ha gustado mucho lo que ha hecho el prestigioso Greil
Marcus en este libro: analiza varias canciones de The Doors (una de mis bandas
predilectas) mientras va contando historias y anécdotas del grupo y de la época
y enlaza el espíritu de esos temas con libros de Thomas Pynchon y Jenny Diski,
con el Pop Art, con Elvis Presley, con Harvey Keitel, con la película que rodó
Oliver Stone sobre Morrison, con el Dead
Man de Jarmusch, con las biografías sobre la banda y con un sinfín de
referencias a la cultura popular.
Marcus no rinde pleitesía total a las canciones: critica
algunos temas e incluso algún que otro álbum; aunque uno no siempre esté de
acuerdo por completo, en cada línea brillan su oído privilegiado y su intuición
siempre despierta. Marcus escribe cosas como ésta: La broma que ha gastado la
cultura a los artistas pop consagrados consiste en que lo que ellos creían
transitorio, efímero, perecedero –cómics, discos de 45 revoluciones, LP, anuncios–,
ha perdurado. Están almacenados en carísimos libros de arte y cofres de CD; se
puede acceder a ellos de inmediato online desde cualquier parte del mundo. Algo
menos de 200 páginas que, literalmente, se devoran. Os dejo con un extracto:
“L.A. Woman”, canción
que da título al último álbum de The Doors publicado en abrir del 1971, tres
meses antes de que Jim Morrison muriera en París –su ideal de emular los pasos
de Rimbaud sustituido por una imagen de Marat en la bañera–, fue revelándose
con los años, hasta que cuatro después uno todavía puede encender la radio del
coche y encontrarse con sus ocho minutos de parloteo y barboteo, con ese
vagabundo hablando sin parar en Sunset Strip sobre una mujer y la ciudad y la
noche, como si hubiera alguien más escuchando aparte de él mismo. La puedes oír
ahí, en cualquier momento; y la puedes escuchar cada dos por tres entre las
líneas de la novela negra Vicio propio,
de Thomas Pynchon, publicada en 2009 y ambientada en Los Ángeles, verano de
1970, justo antes de que diera comienzo el juicio a Manson; una época en la
que, como dice Pynchon, las autopistas hacia el este procedentes de las
ciudades de la costa “eran un hervidero de autobuses Volkswagen con temblorosos
dibujos de cachemira, coches de motores hemis con una capa de imprimación, woodies
con carrocerías de auténtico pino de
Dearborn, Porsches conducidos por estrellas de la televisión, Cadillacs que
llevaban a dentistas a citas extramaritales, furgonetas sin ventanas en las
cuales se desarrollaban escabrosos dramas juveniles, pickups llenos de colchones cargados de primos del
condado de San Joaquín…, todos rodando a la par por esos grandes campos de
viviendas sin horizonte, bajo los cables de transmisión eléctrica, con las
radios disparando el mismo par de emisoras de AM”.
[Traducción de Mercedes Vaquero]